Capítulo I

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La neblina del bosque penetra mi ropa tan rápido como una ventisca invernal, pero aun que el frío acecha por la ropa mojada y la brisa castigando contra mi cuerpo, no dejo de correr. Conozco cada trampa, atajo y ventaja que el follaje marca por la húmeda tierra. El peligro es inminente, pero no imposible de evadir. Soy consciente que si lograba llegar al gran pino no podrán encontrarme, así que corro y corro sin miedo a lo que pueda pasar. Confío fielmente en que esos incompetentes no me alcanzarán.

La encrucijada que conduce a mi destino me detiene y por un momento dudo si tomar el atajo o cruzar el camino seguro, pero como siempre quiero un poco mas de diversión así que avanzo por el camino largo el cual estaba repleto de zonas resbaladizas y rocosas. Ideal para pegarme el golpe del año. No voy a ser tan tonta de caer, pero evitarlo es un tanto difícil, aun si conoces el camino como la palma de tu mano. Continúo entre saltos, resbalones y un que otro latigazo que me da alguna rama.

El galope de los caballos hace vibrar el suelo advirtiéndome que la ventaja se acorta, así que en lugar de arriesgarme prefiero apresurar el paso al gran pino que divisé a unos pocos pasos de mí. En cuanto llego a él me cuelgo ágilmente de las débiles ramas bajas para poder llegar a las alturas del mismo. Mientras me apresuro por llegar más y más alto, el corcel alazán aparece en mi campo de visión junto con otros cuatro y sus despreciables jinetes. Es tiempo de guardar silencio y mantenerse estrictamente inmóvil. Me aseguro de quedar justo detrás del tronco para camuflarme mejor.

—¿Dónde está? —gruñe uno.

Muy minuciosamente me asomo intentando de controlar mi agitada respiración. Esperaba que se adentraran un poco más en el sendero para así poder atraparlos de una forma más justa, pero ya es mucho pedir para estos soldaditos cobardes.

—La perdimos.

Sonrío con altivez.

—Otra vez. —completa otro en forma de protesta.

Quinta vez que lo hacen, ¿Pero quién está contando?

—¿Porqué no seguimos el camino? Es hora de atrapar de una vez por todas a esa mocosa.

¿Mocosa? Agh.

Soy una mujer, grupo de incompetentes.

—No. Vámonos. —ordena el que viene a la cabeza.

Cobardes.

Espero atentamente a que se fueran para salir de mi escondite improvisado y continúo mi caminata hacia la aldea. Pese a que fue un encuentro poco interesante, fue grato no tener que usar mis flechas. Están recién afiladas y habría sido una pena usarlas con un oponente tan indigno e insípido.

Solo avanzo un par de metros cuando un crujido me alerta. El aroma a peligro inunda mis sentidos así que continúo caminando mientras tomo mi arco. Miro de reojo a mis costados y evito voltear para no demostrar una guardia baja.

El mismo ruido se repite aun más fuerte y es como ver las hojas secas romperse bajo la pisada de algo o alguien. Continúa repitiéndose y con la fe en mi oído, tomo una flecha y disparo en dirección a donde creo proveniente la amenaza.

—Casi, pero muy lenta.

Resoplo bajando mi arma.

—Si te quisiera muerto ya te habría matado, Torsten. —alardeo acomodando el arco sobre pecho.

Agarra la flecha la cual está a centímetros de su cabeza, clavada el tronco de un árbol y me alcanza a pasos largos.

—¿Dónde estabas? Tu tío te está buscando por toda la aldea.

Pongo los ojos en blanco en cuanto sujeto la flecha y sigo caminando dejándolo atrás.

—Salí a patrullar.

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