IX.

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9.

 

Desperté con muchísimos dolores en la espalda, entonces recordé que había dormido en el sofá del hospital. Me senté, estirándome bien pero lentamente para aliviar los pequeños pero muchos dolores. Lo primero que miré fue a Zayn, aun acostado allí. Sin señal de vida. Me levanté y fui hacia él. Seguía igual. Incluso, parecía peor.

Me ponía los zapatos, cuando entró una enfermera a verlo. Se asustó. Lo note. Pues su pecho subió de repente. Volvió a salir de la habitación. Y de repente vinieron otros dos enfermeros y comenzaron a llevar la camilla de allí. Era como si yo no estuviese allí.

—Oigan, esperen, ¿Qué sucede? –pregunté, atajando la camilla con mis manos.

— ¿Qué nos ves? La intravenosa no está funcionando. Esta entupida. –dijo la enfermera. –Vamos, llévenlo chicos, rápido. ¡No respira!

Salieron corriendo a toda velocidad de la habitación. No sabía si correr atrás de ellos o si quedarme ahí. Al final, mis piernas no respondieron, y me quedé allí, sola en la habitación. Me senté de nuevo en el sofá y me acomode los zapatos. Ya no quería saber. Entregaba a Zayn en manos de Dios.

Salí de la habitación y me sorprendí por un momento al no encontrar a mis hombres, fue cuando recordé que los dispensé antes de dormir. Mierda, tendría que ir en taxi y no traía dinero. Ah, no. No era necesario. Era muy cerca. Bajé hasta el primer piso y salí del hospital. Comencé a caminar muy lentamente en dirección a casa. Todo estaba muy silencioso. Y uno que otro auto pasaba.

Aun restaban dos cuadras, cuando caí en cuenta que una camioneta negra estaba siguiéndome. Entré en pánico. ¿Qué haría? Actué normal y seguí caminando. Más una cuadra, quedaba una. La camioneta aumento de velocidad. Veía de reojo. Entonces, comencé a correr. Corría y corría desesperadamente. Tengo certeza que era el tipo que me llamó ayer quien estaba dentro de esa camioneta.

Corrí más rápido y finalmente llegué al portón de la casa. Para mi mala suerte estaba cerrado con llave, como siempre. Y el guardia no estaba cerca. Comencé a trepar el portón que tenía más de dos metros de altura, y veía como dos tipos bajaban de la camioneta y corrían hacia mí. Me desesperé tanto que al llegar arriba, simplemente salté, salté de esa gran altura. Los dos hombres comenzaban a trepar también.

— ¡Ayuda! –comencé a gritar. Me levanté, apenas, porque me había doblado el pie. –Ayuda. ¡Ayuda! –grité. Y me volteé a ver que uno de ellos ya casi llegaba en la cima del portón. Me senté nuevamente, no aguantaba.

Vi a Ana y a otro guardia de seguridad viniendo rápidamente en mi dirección.

— ¡Mátenlos! ¡Dispárenlos! ¡Hagan algo! –grité.

—Por el amor de Dios. ¿De qué hablas? –preguntó Ana, poniéndome en pie correctamente.

Me volteé a mirar hacia atrás. Nada. Ninguna camioneta. Ningún hombre. Nada. ¿Qué?

—Esos... Esos hombres que me perseguían... Estaban ahí.

—No había nadie ahí, joven. –dijo el guardia, con su revólver preparado.

La Bella y La Bestia. (Zayn Malik)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora