La encerrona

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Alguien nos busca

Narim se mantuvo sobre su caballo, espalda recta y mirada al frente, aunque el animal que montaba era poco más que un caballo de tiro, este había demostrado su fortaleza. El rey por su parte cabalgaba cerca del Omega, no quería que el chico estuviera cerca del centro del camino.

Seis caballos pasaron a todo galope como si los perros del infierno los persiguiera, el polvo formó una nube a su alrededor que les daba un aire de apremio. Los jinetes no tenían señas que los delatara como soldados, pero a Gaero la idea no se le quitaba de la cabeza.

Antes de que la nube de polvo se asentara los hombres se habían perdido a la distancia.

—¿Qué pasa? — preguntó Narim.

—No pasa nada— fue la tajante respuesta de Gaero— No falta mucho para llegar a la ciudad. El jefe de la aldea dijo que no tardaríamos más de dos días.

Narim arrugó el ceño, en sus ojos verdes se reflejaba la duda.

—Su majestad— advirtió—, más le vale que no me esté tomando por tonto.

—¿A qué te refieres? — Gaero era bueno evitando responder a lo que no quería.

El Omega puso la mano en el lugar donde estaba su corazón.

—Algo aquí me dice que las cosas no son lo que parecen.

Gaero apretó las riendas del caballo, el animal relinchó nervioso.

—Tenemos que llegar al santuario— explicó el hombre sin dar muestras de querer decir la verdad— Lo mejor es cabalgar hasta tarde y empezar el viaje antes de que el sol salga.

Narim achinó los ojos, sus instintos le gritaban que el Alfa le estaba mintiendo.

—Qué así sea— Narim espueleo al caballo arrancando en una carrera digna de los jinetes que los habían adelantado.

Gaero apenas tuvo tiempo de reaccionar para seguir al chico disfrazado de joven aldeana.

El resto del viaje fue justo como había ordenado el rey, al caer de la noche podían divisar las luces de la ciudad.

—Acamparemos en las afueras, entraremos en la mañana.

Narim arrugó la naricilla, molesto.

—Dormir en una posada sería una buena cosa.

Gaero metió la mano en la bolsa que tenía bajo la capa, todavía le quedaba dinero suficiente.

—Tendrás que compartir la cama conmigo— el hombre acompañó sus palabras con una sonrisa maliciosa— Eres una joven esposa, no lo olvides.

Antes de mandarlo al diablo Narim hizo examen de conciencia, había dormido junto a Gaero desde el primer día en que había comenzado ese viaje, una noche más una menos no haría la gran diferencia.

—No veo que sea un gran problema— el Omega replicó encogiendo los hombros bajo la capa— Una vez llegue a la cama caeré como una piedra.

Gaero negó con un movimiento de cabeza, era como si el chico no tuviera una noción clara de lo bonito que era. Su abuelo se había vuelto loco por la belleza de uno de ellos y para ese momento no podía culparlo, olvidar cuales eran los deberes ante la mirada de esos ojos verdes sería demasiado fácil.

La ciudad de noche todavía tenía movimiento, las antorchas iluminaban la calle, Gaero dejó los caballos en un establo. Conseguir donde dormir sería el siguiente paso.

Narim siguió al hombre alto de espalda ancha, su paso era firme sin atisbo de duda. El Omega vestido como una mujer tropezó un par de veces por culpa de las faldas largas, la ropa femenina era demasiado incomoda.

—Quiero usar mi propia ropa— se quejó el chico, sus labios en forma de puchero.

Gaero prefirió ignorar las quejas de su acompañante. Al ver que en más de una ocasión este perdía la concentración por quedarse mirando algo que le llamaba la atención, prefirió tomar su mano para evitar que se perdiera entre el gentío.

—Nos quedaremos aquí— el rey señaló una edificación de dos niveles— No es demasiado pretenciosa, pero al menos la comida es buena y las camas están limpias.

Narim se dejó guiar, al entrar a la posada descubrió que el primer piso era una taberna, la gente bebía y hablaba a viva voz. El contraste con los días tranquilos que había pasado en el bosque con lo que tenía ante sus ojos era un mundo de diferencia.

—¿Siempre es así? — Narim apretó el agarre sobre la mano que sostenía la suya.

Gaero asintió con un movimiento de cabeza.

—Es popular entre soldados y viajeros— explicó Gaero—, el precio es bueno y la comida no te envía al médico.

Narim levantó una ceja, desconfiado.

—Eso no es muy halagador.

Sentados frente a una mesa larga de madera los viajeros fueron atendidos, Narim tuvo que admitir que la comida era deliciosa y el vino muy dulce.

—Eso es licor— Gaero apartó el vaso del Omega— Eso no es agua.

—Sabe dulce— la piel pálida de Narim tenía un tinte rosa— Solo deja que beba un poco más.

Gaero permitió que bebiera unos cuantos tragos.

—Tienes que comer todo lo que está en el plato— le quitó el recipiente de entre las manos— Estás demasiado delgado y el vino te golpeará más rápido.

—¿A caso no te gusta? — se inclinó y susurró contra la oreja del rey— Debes beber también.

Gaero le dio un trago largo al vaso hasta que no quedó ni una gota de líquido en su interior. El tendero llenó varias veces los vasos, Narim sonreía bobo ante la más mínima cosa que dijera Gaero.

El tendero se aseguró que sus clientes estuvieran bien atendidos, le estaban pagando una buena cantidad por hacer el trabajo. Un viajero sentado en la esquina más alejada vigilaba a la pareja que comía y bebía sin saber que eran vigilados.

—Hice todo cuanto me ordenó— le sirvió vino en la copa al desconocido— Solo espero que no sea veneno lo que les he dado a beber, eso le daría una mala reputación al lugar.

El recién llegado tenía su rostro semi cubierto con la capa.

—Solo será una broma divertida— colocó tres monedas de plata sobre la mesa— Mi amo quiere que les de a los viajeros la habitación más alejada del ruido, su mejor habitación.

El viejo tendero le dio una última mirada a la pareja que cenaba sin imaginarse que estaba siendo víctima de una encerrona.

—Usted haga lo que le digo— las palabras traían consigo una advertencia—, si a mi amo le gusta el resultado de lo que tiene planeado usted recibirá tres monedas más.

La avaricia del tendero fue más grande que su decencia.

—Delo por un hecho.

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