Capítulo 9: Bajo la superficie

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『09: Bajo la superficie  』

『09: Bajo la superficie  』

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Me senté en el pequeño escritorio de la habitación, la luz era cálida y se filtraba a través de la ventana. El calendario frente a mí tenía el mes de marzo resaltado en un brillante color naranja. Mis ojos se detuvieron en la gran X marcada en el día once. No había nada especial en ese día, pero cada marca era un día menos en esta extraña vida que llevaba.

Con un suspiro, llevé mis manos a mi cabeza, rozando mis sienes con fuerza. Las palpitaciones volvían a surgir, como un tambor que nunca dejaba de sonar. Me sentí abrumada, así que dejé caer mi frente sobre el escritorio, buscando un momento de paz que nunca llegaba.

¿Tendría otro ataque de ansiedad? No quería tener otro. Intenté cerrar los ojos, pero el sueño se me escapaba, como si se escondiera detrás de una puerta cerrada. No soy de las personas que sueñan; más bien, soy de las que tienen pesadillas. Desde que mamá murió, esas pesadillas se multiplicaron. Mi padre se aseguró de que no terminaran, como si fuera su juego favorito: culpar, culpar, culpar.

En mi mente comenzaban a girar, el recuerdo vivido de un evento que sucedió cuando tenía diez años.

Era una tarde oscura y fría, y el aire en la cocina estaba impregnado de un olor a queso y mantequilla bailaban en la cacerola. Con las manos temblorosas, intenté seguir la receta que había encontrado en un libro desgastado. Mi hermana Giselle estaba en la sala, jugando con sus muñecas, ajena a la tormenta que se avecinaba. Mi padre llegó a casa, su voz resonando en el pasillo, un eco de risas y gritos, el aroma del alcohol envolviendo su cuerpo como un manto pesado.

Cuando entró en la cocina, su mirada se posó en la comida que había preparado. Su expresión cambió de curiosidad a desdén en un instante. "¿Qué demonios es esto?" había gritado, su voz retumbando en las paredes.

Mi corazón se aceleró, y un nudo se formó en mi garganta. Intenté explicarle, pero mis palabras salieron atropelladas. "Papá, solo estoy aprendiendo a cocinar..." trataba de mantener la calma, pero el miedo se filtraba en cada palabra.

Pero él no escuchó. Con un movimiento brusco, se acercó y me abofeteó. El dolor físico se mezcló con la humillación, y sentí que el mundo se desvanecía a mi alrededor. La cocina, antes un refugio, se convirtió en un lugar de terror. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no quería llorar frente a él. Me sentí completamente impotente, como si el suelo se abriera bajo mis pies.

"No es tu culpa", me repetía en mi mente, pero sus gritos resonaban más fuerte, ahogando cualquier susurro de consuelo. Y así, mientras el dolor ardía en mi mejilla, me quedé en silencio, sintiendo que cada golpe era un recordatorio de que nunca podría hacer nada bien.

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