¿Qué es lo que puedo decir?

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Un domingo muy agradable se hacía presente, el día estaba bastante fresco, perfecto para salir con un abrigo y tomarse un café. Cosa que dos personas aprovecharon para hacer eso mismo.

Se podía ver una cafetería en cuya ventana se situaba una clásica mesa adherida a la pared de manera similar a los asientos, en los cuales estaban sentadas dos mujeres una enfrente de la otra. Una era una mujer de lo que parecían a simple vista unos treinta y tantos años, de piel blanca como la nieve y pelo largo y oscuro recogido en una coleta, usando esta misma mujer una bufanda roja que hacía juego con su abrigo del mismo color. Mientras que la chica enfrente suya de Aparentemente 16 años (de rasgos similares a la mujer enfrente de ella( tenía puesta una sudadera verde oscura acompañada de lo que parecían ser unos guantes de lana sin dedos, con la única diferencia de está tener el rostro maquillado.

-Vamos a ver si entiendo, Te golpeaste la cara porque al despertar estabas tan cansada que no apartaste tu rostro de la puerta, sé que es bastante usual que cuando estás lo suficientemente adormilada te vuelves algo descuidada. Pero es que en serio Haiku ¿de verdad crees que soy tan ingenua?, y aún si fuese verdad ¿porque tú y tu padre (sobre todo tu padre) se pusieron tan nerviosos?- preguntó la pelinegra mayor a la vez que remojaba un poco su pretzel con el café para luego llevárselo a la boca.

-Pues... ya sabes cómo es papá. Tú sabes que ante él Tú eres una mujer muy imponente y todo, Y supongo que por eso se puso así- contestó la gótica menor a la vez que bajaba la cabeza para no mirar a los ojos a su madre, tratando de disimularlo tomando una galleta para llevarla a su boca, cosa que no pudo concretar al aquella mujer quitarle en un rápido movimiento esa galleta con chispas de chocolate milímetros antes de Haiku poder metérsela a la boca.

-Te pediste seis cruasanes, 5 pretzels, siete buñuelos, tres sándwiches, dos rebanadas de pastel que por si fuera poco una de esas era mía Pero aprovechaste que me fui al baño, y ahora pediste unas galletas y te llegó una cantidad considerable de la cual en menos de 2 minutos estuviste por comerte todas. Así que si ahora mismo no me dices por qué tienes el ojo morado no pagaré ni un solo centavo todo lo que pediste.- dijo la mujer de bufanda con un semblante serio para luego comerse la misma galleta que había arrebatado de las manos de su hija.

Jaicu cerró los ojos. Rememoraba lo que había pasado ayer con la esperanza de encontrar las palabras adecuadas para no enfrentarse a la muy terrible consecuencia de su billetera convertirse en un nido de polillas, Eso sí es que en primer lugar tenía el suficiente dinero, de lo contrario se vería sometida a estar aproximadamente un mes sin mesada.

Flashback:

Aún totalmente empapada ingresó en su hogar con su característico seño fruncido. El que pudiese abrir la puerta era un gran alivio para la pelinegra, al por fin relajarse estando segura en un 100% de no ser molestada. Ahora mucho más tranquila se dirigió a la cocina para colocar su bolsa en la mesa para luego dirigirse a su cuarto con la intención de cambiarse la ropa mojada a una totalmente seca. Al ingresar en su dormitorio se miró en el espejo. Como era de esperarse su rostro en absoluto reflejaba alguna pizca de buen humor, y no solo por la expresión de su cara o su cabello mojado, sino por el obviamente resaltante ojo morado que adornaba su cara. La cual pasaría a segundo plano al ella bajar un poco su mirada y percatarse con más detenimiento su ropa mojada dándose cuenta para su leve desgracia lo muy húmedos que estaban sus pantalones, por lo que dándose la vuelta pudo confirmarlo. Resaltaba un poco su ropa interior a través de la tela. Después de unos minutos fue a su lavandería con la intención de secar su ropa mientras utilizaba una bata la cual le quedaba algo grande, tal parecía no pertenecerle a ella pero eso mucho no le importaba mientras pudiese usarla por unos momentos. Al colocar su ropa en la secadora internamente rogaba que nadie en la calle se percatase de lo sucedido, aunque después de eso agitó la cabeza para no ponerse de mal humor. Era momento de relajarse y definitivamente al pastel de su mal día no le añadiría ninguna cereza.

En mi perspectiva Eres un tontoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora