Tal vez no todo este perdido.
Gaero no esperó escuchar el grito desgarrador del Omega cuando lo jaló, él estaba seguro de no haber usado demasiada fuerza. Los soldados que estaban junto al fuego corrieron a ver qué pasaba. El Omega se desmayó en brazos del rey. El cuerpo estaba tan caliente que sintió que quemaba.
—¡Llamen a un sanador! — gritó el soberano.
—Hay una vieja que sabe los secretos de los sanadores— habló un aldeano al atender a uno de los soldados que salió del establo a pedir ayuda— Ella vive en el bosque de palos, no está lejos si se viaja a caballo.
Una vieja, de cabello cano peinado sin mucho cuidado en un moño alto, cara de comer clavos en el desayuno y de maldecir impertinentes por religión entró escoltada por dos soldados.
—Espero que me hayan sacado de mi cama por una buena razón— gruñó dedicándole una mirada de odio a los soldados que se veían un poco asustados— Les juro que me aseguraré de que no se les pare lo que tienen entre las piernas si me han hecho venir a perder el tiempo.
—Por aquí— habló Kaelos guiando a la mujer hasta donde estaba el rey con un joven inconsciente acostado sobre un lecho de paja.
—¿Qué le han hecho? — fue la tajante pregunta al ver el cuerpo pálido desmadejado como un muñeco roto— Es un Omega— las últimas palabras estaban teñidas de espanto— La diosa nos castigará si él muere.
La anciana se dio la vuelta para encarar a los presentes.
—Quiero que salgan todos de aquí— ordenó mientras levantaba el bastón como si fuera a golpearlos— No quiero a nadie aquí dentro mientras lo reviso.
Dos mujeres entraron apresuradas, ya en la aldea todos sabían del carácter de la anciana, si se enfadaba era capaz de darle de bastonazos a los soldados y hasta al mismo rey. Una sanadora era un bien demasiado valioso como para perderla por un arranque de cólera.
—Abuela— llegaron hasta la enfadada mujer—, es mejor atender al chico, no se ve muy bien.
—Saquen a los hombres de aquí— ordenó con la autoridad que le daban las canas en su cabeza— Cuando se deshagan de ellos vengan para que me ayuden.
Las cosas se hicieron tal y como la vieja pidió. Fuera llovía a cántaros, los soldados tuvieron que refugiarse a orillas del techo de paja del establo. Gaero quedó de pie con el hombro recostado al marco de la puerta. La anciana le dio una mirada de advertencia para luego dedicarse a atender al joven.
La vieja mujer estaba inclinada sobre el cuerpo del niño, había retirado las ropas para descubrir el moretón que mancillaba la piel sobre las costillas, eso sería algo que tendría que atender luego de que lograra bajarle la fiebre al chico.
—Traigan una cubeta con agua limpia y un trozo de tela— ordenó en un tono que le daría envidia al más famoso general— Tenemos que hacer que baje la fiebre.
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Los hijos de la magia
RomanceUn Omega hermoso de cabello plateado y grandes ojos verdes, protegido desde su infancia en el Santuario de la Diosa Madre, debe enfrentarse a su destino fuera de sus muros. Orgulloso de ser quién es no bajará la cabeza ante las miradas de desprecio...