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Miércoles 13 de junio 2018, 9:03 A.M. Plaza de la República, Belgrado, Serbia.

Miedo. Dolor. Frustración. Incertidumbre. Impaciencia.

Tristeza. Celos. Soledad. Desconsuelo. Enfado.

Ira.

Odio.

Venganza.

Los sentimientos negativos de los transeúntes se podían palpar a kilómetros de distancia, arremolinándose los unos con los otros en un intento de ver cuál tenía más poder que el otro.

Una mujer de cabello carmesí se encontraba sentada en una de las mesas de un pequeño café, su pelo rojo le caía liso por la espalda, llamando la atención de varios clientes del lugar, sus ojos grises ocultos tras unas viejas gafas de sol, nada útiles para el frío y oscuro día que hacía aún estando a mediados de junio, pero sí para ocultar cómo fijaba su mirada en las incontables maldiciones que deambulaban por toda la plaza.

Los ojos de la muchacha observaban con detenimiento una maldición en especial, que estaba subida en la estatua del príncipe Miguel; sus largos brazos colgando a cada lado del caballo mientras que se quedaba sentada detrás de la figura de dicho príncipe, como si de verdad pensara que podría ir a algún lado, su fétida boca abriendo y cerrándose en un intento de soltar alguna clase de palabra. Podría ser de grado 2, quizás 1 a juzgar por el tamaño. En todo caso, no le dio demasiada importancia, después de todo, el país estaba atiborrado de maldiciones. En comparación a Japón, Serbia no tenía prácticamente habitantes, sin embargo, debido a las guerras y crisis de los últimos años, las maldiciones habían crecido exponencialmente.

La atención de la mujer fue dirigida esta vez al camarero, que le había traído el batido de frutas que había pedido, una pajita azul haciendo contraste con el líquido rosa. 

—Хвала вам. (Gracias).—Le agradeció la joven.
—позови ме ако ти треба још нешто. (Llámeme si necesita algo más). —Le contestó antes de irse.

La chica le dio un sorbo a su batido, degustando los distintos sabores en su paladar, no era el mejor que había probado, pero aún así lo estaba disfrutando mientras veía a la gente pasar por la plaza, caminando apresuradamente de un lugar a otro. El móvil que había dejado sobre la mesa comenzó a vibrar, provocando que varias cabezas se giraran hacia su dirección para rápidamente volver a centrarse en sus asuntos.

Número desconocido.

La pelirroja, sin embargo, no se sorprendió, estando acostumbrada a recibir llamadas de gente que no tenía agregada, siendo estos clientes en la gran mayoría de los casos. La mujer agarró la pajita con su mano libre, dándole vueltas a su batido mientras atendía la llamada, haciendo que los anillos dorados que adornaban prácticamente todos sus dedos reflejaran la poca luz que salía del cielo. 

—¿Diga?
—Irina.

Esta paró de darle vueltas a su batido de inmediato, reconociendo la voz del hombre que provenía del otro lado de la línea, que, por desgracia, no pertenecía a ninguno de sus clientes.

—¿Cómo conseguiste mi número?
—No fue fácil viendo que te has esforzado en desaparecer durante todo este tiempo... por suerte, tengo contactos.
—¿Con contactos te refieres a Yuta?

El hombre se quedó en silencio durante unos largos segundos, contestando así, sin quererlo, a la pregunta.

—Eso ahora no es importante.
—Hmm. —La mujer volvió a darle un sorbo a su batido antes de seguir hablando. —Ya lo creo, viendo que debe haber pasado algo gordo para que Yuta te haya dado mi número... Yaga. —El hombre, Yaga, volvió a guardar silencio, notando el tono frío con el que había dicho su nombre. —¿Y bien? No tengo todo el día.
—En ese caso iré al grano. Los de arriba han solicitado tu vuelta inmediata a Japón.

Cenizas del Tiempo (Gojo Satoru x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora