Capítulo 6

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Advirtió de inmediato el efecto que sus palabras tuvieron en él. Sus ojos habían destellado al tiempo que inspiraba profundo, y aunque apenas perceptible, la sujeción de sus manos sobre sus hombros se había intensificado. Un repentino calor la invadió de repente al notar que su ardiente mirada descendía hasta sus labios y por un segundo, creyó que la besaría. Su corazón se aceleró de solo imaginarlo... ¿Sería suave y tierno o más bien brusco y apasionado? Lo apostaría todo, sin miedo a perder, a la segunda opción.

¡Dios, ¿pero qué le pasaba? ¿Acaso se había vuelto loca? Múltiples cadáveres yacían en el piso a su alrededor, sangre por todos lados y miembros desperdigados, ¡¿y a ella se le ocurría pensar en cómo sería ser besada por él?! Definitivamente, algo no andaba bien con ella y necesitaba poner en orden sus pensamientos antes de que el hombre —ángel o demonio, la verdad le daba igual— se diera cuenta de su desvarío mental.

Por supuesto, a Jeremías no le pasó desapercibida la respuesta de su cuerpo. La chica temblaba bajo sus palmas, su respiración se encontraba levemente acelerada y sus latidos retumbaban por encima del absoluto silencio que ahora reinaba en la noche. Entonces, vio que sus labios se separaban ante su atento escrutinio y su rostro se coloreaba con un adorable rubor que acaparó por completo su atención. Estaba excitada, ¡excitada! Y frente a él... No, no, corrección, ¡por él!

Nervioso, se apresuró a soltarla y retrocedió un paso en cuanto sintió que cierta parte de su anatomía comenzaba a cobrar vida. ¡¿Qué carajo?! Esto ya era demasiado. Podía sentir cada músculo de su cuerpo en tensión y el motivo poco tenía que ver con la reciente lucha. Necesitaba salir con urgencia del aturdimiento en el que se encontraba y poner a trabajar su cerebro. No era el mejor momento para analizar su respuesta corporal a ella.

—Tenés que irte ya mismo —dijo, tajante, ignorando su declaración anterior—. No podés estar acá cuando ellos regresen.

Eso pareció molestarla de alguna manera, ya que, de inmediato, cuadró los hombros y alzó su mentón en actitud desafiante.

—No.

Frunció el ceño. ¡¿Qué?! ¿Acababa de negarse?

Controlando el impulso de cargarla sobre su hombro y arrastrar su culo lejos de ahí, avanzó de nuevo hacia ella. Un trueno estalló de pronto en el cielo, consecuencia, sin duda, de la tensión que lo embargaba. Sin embargo, este careció de la violenta intensidad que solía caracterizar su volátil temperamento.

—No voy a irme. No sin respuestas —agregó con voz temblorosa.

Sus ojos ardieron cuando los clavó de nuevo en los suyos y por la forma en que notó que se estremecía, supo que ella lo había visto.

—No te confundas al creer que soy el bueno por haberme deshecho de esos demonios. ¡Yo mismo soy uno de ellos! —gruñó—. Y por si no te diste cuenta, ahora tienen tu olor.

—¡¿Y eso qué?! —exclamó, sorprendiéndolo.

Se frotó la cara, nervioso. En toda su larga existencia, nunca nadie le había hablado en ese tono, mucho menos una humana.

—Vendrán a buscarte —insistió con impaciencia.

—¿Y por qué lo harían? Ni siquiera me conocen. ¡No soy importante!

—¡Lo sos desde el instante en el que dejé de atacarlos para protegerte!

Un abrupto silencio se formó entre ambos y, por un momento, creyó que finalmente la había hecho entrar en razón. Pero entonces, la oyó hablar de nuevo.

—No puedo irme sin saber lo que pasó la noche... No, no lo haré... Tengo que saberlo... Yo te vi... Sé que estabas ahí...

Jeremías se congeló nada más oírla. No necesitaba indagar para saber a qué se refería. Él mismo jamás había olvidado lo sucedido tanto tiempo atrás. No obstante, no podía ponerse a hablar del tema en ese preciso momento. No con ella corriendo peligro.

Su ángel caídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora