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La boca le sabía a tierra. Toda la cabeza le daba vueltas sobre su propio eje haciendo que los ojos se sintieran como canicas a la luz.
— Mierda — levantando la boca del suelo Peyton se sacudió rápidamente alejando su mano de la botella y arrodillándose para ver dónde estaba.
Le tomó un buen par de segundos para ver qué alrededor solo lo acompañaba un largo campo ambientado en niebla nada a la vista por el momento solamente que, al girar la cabeza a la derecha, se encontró con dos siluetas acercándose a él. Pudo ver el brillo de un reloj de oro en uno y no se perdió el pergamino que se doblaba a la mitad y aún así parecía que llegaría al suelo en cualquier momento.
No fue el reloj o el pergamino lo que los delató como mago sino la ropa. Esa falda escocesa y esos zapatos del tamaño de un maldito bote. Si, su falta de lógica muggle los delató.
— ¿Y ustedes? — la voz le salió apretujada y tuvo que toser un par de veces para volver a su volumen normal.
Los adultos lo miraron por segundos y luego, el del reloj de oro, le tendió una caja con un montón de cosas que uno vería en la basura desde calcetines hasta pelotas pinchadas. — La botella, chico.
El tiro la botella entre una caja y un pedazo de hueso para cuando el otro, el del pergamino, se inclinó a él. — ¿Con quién viene?
— ¿Qué?
— ¿Tienes boleto?
— Imagino que si.
— ¿Al nombre de…?
Peyton se levantó, la única mochila que llevo se le balanceo por el brazo hasta caer la correa en la palma y el se inclinó hacia la derecha aún controlando los mareos — Weasley.
— Oh, Weasley — el cambio de actitud fue inmediato. —. Debe ser el muchacho del que nos avisó ¿Cómo se llamaba? ¿Pablo, Payne…
— Peyton — corrigió el niño.
— ¡Ese mismo! — el del pergamino ya tenía la nariz pegada buscando seguramente su nombre. — Por allá, chico. Primer parado y pregunta por Payne te dará el lugar exacto.
— Ah, ya.
— Muévase que aún faltan personas — lo echaron con rapidez en dirección donde sea que habían señalado y con la cabeza repitiendole Primer prado. Payne.
Se dirigió, levantando su mochila a su espalda, entre la niebla con los ojos entrecerrados. Era de día, debía de ser cerca de las siete de la mañana y aún así el camino parecía desaparecer en el enorme campo que tenía frente a él. Se tomó un par de segundos para respirar y entonces, aún con los ojos medio cerrados, pudo ver una casucha y un señor, pobre señor, seguramente muggle por su buena combinación camisa pantalones lo miro con el mismo ceño arrugado que el.
