Capitulo 1. "Tu bellaza que fue heredada, a sido arrebatada".

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Una guerra, una nación, un país, todo fue heredado a mi, la única merecida, la mayor, la que fue entrenada por espada y dolor. Mi madre fue reina del país de Grecia,  y fui moldeada como el hierro, tratada como el oro ajeno para ser una reina digna, honesta, una humana con corazón de bondad. Pero ella murio y con ella murió La Paz de su reino y tan solo siendo una niña goberné el país, conociendo el dulce sabor del poder, corrompiendo mis límites, siendo codiciada por reyes y reinas. Y a mis 30 primaveras sigo sosteniendo mi legado, mi titulo, mi vida.

Dueña del país, dueña de la linea de tropas, asesina por excelencia, confundida por los enemigos como un Dios, un ser espiritual, un animal, la mujer que remplazó ala muerte, manos llenas de sangre, llenas de suplicas de perdones de mis enemigos, ¿esa era la vida que mi madre quería?, no, pero llego hacer la excitación de mi piel y la necesidad de mi cuerpo degollar a quien calumniara mi nación.

-Señora, su caballo está cansado, necesitamos tomarnos un tiempo- era alcanzada por uno de mis soldados mientras seguíamos trotando en caballo a nuestro refugio de guerra.

-Si el caballo se cansa, entonces no es un buen caballo, mátalo cuando lleguemos al refugio y denme uno nuevo, un caballo joven- gruñía molesta, deteniéndome en seco, haciendo solo caminar al  caballo de patas negras, era alcanzada por todos mis soldados, con cautela empezábamos a acercarnos a nuestra pequeñas chozas de descanso para la guerra.

Llegábamos, bajábamos de nuestros caballos y los esclavos eran llevados a cuartos de rejas de metal para ser echados ahi. Caminaba con poder hasta los esclavos que eran enjaulados como perros, mi armadura brillaba con el sol, simulando oro en su alrededor, forjada mi armadura, aun con restos de sangre seca de víctimas, mi espada enfundada con el mango aun lleno de suciedad de mis peleas, el tintineo de mi armadura empezaba a alborotar a los esclavos como gallinero.

-Pero miren a estos hijos de perra- una sonrisa se dibujaba en mi rostro, haciendo brillar mis ojos sostenía mi mirada en a cada uno de los esclavos, y como se escondían entre los cuerpos de todos, notaba una melena oscura, con cuerpo delgado.

-Llévame ese a mi carpa- apuntaba con mi dedo, para señalarle a uno de mis soldados.

-Señora, ¿deseé que le demos un baño?. -mi soldado empezaba a abrir la reja tomando del brazo al joven delgado, haciendo este un leve forcejeo alterando al gallinero de los esclavos que estaban asustados.

-No, su olor a miedo es lo que alimenta mi excitación- sonreía enseñando mis dientes alineados y perfectos, girando sobre mis pies y caminando a mi choza.

Quitando mi armadura y quedando en ropas interiores una pequeña tela de seda recorría mi piel aun sucia y con olor a sudor, mi cabello seguía aun mojado por el sudor de mi frente y espalda pegando pequeños mechones de este, mojaba un poco mi rostro con agua, tallando con fuerza quitando sangre seca de mi piel, viendo con atención en el espejo de plata mi cicatriz que abrasaba toda mi mejilla izquierda y subía a mi oreja, perdiendo un cacho de esta en una de mis primeras guerras. Recordando lo mal tratada que fui al llegar victoriosa a mi reino, siendo golpeada con la verdad de mis consejeros, "tu belleza que fue heredada, a sido arrebatada", ¿por mi herida? o ¿por toda esa sangra que derramé?.

-Señora, aquí esta- mi soldado abría la tela de la puerta de la choza, haciendo adentrar al joven delgado de cabello negro a mi habitación, haciendo salir el soldado de la habitación.

Volteaba mi rostro al joven asustado, temblando de miedo, me miraba con ojos de piedad y eso excitaba mi locura. Caminaba hacia el, y lo miraba atentamente, rodeaba su cuerpo con mi andar observando cada parte de él, y ese olor que le daba placer a mis fosas nasales. Me dirigía a mi silla de descanso y posaba mi trasero en ella.

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