Teatro de la dominación: Historia previa al retorno

Capitulo 11: Un amargo y falso final.

-Tras la gran catástrofe, los cielos se despejan y se aclaran los cuatro elementos.

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Erase una vez, en un tiempo distante, carente de tecnología alguna, las personas convivían en paz y armonía, gozaban de todo lo que Dios les entregaba, y ellos lo retribuían adorándolo cada que podían. En una villa, habitaba una pequeña niña sonriente, que siempre llevaba rosas purpuras como pendiente en el cabello. Siempre estaba contenta. En su vida, pocas veces tuvo dificultades, y cuando las padecía, siempre mantenía una positividad que siempre relucía. El morado era su color favorito, lo describía siempre como aquello capaz de resaltar, aun si otros colores lo opacaban.

Con los niños menores a ella, siempre jugaba alegremente. Con los adultos, siempre ayudaba tanto como podía. Se la llamaba "Hija de Dios", pues su bondad era tan igual como Jesús. Con el tiempo, fue creciendo poco a poco, siempre manteniendo su bondad y optimismo en lo alto. Siempre le entrego todo a Dios; dándole tiempo, existir, su bondad y optimismo. Siempre cercana y jamás lejana, su amabilidad contagiaba, sin embargo, algo peculiar que esta poseía era una curiosa historia que siempre contaba a aquellos que tenían el tiempo de poder escucharla. Parecía cuento de terror para contar en la hoguera a altas horas de la noche, y en su final, dando una lección de persistencia pese a las dificultades. La historia mencionaba, decía así:

En un valle repleto de rosas cristalinamente rojas, siempre bien cuidadas, siempre con su destello y color reluciente, había una que destacaba sobre las demás. Estaba en el centro del valle, rodeada por un pequeño estanque. La rosa era mucho mas reluciente de las demás, mas hermosa y colorida. Las rosas a su alrededor, siempre la cuidaban y siempre se alegraban. Cualquiera que pasara por ese valle lo nombraba como "Un umbral de rosas".

Sin embargo, los bellos momentos no perduraron mucho, no lo suficiente. Extrañas aguas rodearon el valle, oscuras y pantanosas, consumieron rápidamente la belleza que antes poseía. A esta agua entrar en contacto con las rosas, se corroían y se cubrían de metal. La bella rosa del centro no pudo salvarse de ese cruel destino. Cualquiera que pasara por ese valle lo nombraba como "Un fantasma de hierro".

Las estaciones pasaban, el valle corroído pronto fue cubierto por capas de nieve. Aquel invierno, presencio tal desastre y en tristeza cayo, sin embargo, al notar que, aquella rosa del centro del valle aun gozaba de algo de vida, su esperanza fue recobrada. Esta, con el fin de protegerla, mantuvo su estación con tal de mantener con vida a la rosa cubierta en mental. Por esa época ya no transcurría personas, y aun así, todo lo que podía ser conservado, fue protegido "Por el frio invierno de la Artemisa".

El invierno paso, aquel valle donde de vida y fertilidad se gozaba, ahora era un valle incoloro y vacío, aquellas rosas cubiertas en metal se habían destrozado por si solas. La rosa en el centro de todo, aun resistía, aun tenia la esperanza de que volvería a sentir sus pétalos recibiendo la luz del sol. El metal que la cubría se empezaba a resquebrajar, señal de que su fin se aproximaba. Por su persistencia, a pesar de que el frio metal se haya destruido, esta aun permanecía, sin embargo, sus rojos pétalos divinos habían desaparecido, estos se fueron junto al frio metal. La rosa se lamentó, siendo un tayo carente de espíritu e identidad, donde solo relucía su determinación tomando forma física; donde solo relucían "Sus espinas ásperas".

La rosa se lamento en soledad, aquellas que la acompañaban se habían ido. Rezo a los cielos del porque este cruel destino, no hubo respuesta. Consumida por su sentir y odio de que su gran creador no le haya respondido del porque la hizo vivir todo esto y arrastrarla a la dolorosa soledad, levanto su muda voz al cielo que ahora era gris. No hubo insultos. No hubo regaños. No hubo queja. Solo gritos de odio y resentimiento que se convirtieron en una tormenta carente de viento, solo truenos retumbaban en el valle. Donde, por karma de su propio odio, un rayo le cayó, calcinando el valle y a la que antes era una bella rosa.