8. Cucurucho

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En la mañana, Roier volvió a despertarse en completa soledad, como tantas otras mañanas en sus distintas realidades. Estaba acostumbrado a que Cellbit durmiera pocas horas.

—Hijo de puta —murmuró para sí mismo al ponerse de pie y empezar a cambiarse de ropa.

Recordó molesto el beso tan excitante de la noche anterior. Se imaginó a sí mismo siendo aplastado en el colchón con el enorme pene de Cellbit dentro de él. Estaba seguro de que hubiera podido convencerlo para entregarse, pero esas feromonas lo habían debilitado tanto que parecía que un interruptor en su cerebro se hubiera apagado.

Caminó indignado por el castillo, encontrando a su intelectual esposo nuevamente en la cocina, con el almuerzo listo y la cara metida en más libros.

—Buenos días —saludó fingiendo desinterés, dando pasos largos hacia el refrigerador para sacar algo de jugo.

—Buenos días, amor —saludó ese tramposo hombre con gran cariño.

Sintió un aleteo en el estómago, aunque se reprendió a sí mismo para que no fuera débil.

—No caeré en tus sucios juegos —sentenció al sacar la jarra de jugo y dar un portazo innecesario al refrigerador.

No obtuvo respuesta inmediata; en cambio, se sintió observado al tomar asiento frente a su esposo y ese apetitoso almuerzo lleno de carne, frutas y cereales.

—¿Qué juegos? —Resultaba fácil notar que Cellbit se hacía el inocente— ¿El amor que siento por ti acaso te parece un juego?

Sin mirarlo, Roier emitió una risa irónica.

—¿Crees que es un juego besarme de forma tan provocativa para luego drogarme con tus feromonas y hacerme dormir?

Notó un atisbo de duda en esa actitud exageradamente dulce y sonrió porque lo había atrapado. Levantó la mirada hacia esos ojos hipnotizantes, aunque se concentró en mantenerse firme en su reclamo.

—No te drogué —insistió ese serio alfa que contoneaba la cola como un péndulo, como si de verdad quisiera hipnotizarlo.

—Bueno, como sigues negándolo, para la próxima vez contrarrestaré tus sedantes feromonas con mis ganas de coger y veremos quién pierde la batalla.

La cola de Cellbit cayó al suelo y la mirada seria se convirtió en una expresión derrotada.

—Caralho —se quejó el alfa, levantando la taza de café y disponiéndose a beberla.

—Ah, verdad, pendejo —se burló mientras elegía un plato y empezaba a devorar su comida—. No está bien que te droguen, ¿cierto?

—Perdóname —habló Cellbit con seriedad genuina—. No pensé que lo que hice se sentiría como una droga. Mi intención nunca fue manipularte.

—Lo sé —habló con la boca llena—. Te conozco mejor que a mí mismo, solo por eso te salvas, culero.

Vio a Cellbit sonreír con cariño auténtico mientras empezaban a desayunar juntos. Durante un rato, se quedaron en silencio mientras comían. Roier estaba perdido en sus pensamientos, y Cellbit seguía absorto en sus libros. Sus pensamiento se dirigieron a lo sucedido el día anterior y en todas las recomendaciones de sus padres para desistir de la idea de hacer un pacto con Cucurucho e insistir en embarazarse. Levantó la vista hacia su esposo, quien seguía absorto en el libro y suspiró internamente. Ahora que ese hábil hombre había encontrado una forma de calmar su deseo físico, sabía que lo usaría para evitar el contacto sexual.

Apoyó el codo en la mesa y recargó la cabeza en su mano mientras picoteaba la fruta con desgano. Pensó en que, incluso en esa realidad donde los instintos y las emociones estaban a flor de piel, Cellbit había encontrado la forma de evitar el contacto sexual. Aunque tenía una ventaja en ese lugar; sabía el alcance que podían tener sus feromonas. No lo había comprobado del todo, pero era consciente de la gran influencia que tenía sobre Cellbit usando una cantidad mínima de sus feromonas. Si usara toda su sensualidad omega, podría tenerlo a sus pies o encima, cualquier posición seguramente sería increíble.

La última realidad (Guapodúo: Roier x Cellbit)Where stories live. Discover now