Epílogo

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Tras la batalla final en la que perdieron la vida muchos soldados de la rebelión, ahora denominada el orden establecido, una progresiva atmósfera de bienestar y seguridad comenzó a respirarse en la Tierra. Los primeros meses fueron duros y requirieron de mucho trabajo y planificación, así como de acuerdos de paz entre ángeles y demonios. Sin embargo, definitivamente había valido la pena.

Poco a poco, las misiones se volvieron más simples, con muy poco riesgo, y los cuarteles se convirtieron en bases de operaciones y centros de entrenamientos. La mayoría se mudó a viviendas particulares y se mezclaron con humanos, determinados a llevar una vida normal entre ellos y más importante aún, con ellos. Los niños, a su vez, empezaron a asistir a las escuelas regulares, conviviendo todos juntos en completo equilibrio y armonía.

Por supuesto que los problemas no desaparecieron del todo. Todavía había demonios oscuros y malignos sueltos, susurrando entre las sombras para capturar presas débiles o atormentadas, mucho más susceptibles a su influencia. No obstante, esos lugares estaban bien custodiados por guías y guerreros, dispuestos a todo para brindarles un espacio seguro en el que pudieran crecer y fortalecerse. Era tiempo de dejar las diferencias de lado y unirse en solidaridad y amor.

Pese a que Miguel había tenido que marcharse por asuntos celestiales que requerían de su atención y presencia, dejó como refuerzo a muchos ángeles, en especial los llamados guardianes, quienes estuvieron de acuerdo en quedarse y darles el apoyo necesario para construir una mejor sociedad con firmes valores y el deseo sincero de ayudar al prójimo. Todavía quedaba un largo camino por recorrer, pero por fortuna, lo peor había quedado atrás.

Para cuando el verano llegó, a pesar de que Gaia era una mujer muy activa, su gran tamaño le impidió seguir moviéndose con la misma soltura a la que estaba acostumbrada. Dos meses antes habían advertido que no se trataba de un embarazo normal. Dos bebés crecían en su vientre y aunque la noticia al principio los asustó a ambos, el sanador se apresuró a calmarlos y les aseguró que todo iba bien. Solo entonces y una vez procesado el impacto de las buenas nuevas, ella rompió en llanto, mezcla de alivio y felicidad. Jamás creyó que tendría la oportunidad de ser madre y ahora estaba a punto de experimentarlo por partida doble.

El que no se había quedado demasiado tranquilo fue Jeremías. Su necesidad de proteger a quienes amaba por encima de todo le hacía muy difícil relajarse y aceptar los cambios. Aunque en verdad se sentía feliz, también sentía muchísimo miedo. ¿Y si el parto se complicaba? ¿Si llegado el momento el cuerpo de Gaia, un milagro en sí mismo, no lo soportaba? Aterrado por las posibles consecuencias, comenzó a atosigarla y no se separaba de ella por más de media hora.

Por su parte, Rafael se mostraba muy confiado y optimista, lo cual era necesario porque todos esperaban su opinión cuando se trataba de salud. Por supuesto, les había pedido que no se preocuparan, ya que no había ningún motivo para que hubiera problemas. No obstante, su escritorio estaba lleno de libros y ensayos médicos, así como grandes y antiguos tomos relacionados al poder de sanación aplicado a féminas embarazadas. Ya se había equivocado con ella antes y no quería volver a decepcionarla. El arcángel le había dado una nueva oportunidad y él lo daría todo para que sus hijos nacieran sanos y fuertes.

Si bien Ezequiel parecía ser el más sereno y centrado al respecto, estaba pendiente de cada cambio anímico a su alrededor y en cuanto percibía alguna fluctuación, se apresuraba a ejercer su don en su cuñada con la intención de ayudarla a transitar un proceso tan delicado con la mayor calma posible. Por otro lado, le recalcaba a su hijo, que acababa de cumplir los seis, la importancia de cuidar a los miembros más vulnerables de la familia, en este caso, su tía embarazada. De momento, ella era quién más protección requería de todos ellos.

Y una noche quedó demostrado no solo que el niño había entendido a la perfección la tarea de cuidar a los más débiles, sino también que contaba con el poder necesario para hacerlo. Gaia se encontraba sentada en el sofá de su casa leyendo un artículo científico mientras aguardaba a que Jeremías terminara de preparar la comida. Desde que se había enterado de que esperaban mellizos, prácticamente no la dejaba hacer nada que requiriera que estuviese mucho tiempo de pie.

Su ángel caídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora