2. El castillo de Vegetta

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Roier y Cellbit corrieron a través del desierto hacia la gran estructura que se erigía en un montículo de arena rojiza. Al llegar a las escaleras quedaron a la par subiendo con grandes pasos coordinados, Roier, recordó la realidad de los pingüinos, definitivamente de ahí venía dicha habilidad automática de moverse juntos. Pronto se encontraron frente a las amplias puertas abiertas del castillo, ambos se encorvaron dando respiraciones profundas para recobrar el aliento, al parecer el cansancio también era algo que pasarían en esa dimensión. 

—Gané —intentó hablar a pesar del dolor en su pecho debido al esfuerzo. 

—Estás pendejo —Cellbit jadeaba exhausto al igual que él—, yo gané, a ti es al que le gusta la verga. 

Aspiró profundo de nuevo saboreando la mezcla del aroma metálico y la dulzura de la miel. 

—Tendría qué averiguarlo —respondió antes de toser un poco—, si la sacas lo sabría. 

Roier echó un vistazo al interior del castillo mientras escuchaba la risa sofocada de su esposo, y ahí en el largo pasillo, se encontraba un hombre de complexión atlética vestido con las clásicas ropas moradas que eran fácil de reconocer, y a su lado, abrazándolo por la cintura, estaba un hombre muy alto y musculoso con piel dorada y unos profundos ojos verdes. 

— ¡Papá! —Exclamó con gran emoción y corrió de nuevo para unirse a ellos. 

Vegetta lo recibió con los brazos abiertos, su abrazo resultó ser suave y reconfortante. 

—Mi pequeño niño —lo escuchó canturrear. 

Apretó el abrazo, notando lo diferente que era comparado con los abrazos de Cellbit, Vegetta era suave y su dulce aroma lo hacía sentir como un niño feliz. Lo único en lo que se asemejaban era esa calidez tan parecida a un inmenso cariño.

—Mi niño —Vegetta acariciaba con dulzura su cabello—. Me gustaría pensar que eres ese chico que ayer contrajo nupcias y prometió tener quince cachorros, pero provienes de otro lugar —se separó un poco para mirar a un comprensivo Vegetta de su misma altura—por lo visto sigues siendo tonto en otros universos y has venido aquí para aprender una lección, ¿verdad? 

Ese hombre se burló con voz juguetona antes de darle un suave golpesito en la nariz con un dedo.

—Dudo mucho que nuestro hijo sea el que deba aprender algo —escuchó Roier antes de ladear la cabeza sintiéndose extraño al percibir una bruma familiar a su alrededor delimitando la presencia de Cellbit tras él, quien mantenía una distancia prudente.

—Tranquilo, amor —canturreó Vegetta acariciando el hombro del tenso Foolish.

— ¡Ellos ya eran felices! —espetó un frustrado Foolish— Y ahora resulta que deben retroceder por él.

— ¿De qué hablas? —Preguntó Roier confundido, atrayendo de inmediato la atención de Foolish, quien visiblemente se tranquilizó. 

Era extraño ver cómo su entorno cambiaba de manera drástica solo con su voz. Foolish levantó una de sus grandes manos y la colocó en su cabeza con cariño. 

—Hay mucho de qué hablar —asintió Vegetta— relajaos todos y vamos al gran salón. Tomemos un poco de té y os contaré todo lo que debais saber. 

Sus padres lo soltaron y comenzaron a alejarse hacia el interior del castillo. Roier se giró hacia Cellbit y le extendió la mano en una invitación silenciosa para seguirlo. 

—Guapito —habló ese hombre con voz baja y tensa— no puedo moverme —lo miró con incredulidad—.No estoy jugando —continuó entre dientes—, no sé qué hizo Foolish, pero estoy paralizado.

La última realidad (Guapodúo: Roier x Cellbit)Where stories live. Discover now