Capítulo 3: Sombras y Atardeceres

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『03: Sombras y Atardeceres 』


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El sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, derramando sus tonos dorados y anaranjados sobre la habitación del hospital. La calidez de la luz del atardecer se filtraba por la ventana, pintando sombras y contrastes en las paredes que de otra manera parecían estériles y frías. La habitación parecía un lugar diferente en esa luz suave, un refugio momentáneo de la confusión que había asaltado mi mente desde que había despertado en este cuerpo de niña.

Hannibal se había ido hacía unos minutos, esa figura enigmática que había sido una constante compañía desde que desperté en esta realidad confusa. En su ausencia, la habitación parecía cobrar vida propia, y los susurros de la maquinaria médica se volvían más audibles, pero su breve partida me otorgó un espacio momentáneo de soledad, una oportunidad para tomar aliento y reunir mis pensamientos. La idea de quedarme en silencio, como si el mundo exterior no pudiera notar mi presencia, comenzó a perder su atractivo. Miré el suero que colgaba de una vara de metal junto a la cama y luego a mis propias manos, estaba atada a ese delgado cordón que conectaba mi brazo a la bolsa de líquidos, pero la ventana estaba justo al otro lado de la habitación, y anhelaba una visión diferente. No podía quedarme atrapada en este pequeño rincón del mundo, ni siquiera por un momento. 

Mis extremidades doloridas protestaron mientras intentaba mover el suero con cuidado, las gotas seguían cayendo en un ritmo constante, lo que me dio una pequeña ventana de tiempo para la pequeña expedición. Con paciencia y determinación, logré arrastrar la vara de metal y su soporte unos metros, y por fin, había alcanzado la esquina más alejada de la ventana. La habitación se sentía como un campo minado de peligro y esfuerzo, pero estaba decidida a ver el atardecer. La ventana era alta y las persianas verticales estaban entreabiertas, desafiando a alcanzar el mundo exterior. Maldije la situación mientras buscaba una solución y mis ojos se posaron en el sofá al lado de la cama, era un pequeño banco tapizado, perfecto para lo que tenía en mente, lo arrastré torpemente bajo la ventana y escalé con la torpeza de una niña de mi edad.

Una vez en el trono improvisado, pude observar el atardecer en su plenitud. El sol se hundía lentamente, tiñendo el cielo de colores que eran un bálsamo para mi alma. Los matices de naranja y dorado eran una promesa de un mundo que se extendía más allá de las paredes del hospital. Me perdí en ese paisaje efímero, contemplando las nubes como formas cambiantes en el lienzo del cielo. El dolor que solía atormentarme se desvaneció por un momento, reemplazado por una sensación de paz.

Pero la tranquilidad se rompió de repente. Escuché la puerta de la habitación abrirse y el sonido de pasos que se acercaban, mi corazón dio un vuelco en el pecho mientras me volvía bruscamente hacia la puerta, una cascada de emociones y temores se desató en mi interior. Había sido descubierta, y no estaba preparada para enfrentar las consecuencias. Hannibal, con su elegancia y silencio característicos, se adentra en la habitación. No pronunció una palabra al principio, y yo estaba demasiado aturdida por su regreso para articular una respuesta. Me quedé inmóvil en el precario trono de sofá, con ojos revelando mi sorpresa y culpa.

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