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Irina estaba sola en el vacío comedor, un humeante café descansaba sobre la barra del pequeño bar con el que contaba la estancia, quizás lo había calentado demasiado, viendo que ya comenzaba a hacer calor aún estando a tempranas horas de la mañana y, además, ni siquiera podía beberlo aún, pero su mente estaba divagando otros asuntos más importantes que su hirviente café. 
Desde que había vuelto a Japón no había estado durmiendo exactamente bien, pero tras el encuentro que tuvo el día anterior con Shoko podía decir a ciencia cierta que había tenido la peor noche hasta la fecha, no pudiendo pegar ojo durante horas. No porque tuviera algo en contra de su antigua amiga, sino por los recuerdos que la habían inundado una vez pudo acostarse en la cama. Por suerte, llevaba sus gafas de sol, ocultando sus ojeras y su cansada mirada.

—Oh. —Irina levantó la vista de su bebida cuando notó que alguien se acercaba a ella. Satoru acababa de entrar también al comedor, manos en los bolsillos de su uniforme una vez más, aunque esta vez no era una venda la que ocultaba sus ojos, sino unas gafas de sol, algo con lo que la mujer estaba más habituada. —¿No es muy temprano para que estés aquí? Hemos quedado en dos horas.

El hombre tenía razón, eran apenas las seis de la mañana y ella ya estaba preparada para empezar el día... más o menos. 

—No podía dormir así que no le vi el sentido en seguir en mi habitación. —Le contestó antes de llevarse el café a los labios, dándole un sorbo y haciendo una mueca al ver que, en efecto, seguía absurdamente caliente.
—¿No has estado durmiendo bien? —Gojo se había parado a unos pasos de donde estaba sentada, dejando caer su cabeza ligeramente hacia un lado como un cachorro, su sonrisa adornando su rostro como siempre.
—No es de tu incumbencia. —Le espetó. Era muy temprano, pero Irina se estaba comenzando a irritar ya, aunque esto a Gojo no pareció importarle, sentándose también en un taburete frente a la barra, junto a su nueva compañera de trabajo. —¿Qué se supone que haces?
—Shoko me contó que se vieron ayer. —Le dijo Satoru, ignorando por completo la mirada molesta que le había lanzado la muchacha cuando se hubo sentado. El chamán juntó sus manos delante de él y apoyó su cabeza en estas mientras la observaba. —Supongo que no fue una buena interacción, estaba enfadada conmigo por no haberle dicho nada de que estabas aquí. —Rió, quitándole importancia al asunto.
—Vuelvo a repetir, no es de tu incumbencia. —Irina volvió a beber de su café, soplando esta vez antes de hacerlo.
—¿No crees que lo has calentado de más? —Preguntó el peliblanco, viendo como las gafas de sol de Irina se empañaban un poco cuando se acercó la taza a sus labios.
—Sí, así que no me hagas tirártelo encima. —Le amenazó la chica, provocando que el hombre levantara las manos en son de paz.
—Nanami se va a enfadar tanto cuando vuelva. —Siguió hablando Satoru, cambiando de tema, bajando de nuevo sus manos y apoyándolas en la barra.
—Ya lo sé. —Irina volvió a hacer una mueca, aunque esta vez no porque se hubiera quemado, sino porque no le apetecía demasiado ser regañada por su kōhai.
—Será divertido.
—Seguro que para ti sí. —Satoru volvió a reírse al ver la cara de la pelirroja, enseñando sus perfectos dientes.

Ninguno dijo nada más después de eso, dejando que el silencio los inundara, demasiado ocupados con sus propios pensamientos, solo escuchando los primeros cánticos de los pájaros que revoloteaban por los árboles que se podían ver a través de los ventanales del comedor. Gojo apartó la vista de las ventanas para volver a centrarse en Irina, que había vuelto a acercarse la taza a sus labios al notar que el café se estaba comenzando a enfriar.

El hombre volvió a apoyar su cabeza en una de sus manos, dejando que su mirada recorriera disimuladamente la figura de la mujer de arriba a abajo, apreciando cada detalle de esta ahora con más intensidad de lo que lo había hecho, ya que la tenía más cerca.

Irina también llevaba puesto el uniforme, la chaqueta de este, más ajustada y corta que la de él, la tenía abierta, dejando ver una blanca camiseta de asillas, perfecta para el verano, aunque esto no fue lo que llamó la atención del hechicero. La chica estaba sentada con una pierna sobre la otra, moviendo ligeramente hacia delante y hacia atrás la que estaba encima, provocando que, gracias a la forma de su falda, dejara a la vista gran parte de sus desnudas piernas. En otros tiempos, Gojo no habría dudado ni un segundo en apoyar su mano sobre ella, acariciándola desde su muslo hasta donde comenzaban sus botas, a mitad de su gemelo, pero ahora no se le ocurriría hacerlo ni por un instante. Al menos si quería conservar su mano. Aún así, el hombre casi podía sentir la suavidad de su piel contra la palma de su mano, que había comenzado a cosquillearle como si hubiera despertado un recuerdo primitivo.

Cenizas del Tiempo (Gojo Satoru x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora