4. Sus nuevos cuerpos

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Después de verificar que todas las ventanas y puertas estuvieran aseguradas y las luces de los pasillos y exteriores encendidas, Cellbit buscó a su esposo con la mirada, pero este había desaparecido. No tardó mucho en detectar el inconfundible aroma dulce de Roier en el aire y lo siguió hasta las escaleras. Subió con paso lento, preguntándose si en otras realidades el aroma de Roier era igual de atrayente, porque aunque la personalidad de ese chico siempre había sido magnética, en esta realidad su fragancia era tan particular que lo hacía desear estar siempre cerca de él.

Al llegar a la habitación principal, se detuvo de repente al sentir un golpe invisible en el estómago; el dulce aroma de Roier impregnaba el lugar mientras su esposo revisaba el armario.

—Toda esta ropa es tuya —se quejaba Roier revolviendo las prendas oscuras del armario.

—Elige algo —sugirió Cellbit con voz sofocada al ver los enfadados movimientos de su esposo.

—Estoy mojado —se quejó Roier, subiendo la empapada camiseta y luchando contra la prenda que se rehusaba a salir por su cabeza—. Ayúdame, pendejo —exigió Roier y, con una risa baja, se acercó para auxiliarlo.

—¿Quieres quedarte quieto, idiota? —pidió con una sonrisa sin poder sujetar la prenda que se aferraba a los hombros del omega

—Me estoy asfixiando, culero —jadeaba su desesperado esposo— ¡ayuda!

Con un gruñido nervioso, lo sujetó de la nuca para mantenerlo agachado, logrando que Roier dejara escapar un jadeo.

—Quieto —ordenó con voz ronca y, sorprendentemente, Roier obedeció.

Aprovechó para sujetar la empapada y entallada prenda para ayudarle a sacar la cabeza, aunque seguía atrapado por los brazos. Cuando Roier levantó la mirada, sus mejillas estaban sonrosadas; él mismo sentía que el calor subía a su cara.

—Termina de quitármela —retó su coqueto esposo.

—Deja de jugar —reprendió en un susurro, aunque de todos modos le ayudó hasta poder quitarle la camiseta y la dedejarla caer en el suelo.

El calor en su rostro comenzaba a abrumarlo, al igual que tener a su esposo frente a él sin la prenda superior. Quería resistirse a mirar demasiado, pero no pudo evitarlo. La piel de Roier era blanca y tersa, los brazos delgados y largos, aunque con algunos músculos que destacaban. La cintura tenía una curvatura perfecta que se enganchaba a las amplias caderas cubiertas por el pantalón.

—Cellbit —susurró Roier, obligándose a levantar la mirada y sintiéndose avergonzado—, tengo frío.

—Vístete —respondió cortante, notando lo brusco de su tono—. O ¿quieres que te vista? —intentó bromear para aligerar su propia tensión. Al verlo sonreír, continuó con su broma— como si fueras un bebé.

— ¿Y tú serías mi daddy? —Lo vio guiñar un ojo y se resistió ante la insinuación, solo sonrió y se acercó al armario para sacar la primera prenda oscura que vio y se la entregó. Su marido la recibió con una expresión decepcionada y se vistió con ella— ¿Eso es un no?

Algo en su cabeza le lanzaba alertas respecto al comportamiento de Roier, era como un termómetro que lo hacía medir si lo hacía feliz, lo hacía enojar o entristecer, y en ese momento no entendía si seguía coqueteando o estaba auténticamente triste. Aunque no pudo seguir con su análisis porque Roier cambió de tema.

— ¿Tú no tienes frío? —preguntó el omega, llevando esas inquietas manos al borde de su empapada camiseta.

Solo en ese momento fue consciente de sí mismo. Se sentía mojado y sucio, se imaginó a sí mismo hecho un desastre y la vergüenza comenzó a incomodarlo. Quizás todo eso solo eran excusas para escapar de ahí; Roier, sin su prenda superior, parecía querer desnudarlo con la mirada.

La última realidad (Guapodúo: Roier x Cellbit)Where stories live. Discover now