Lo que nunca pasó

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Lo que nunca pasó

—Saldré un momento— el rey escapó como un cobarde.

Fuera de la puerta se recostó a la madera, necesitaba escapar de la presencia de ese Omega desnudo que se refrescaba dentro de una tina. Aún fuera del dormitorio no podía sacar de su nariz ese aroma, jamás tuvo que haber dejado que le hablara al oído, fue como si ese olor se pegara a su piel, entrara en su mente y no pudiera sacarlo de allí. Asustado Gaero bajó las escaleras, no creía que pasara nada malo si lo dejaba unos minutos solo.

En el primer piso se encontró al posadero limpiando las mesas, el joven que ayudaba no estaba a la vista.

—¿Necesita algo? — preguntó al ver bajar por las escaleras a su huésped— A esta hora ya la taberna está cerrada.

—Le pagaré el doble por una jarra de cerveza— se sentó en uno de los bancos cerca de la barra— Mejor que sean dos jarras.

El tendero se relamió de gusto pensando que no perdería el dinero prometido, todavía le quedaban algunas gotas del líquido carmesí que le había entregado el desconocido. Ese hombre le había ofrecido una pequeña bolsa de monedas si se aseguraba de que al hombre alto el brebaje le hiciera efecto. Había guardado esas gotas por simple curiosidad, tendría que usarlo todo.

El incauto viajero bebió lo que había pedido como un hombre perdido en el desierto, por lo visto el tendero podría irse a dormir tranquilo esa noche con la certeza de que la bolsita de monedas era suya. El hombre alto tardó unos minutos decidiendo lo que tenía que hacer, luego de despedirse del tendero subió las escaleras, había cierto vaivén en sus pasos que delató que no estaba del todo bien.

Narim se había terminado de bañar, sus piernas se sentían débiles y su piel tan sensible que al menor roce le daba escalofríos. Lo prudente sería irse a la cama, tal vez estaba más borracho de lo que se imaginaba. El sonido de la puerta al abrirse llamó su atención, al levantar la cabeza vio a Gaero entrar algo tambaleante, al parecer el licor no solo lo había golpeado a él. Novato.

El Omega no supo más de sí mismo hasta que sintió un peso sobre el colchón junto a él, como primera reacción quiso asustarse, pero el olor característico de su marido lo hizo darse cuenta de que estaba a salvo.

—Soy yo— habló el rey— No te asustes.

Los ojos verdes de Narim se dejaron ver entre sus parpados. Era como un gato que asechaba en la oscuridad.

—Alfa— susurró en la habitación a oscuras— ¿Podrías ayudarme?

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—Alfa— susurró en la habitación a oscuras— ¿Podrías ayudarme?

Gaero sintió otra vez ese golpe de calor, al acostarse cerca del Omega el aroma emanó de él como si se hubiera abierto una botella de perfume. Miel y canela saturó el ambiente alrededor de la cama. Estaba atrapado por su propia torpeza.

—¡Estas desnudo! — exclamó el rey cuando intentó apartar el cuerpo del chico que se acomodó encima de él.

—¿Qué haces? — rodeo la cintura pequeña con sus brazos bajo la manta que los cubría a ambos.

Los hijos de la magiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora