3. El muro de Philza y Missa

223 13 3
                                    

Roier y Cellbit caminaban con tranquilidad por los boscosos paisajes, empezando a sentir hambre. El sol se inclinaba en el horizonte, indicando que el atardecer se acercaba, pero su necesidad de comer pasó desapercibida mientras estaban inmersos en una conversación llena de nueva información sobre esa realidad. Se encontraban cerca del alto muro que delimitaba la isla, cuando una sombra alada capturó su atención

— ¿Es un niño? —Escuchó preguntar a Cellbit.

—Con alas de dragón —añadió al ver a la extraña criatura con una gran maleta en brazos desaparecer en la superficie del muro.

— ¡Gracias, hijo! —Escuchó una voz muy familiar gritar.

— ¡Es Missa! —Exclamó hacia su esposo quien sonrió en respuesta.

— ¿Cómo subimos el muro? —Inquirió Cellbit cuando ambos casi corrieron hacia él.

— ¿Trepando? —sugirió al señalar las enredaderas que cubrían la piedra gris.

— No estoy seguro de si resistirán nuestro peso —dijo Cellbit quien de inmediato hizo la prueba trepando un poco—. Sí son resistentes, inténtalo, guapito.

Con cuidado, agarró las gruesas hierbas y se sorprendió al darse cuenta de que eran tan resistentes como la propia roca. Pronto alcanzó a Cellbit, quien seguía trepando.

— ¡El último en llegar a la cima es gay! —Exclamó mientras lo adelantaba. Sorprendentemente, trepar el muro le resultaba tan fácil como caminar.

—Si ya lo somos, pendejo —se burló Cellbit mientras avanzaba a su propio ritmo.

—Ok —aceleró un poco para obtener ventaja— entonces el último en llegar le gusta la verga.

— ¡Tramposo! —Lo escuchó gritar.

Continuó trepando con gran agilidad, y cuando estuvo a punto de alcanzar la cima, Cellbit dio un salto impresionante y llegó antes que él.

— ¡Gané! —exclamó el triunfante alfa— ¡A ti te gusta la verga!

Y a pesar de que Cellbit celebraba su triunfo, se agachó para levantarlo por los hombros y ponerlo en el firme pavimento.

— ¿Será que me gusta? —Respondió sugerente— A ver sácatela.

— ¡Eh, cochinos! —Escuchó el reclamo de su amigo— ¡sus cochinadas a otro lado!

— ¡Missa! —Exclamó con gran alegría, haciendo un gesto a Cellbit para que lo siguiera mientras se dirigían hacia su amigo.

Ambos corrieron a través del campo de papas hasta llegar a una gran máquina donde Philza estaba agachado, moviendo piezas, Missa acomodaba prendas en una enorme maleta, y el niño con alas y cola de dragón esperaba pacientemente, sosteniendo más ropa en sus manos.

— ¿Qué hubo, we? —fue el simple saludo de Missa, quien no apartaba la vista de la maleta.

—Hace tanto que no te veía, cabrón —protestó, tratando de sonar enojado— te cotizas tanto, mierda, que debo venir hasta acá para verte.

Ese chico levantó la mirada confundido, tenía una apariencia similar a la realidad de carne y hueso, pero con las ropas de la Isla Quesadilla.

—Si nos vimos apenas ayer, imbécil —la mirada de su amigo se deslizó sobre él y después a Cellbit— ¿qué hacen aquí? No debería estar cogiendo como conejos?

—No son ellos —intervino Philza, quien había dejado de mover las piezas y los observaba con atención—. Sus feromonas están fuera de control.

—Es cierto —asintió Missa—, apestan.

La última realidad (Guapodúo: Roier x Cellbit)Where stories live. Discover now