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__________________________________ 10 de abril de 2015

Era sorprendente el hecho de que el mundo albergaba a miles de personas diferentes entre sí. La Tierra tenía suerte de ser habitada por seres como los humanos, pero también era desafortunada por lo mismo. ¿Podía ser eso posible? Sí, claro que podía, prueba de ello era lo que pasaba día a día en todos los lugares del planeta.

¿Alguna vez alguien se puso a pensar en qué opinaría la Tierra si tuviera la capacidad para interrogarse sobre las cosas? ¿Qué impresión tendría de nosotros? ¿Nos llamaría sus salvadores, que trataban de que mejore todos los días, o sus monstruos, que no hacían otra cosa más que dañarla?

La respuesta estaba muy lejos de eso. Las personas no éramos ni salvadoras, ni monstruos, ni nada de eso. Nosotros éramos y somos egoístas, y es eso justamente lo que influye en la salud del planeta.

El medio ambiente estaba derrumbándose por culpa de todos los productos químicos y gases que usábamos en nuestras vidas. Los bosques estaban desapareciendo por la tala de árboles, de donde sacábamos la madera para nuestros muebles. Las aguas se contaminaban por los residuos que no utilizábamos. En conclusión, la Tierra se estaba cayendo, y la humanidad la estaba acompañando en su caída, con todas las desgracias y delitos que cometíamos a diario. Quizás eso era lo único que los humanos estaban haciendo por su planeta: acompañarlo a su fin.

Así como existían aquellas personas que sólo cometían daños, también estaban aquellas que se esforzaban día a día por hacer del mundo un lugar mejor. Sus buenas acciones y sus logros hacían que haya al menos una esperanza de que el planeta podía salir adelante, pero, casi al instante, ocurría una tragedia que hacía que todo volviera a la normalidad.

El mal siempre iba a prevalecer sobre el bien, por más que todos quisiéramos lo contrario. O eso era lo que ella creía.

Luna siempre había tenido curiosidad y pensamientos profundos por y sobre todo lo que ocurría a su alrededor. Hacía preguntas que casi nunca tenían respuestas, y por ello era considerada rara por todos aquellos que la conocían, a excepción de su familia. No lo entendía, ¿era rara por pensar en cosas que nadie más pensaba?

En fin, la humanidad podía ser terrible a veces, por no decir siempre.

En ese momento, ella se encontraba sentada en su cama, mirando por la ventana el cielo cubierto de estrellas que se presentaba esa noche. Jugueteaba con su cabello, haciéndole trenzas que al rato desarmaba, y se mordía la piel de los labios, un gesto que hacía cada vez que se ponía a sobrepensar las cosas.

La pregunta que en ese momento estaba rondando por su mente, era la de si existía alguien, una sola persona en el mundo, que fuera completamente buena y sincera. La primera respuesta que le había venido fue su nombre, pero luego analizó que no era la correcta. Ella era buena, sí, pero muchas veces le había mentido a las personas que quería sólo para que no compartieran su dolor, y tampoco era sincera consigo misma, ya que se decía que no le importaba los comentarios de los demás con respecto a ella, cuando el caso era todo lo contrario.

La segunda respuesta, fue el nombre de su madre, pero también la desechó. Seguramente, en algún momento de su juventud, había dicho alguna que otra mentira y Luna no lo sabía. Pensó en cada uno de sus familiares, pero dejó de asumirlos como respuesta casi al instante. Era bien sabido que su familia estaba llena de mentiras, más que nada por culpa de los ancianos, pero eso era tema aparte.

Entonces, luego de muchos minutos, llegó a la conclusión de que, aunque alguien lo intentara, nunca iba a poder lograr ser completamente bueno y sincero. Era inevitable no cometer algún error, hacer algo malo o lastimar a la persona que tenías al lado sin proponértelo.

El Pueblo Perdido #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora