El río tenía una corriente de agua cantarina, su caudal formaba pozas ideales para que alguien se zambullera y nadara. Gaero dio una rápida revisión, luego de asegurarse de que todo estuviera bien, le permitió al joven Omega disfrutar del agua.
Narim estaba desesperado por tomar un baño, apenas el rey le avisó que no había problemas en meterse al agua tiró la capa sobre una piedra cercana.
Gaero intentó recordarle al Omega que tenía público, pero no pudo articular palabra antes de que el Omega ya estuviera sin camisa.
—No deberías...
Los pantalones estaban acompañando a la camisa, la capa y las botas, sobre una roca. Unos pantaloncillos interiores de seda eran tan cortos que apenas cubrían el trasero, y eso era todo lo que le quedaba puesto al Omega.
Gaero supo lo que era sentir el pavor apuñalándole el estómago. Un guerrero no se asustaba por una batalla, el reto le daba el valor que necesita para enfrentarse a la muerte, pero su padre jamás le había hablado acerca de luchar contra sí mismo. De pie desde las piedras de la rivera del río, Gaero pudo ver con total libertad el cuerpo delgado que jugaba sumergiéndose como si fuera un espíritu. Fue una verdadera suerte para el soberano que los pantaloncillos blancos quedaran cubiertos bajo el agua, aunque ya ver el dorso desnudo era una tortura.
—Ten cuidado de estar mojado durante mucho tiempo— advirtió Gaero al ver que la luz del día poco a poco se extinguía.
— No soy un niño, soldado— el agua había mojado el cabello convirtiéndolo en un manto que caía por su espalda y sus hombros. Las tetillas rosadas estaban duras por el frío.
Gaero tragó la saliva que se le acumulaba en la boca. Le estaba costando toda su fuerza de voluntad no entrar al agua y tomar ese cuerpo esbelto que se burlaba de él desde la poza que habían formado las rocas.
—Sal y vístete— ordenó el rey— Tienes que vigilar mientras yo me baño.
Narim dejó salir una carcajada alegre.
—Pensé que su majestad no acostumbraba tal cosa.
—Eres tan gracioso, mocoso.
Narim estaba feliz, así que no protestó por la insistencia del rey de llamarlo mocoso. Sin dedicarle un pensamiento a su desnudez caminó hasta la roca donde estaba su ropa, era normal jugar en el agua con los otros Omegas y a nadie le parecía especialmente llamativo el caminar por allí en ropa interior. Al menos así lo había creído hasta que sintió una sensación tibia a su espalda, una caricia invisible que le calentó la sangre.
Dando la vuelta Narim descubrió al rey que no le quitaba la vista de encima, lo miraba como si se lo fuera a cenar. El Omega tenía la túnica en la mano, tímido levanto la tela y la puso contra su cuerpo buscando cubrir su desnudez.
—Gaero— fue un susurro, una súplica.
El rey desde muy niño fue educado para cumplir con su deber, jamás debía poner sus intereses personales por sobre el bienestar de su pueblo. El abuelo Tunissal traicionó ese deber y su reino acabó siendo conocido como las Tierras Muertas. Él no haría lo mismo.
Narim dejó de mirar al hombre alto para desviar la atención al agua del río. Aunque del sol de la tarde solo quedaban los débiles reflejos del crepúsculo, el Omega tenía mucho calor. Su cuerpo entero se sentía ardiendo. Tenía que sumergirse en el agua fría. Sin cuidado ni ceremonia tiró la camisa junto a sus otras cosas y corrió, no llego a tocar el agua.
—Gaero— chilló.
—Ven conmigo— ordenó el rey, el negro de sus ojos tenía una expresión contundente.
Narim estaba asustado. Las manos grandes del rey lo sostenían por la cintura.
—¿Qué pasa? — su voz temblaba.
La boca de Gaero respondió, pero no de la manera en que Narim pudo haberlo pensando. Los labios duros tomaron la dulzura del Omega, este abrió la boca para protestar, pero el soldado aprovechó la oportunidad para ganar terreno.
El mundo entero comenzó a girar tan rápido que Narim tuvo que sostenerse de los hombros anchos del rey. Gaero usó una mano para tomar del cabello al Omega, eso era algo que había querido hacer desde la primera vez que lo vio. Lengua contra lengua, la piel suabe del Omega era ardiente bajo su tacto. Semi desnudo y pequeño entre sus brazos era una presa deliciosa.
—No puedo respirar— gimió Narim en busca de piedad.
El hombre más alto dejó la boca solo para jugar con la piel del cuello bajo la oreja, el pulso del chico latía con más rapidez cada vez. Mientras una mano aseguraba por el cabello al Omega otra acariciaba la espalda delgada hasta bajar al pantaloncillo mojado.
—Eres un encanto— alabó el rey— Eres tan hermoso.
La luz del día se extinguió dando paso a la noche. Gaero acomodó al chico sobre una roca plana que era lo suficientemente grande para recostar el dorso del joven, usó su propia camisa para que la piel suabe no fuera maltratada por la dureza de la roca.
Narim solo estaba protegido por un pequeño pantaloncillo que trasparentaba más de lo que cubría. La luna se elevaba poco a poco, su luz plateada iluminaba las travesuras de los amantes. El Omega no podía pensar con claridad, era tan difícil recordar por qué no debía dejar que el rey lo tuviera de ese modo.
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Si encuentran errores, pido me avisen... Es que escribí bajo presión por que se dio tarde para actualizar...ja...ja
Y se me olvidaba decirles, si alguien me quiere seguir en Twitter:
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Los hijos de la magia
RomanceUn Omega hermoso de cabello plateado y grandes ojos verdes, protegido desde su infancia en el Santuario de la Diosa Madre, debe enfrentarse a su destino fuera de sus muros. Orgulloso de ser quién es no bajará la cabeza ante las miradas de desprecio...