Parte 1

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Se retira por la paz. Cuando Mao está segura de que no hay nadie cerca, su vista se dirige a Satoru, quien, como puede, está caminando por uno de los pasillos que conecta a varios más.
No sabe que Suguru ha dejado salir una pequeña maldición.
—¿Estás seguro de a dónde vas? —Mao corre a su lado, de repente mostrándose con un interés que Satoru no sabe si es sarcasmo o no.
—Estoy alcoholizado, no drogado —responde, poniendo una mueca irritada—. Puedo caminar hasta mi habitación.
—Señala dónde es
—¿Ah? —Gira el rostro, viéndola—. ¿Me crees tonto? Por supuesto que es por allá —Señala a la izquierda, pero luego lo piensa mejor y cambia el ángulo de su brazo—, o por allá...
Es la maldita duda en su tono de voz lo que hace a Mao emocionarse mucho más. No lo quiere demostrar, pero esa repentina risa que se le escapa la delata. Dado que Satoru no está al 100%, lo toma como una burla, y no como una demostración de euforia.
—Deja de reírte. Olvidas que me puedo teletransportar, mocosa.
—Si no lo haces correctamente, las barreras de Tengen te atraparán —Lo señala, todavía riéndose—. ¡Eres un idiota! A este paso terminarás durmiendo en el suelo y tus estudiantes te encontrarán.
—¿Piensas que cosas como esa me generan vergüenza?
—Debería —Mao ladea el cuerpo, sonriente como nunca antes—. No todos los días ves al más fuerte medio muerto por tomar sake. —el título sale con voz fingida, una completa burla.

Satoru rueda los ojos, siguiendo su paso. Aunque le pida ayuda a Mao, sabe que no dejará de reírse en su cara en el proceso, ni al día siguiente, ni al día después de ese; ni siquiera la semana que viene. Le recordará el resto de su vida lo que dijo e hizo al estar ebrio, aunque no le cause la misma gracia que antes. Es ese tipo de persona, al menos con él.
Haber hecho esto resultó ser nada más que una espada de doble filo. ¿Aún es muy tarde para usar su técnica? Porque ya está considerando hacerlo.
La mano atrapando su muñeca lo toma desprevenido. Reconoce que es Mao, aunque la acción por sí sola parece ser realizada por otra persona. Lo tironea entre risas, llamando su atención a la fuerza. Sospecha que esas carcajadas acompañando sus movimientos son por su estado y algunas cosas más. No puede definir cuáles.
—¿Seguro que irás por tu cuenta? —otra vez ese maldito tono burlón—. ¿No has pensado que tal vez yo pueda ayudarte?
—Haces bastante al burlarte —Tira de vuelta, soltando su muñeca del agarre de Mao fácilmente— . Me das más motivos para no pedir tu ayuda.
Mao no es de insistir. Es demasiado orgullosa para hacerlo. Es por esa razón que Satoru experimenta un miedo genuino al ver que acorta distancias y lo mira desde abajo con una expresión inusual. La sonrisa sigue presente, mas el extraño brillo en sus ojos lo intriga. Las manos en su pecho son de Mao, pero se sienten de otra persona al apoyarse de diferente forma. No es un peso brusco que parece más un puñetazo; es un tacto gentil, como el de Suguru al sostener su cintura.
¿Está queriendo imitarlo?
Nah, no es algo que Mao haría. Haberse frenado de revertir los efectos del alcohol le está jugando una mala pasada. Las manos recargadas contra su pecho son una alucinación; la realidad es que pudo haberse quedado tirado en una parte aleatoria del instituto y alguno de sus estudiantes (su mejor apuesta es Yuji) lo dejó en el consultorio de Shoko. Será cuestión de horas para que se despierte como nuevo.
Con esa idea en mente, se deja dirigir por Mao cuando vuelve a tomarlo de la muñeca. No se molesta en analizar la trayectoria, ni siquiera en tratar de buscarle la lógica a esta alucinación que

no es nada más que una perspectiva romantizada de Mao. Ella es más de tomarlo del uniforme o simplemente apuntar hacia las direcciones que quiere que tome; reclamarle en cuanto toma la dirección opuesta, o se teletransporta y la hace pensar que la abandonó. No tiene mucho que ver con el agarre en su muñeca que pronto es intercambiado por una mano entrelazada, rozando el borde de lo obsesivo.
—Ah, este camino está muy oscuro —dice, riéndose levemente—. ¿Intentarás matarme donde nadie vea?
Mao lo observa por un momento, preguntándose si de verdad el alcohol lo vuelve el doble de estúpido, o tiene algunos comentarios escondidos bajo la manga que nunca le soltó. Decide ignorarlo, guiándolo para que se adentre más en la oscuridad.
Satoru siente algo duro topar con su espalda; la frialdad y rigidez lo toman de sorpresa, haciéndolo murmullar. Algo entre: «está muy frío» y «no hay presupuesto en esta escuela para arreglar las paredes». Su nariz apunta hacia arriba, viendo a cualquier sitio menos abajo, donde la supuesta alucinación de Mao lo inspecciona como si se tratara de una mascota tratando de averiguar a dónde fue o con quiénes estuvo. Identifica su nariz curiosa olisqueando su pecho; los dientes queriendo arrancarle la chaqueta; las manos sosteniendo los costados de su torso. Hay demasiadas cosas ocurriendo que, naturalmente, su cuerpo reacciona. Cada apretón, cada choque de los desesperados dientes contra sus prendas, crean un arrastre que es percibido por sus nervios.
Satoru sabía que desactivar su infinito traería consecuencias. O, mejor dicho: usarlo en exceso. Este es como una segunda naturaleza, algo que debe desactivar manualmente. Aunque a veces toque a sus alumnos, el único que lo hace de vuelta es Yuji, y no es con las intenciones que Mao demuestra. Cada toque tiene el propósito de sostenerlo con afán, apretar su carne y prestarle una atención excesiva a su cintura. Hasta el hecho de que Mao se pelee con el cierre de su chaqueta resulta, contra su voluntad, estimulante.
Mao tiene delante la camiseta negra y ceñida de Satoru en cuanto el cierre cede. Hunde la nariz en el centro de sus pectorales, donde el aroma que lo caracteriza se concentra. Cierra los ojos, inhala y degusta. Sus uñas se entierran en la carne de su cintura. Se siente motivada a continuar, a recorrer todo lo que no se le ha permitido desde que se le ocurrió meterse con Satoru. Su autocontrol la obligaba a esconder esta faceta, pero, ahora que Satoru ni siquiera la detiene, y el alcohol lo ha dejado tan dócil que respira trabado, Mao se sirve de su cuerpo.

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