Capítulo 2. De nuevo tú

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–Ese no es –chistó Spencer cuando anoté el nombre en una hoja.

–Sí lo es –lo miré, convencida.

–Que no, pesada. Ese es el otro.

–Te equivocas –agregué, mientras volvía a mirar por el microscopio.

–No, tú estás equivocada.

Y así pasamos por lo menos cinco minutos. Discutiendo por ver quién tenía la razón, sobre el preparado que nos habían dado para identificar en clase.

Apoyé la cabeza en el puño de mi mano, al ver cómo mi mejor amigo seguía con los ojos metidos en el microscopio.

–Hagamos un trato –dijo finalmente, al mirarme.

–¿Cuál?

–Si yo tengo razón tú pagas el almuerzo, y si no, yo lo hago.

La verdad, es que no tenía ganas de llegar a casa y tener que cocinar algo, por lo que la propuesta de Spencer no era nada mala. Me encogí de hombros.

–Trato.

Entonces, él me dedicó una ojeada antes de levantar la mano y llamar a la profesora.

En cuanto terminamos y entregamos el trabajo práctico salimos del laboratorio.

Me quité de mala gana el guardapolvo y lo guardé en mi mochila, sin importarme haberlo arrugado. Spencer venía a mi lado con una gran sonrisa en la cara.

–Quiero una hamburguesa –dijo entonces, feliz de la vida.

Lo miré de reojo.

–Si, creo ya me lo has repetido como cuatro veces en los últimos tres minutos.

Se encogió de hombros.

–Es una suerte que yo haya ganado, porque siendo honestos, no traigo dinero encima.

–Sí. Que suerte.

Spencer me miró de reojo con una sonrisa. Si había algo que él sabía de mí, es que no me gusta perder.

En cuanto nos subimos al auto que sus padres le habían regalado hace unos meses, nos dirigimos al mismo lugar de siempre cuando salíamos a comer. Era nuestro lugar de confianza, nunca nos falló y esta tampoco fue la excepción.

Apenas entrar, el exquisito olor a comida inundó mis fosas nasales e hizo gruñir mi estómago.

–La leona está hambrienta.

–Podría comerte si no fuera porque eres el único de los dos que sabe manejar –bromeé cuando encontramos una mesa libre cerca de la ventana.

Mi desayuno esa mañana había consistido en una taza de café y un trozo de pizza que había sobrado de la noche anterior.

Si, lo sé. Horrible de mi parte, lo tengo presente.

Ambos pedimos una hamburguesa, y esta llegó al cabo de unos minutos.

–¿Y qué tal va tu conquista? –pregunté al verlo taclear en el teléfono.

–Bastante mal. No me contesta los mensajes.

–Ah, ¿no? ¿por qué? –se limitó a negar, y dejar su teléfono a un lado para concentrarse en la conversación.

–No lo sé. Tal vez vi señales equivocadas. Creí que le interesaba, pero...

–No te preocupes. Tal vez solo se hace la difícil.

Spencer frunció el ceño.

–¿Por qué lo dices?

Un Juego De SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora