Parte 4

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Mao quisiera ofenderse, pero es imposible cuando tiene las emociones a flote. Presiona los labios y asiente, aún sintiéndose frustrada. Siente su interior vacío y sus necesidades insatisfechas. Lo demuestra al juntar sus piernas con obvias intenciones de provocar un roce, viendo el escritorio a pocos metros de ellos con sumo interés. Por supuesto que Satoru lo nota, actuando acorde a ello solamente porque su erección necesita atención también.

La guía al escritorio, y aunque Mao al principio quiere darle la espalda otra vez, Satoru la gira, subiéndola y separándole las piernas sin pensarlo dos veces en cuanto la despoja de sus pantalones y bragas, los cuales no le quitó completamente cuando estaban en ese espacio solo y oscuro. Mao desvía la mirada.
¿En serio es capaz de sentir vergüenza aun después de lo sucedido? No lo tolerará.
Satoru toma a Mao de la mandíbula, forzándola a mantener contacto visual. Repite lo que hizo hace unos momentos: entra lento, poco a poco. Observa su expresión distorsionarse, cómo se traba su aliento. Mao intenta juntar las piernas por reflejo, pero Satoru no la deja al sostener la parte trasera de una de sus rodillas.
La luz es escasa, pero no es problema. Satoru se adapta rápido, pero Mao tiene dificultades para distinguir algunas cosas. Depende de su tacto por ahora, sintiendo el calor corporal de Satoru y sus manos tan demandantes. No es como si pudiese hacer algo en estas condiciones tan deplorables. Su cuerpo es guiado con facilidad, como si fuera una confianza ciega lo que la motiva, cuando en realidad se trata de su debilidad.
Al principio no siente la misma estimulación que antes. Mao agita la cadera, anhelando experimentarla de nuevo, pero no puede lograrlo por su cuenta. Satoru tiene que interferir, cargando con su peso por medio de un fuerte agarre en sus caderas, levantándola fácilmente del escritorio. Mao se apoya con los codos, largando un chillido al sentir el desliz que tanto extrañaba, moviendo las piernas sin intención.
La carga como si fuese nada, despertando su agobio. Se siente como un juguete, o algo menos que eso. El pensamiento no parece molestarle tanto como quisiera, pues cuando menos lo espera está mostrando la garganta, dejando escapar un suspiro tembloroso. Los dedos de sus pies están curvándose. De pronto el molesto agarre contra su piel no se siente del todo, y sólo queda el agradable hormigueo en su vientre bajo, entremezclado con una fuerte necesidad por estimular su clítoris. Solo que, ¿Cómo hacerlo cuando se apoya sobre sus codos? Más importante aún: ¿Satoru se detendrá si lo intenta? Hasta ahora no sabe qué tal ha tomado sus disculpas, ni cómo se encuentra en cuanto a ánimo. No quiere tentar demasiado los límites cuando su propio placer está en juego.
Será un infierno para ella. La estimulación la hace sentirse constantemente en el borde, pero no basta para alcanzar el orgasmo que tanto busca. Quiere llorar de la frustración, implorar aún más de lo que ya lo ha hecho; arañar la madera, exclamar desde el más íntimo rincón de su pecho que necesita algo adicional, algo que la haga temblar y ceder al placer.

Y si no lo pide, no lo recibirá. Mao aún no dice nada, pero puede sentir su orgullo desmoronarse con cada segundo que pasa, con cada vez que lo considera. Es difícil hacer una petición cuando tiene la impresión de que Satoru ha hecho suficiente; el hecho de que siquiera continúe con esto después de lo que hizo ya es bastante. Si el día fuera otro, Mao le diría con descaro todo lo que piensa, todo lo que le disgusta, pero no se atreve cuando ni siquiera ha recibido respuesta alguna a sus disculpas.
Satoru es una persona difícil de leer. Podría estar diciendo una broma con toda la seriedad del mundo, o decir algo de gravedad como si se tratara de una estupidez. Sus expresiones tampoco ayudan; están cubiertas por lentes o una venda; por una fina línea creada por sus labios, que a veces se entreabre para dar espacio a un suspiro, o un comentario sarcástico dirigido a ella.
No se atreve a quejarse de manera verbal, pero sus ruidos frustrados la terminan delatando. Como en ocasiones anteriores, el único que recibe algún tipo de satisfacción resulta ser Satoru. Mueve su cuerpo como le place, cargando con el peso sin siquiera ponerse a pensar en las marcas que le dejará en la piel. Golpea su punto cada vez, mas esto sólo sirve para acumular quejas que hacen que le pese la lengua, la garganta.
Su tono se quiebra de tal manera que parece que acabará sollozando de todo corazón en cualquier instante. Los codos de Mao se deslizan de la madera, pues su primer instinto al experimentar tal cosa es cubrirse el rostro, escondiendo sus emociones de todos los espectadores posibles. Aunque, el único testigo es él.
Y el único que lo provoca, también es él.
La parte superior de su espalda toca la madera debajo. Los antebrazos de Mao no pierden tiempo en resguardar sus ojos con pestañas humedecidas. Lo poco o mucho que no se alcanza a cubrir son sus labios fruncidos y mandíbula tensa, junto con los característicos espasmos en el torso que indican lo mucho que se contiene de reaccionar.
Mao, dentro de su cabeza, considera que no tiene sentido reaccionar de esta forma que, a su parecer, es exagerada. No es que le espante la idea de desahogarse de vez en cuando; es reconfortante a su manera. El problema empieza cuando es consciente de que las circunstancias son las equivocadas, y Satoru sólo está presenciando más y más grietas en la personalidad que normalmente le demuestra.

Nunca quiso que viera este lado de ella. Cómo reacciona cuando las emociones la sobrepasan, cuando la estimulación no le resulta suficiente, cuando lo que no esperaba mostrar es descubierto por la fuerza hasta el punto en el que sólo le queda admitirlo. Una de las cosas que podía hacer para no sentirse inferior, era recordarle a Satoru que no doblaría las manos de ninguna forma, que, si se le ocurría verla por sobre el hombro, haría lo que fuera para impedirlo y borrarle esa estúpida expresión llena de superioridad.
¿Ahora qué le queda? Después de terminar provechándose de su ebriedad, comportándose de una forma cuestionable hasta el último momento y pidiendo disculpas por ello; llorando al no querer que nadie más la observe en estas condiciones delante de la primera y única persona a la que nunca ha considerado pedirle ayuda. ¿Lo irónico? Que en este mundo Satoru es considerado un maldito pilar, así que no pedirle ayuda es el equivalente a rogar por una catástrofe.
No sabe si el hecho de que no pueda identificar las reacciones de Satoru la destruye más. Sigue moviéndose, suspirando, aferrándose a su carne. Mao depende del tacto, porque su vista no da para mucho al estar a oscuras. No nació con las bendiciones cargándole los hombros como Satoru, así que tener la incertidumbre de qué clase de expresiones está haciendo, de cierta forma agrega más grietas a su compostura.
Lo curioso es que su cuerpo no deja de experimentar placer a pesar del lío que tiene en la cabeza. Sus experiencias físicas están separadas de las emocionales, creándole confusión. Ciertamente puede elegir a qué prestarle atención, pero necesita un empujón, algo que la traiga de vuelta. La cantidad de estrés que le genera no tener control de nada la está jodiendo, atando con fuerza ese nudo que tiene en la garganta—
Satoru cambia posiciones. El escritorio se vuelve su asiento, lo cual no se le dificulta con la altura que tiene. La novedad trae consigo algo que ninguno de los dos acostumbra a realizar: un abrazo. Sus pechos están tan juntos como sus pelvis, creando el roce adicional que Mao necesitaba, y de paso un conflicto extra con el cual lidiar.
Satoru es una persona difícil de leer. Podría estar diciendo una broma con toda la seriedad del mundo, o decir algo de gravedad como si se tratara de una estupidez. Podría estar abrazando su cuerpo como si buscara aliviar lo que sea que le esté haciendo daño emocionalmente, pero también manifestando un egoísmo descomunal al continuar sirviéndose del cuerpo de Mao.

Mao muerde las prendas de Satoru, bufando con fuerza. El empujón que tanto buscaba la hace olvidarse de los lloriqueos que quería dejar salir, dándole la fuerza para agitar la cadera hacia delante y hacia atrás, meciéndose sobre el regazo de Satoru, creando mayor presión en su punto con la nueva oportunidad y control que Satoru le ha brindado. Satoru la apoya con las manos sobre sus glúteos, guiándola y en parte sosteniéndola.
El ritmo es horrible, desesperado, pero a ninguno de los dos parece importarle cuando están ansiosos por que esto termine. Mao rasga la cara ropa de Satoru con la fuerza de su mandíbula, lo cual parece ser un daño mínimo a comparación de todos los estragos que le quedarán en la piel. Incluso si no lo han discutido, saben que no tendrá sentido pelear por esto cuando saben muy bien que han perdido la consideración mutua.
Las piernas de Mao empiezan a temblar, perdiendo la energía que tenían para continuar. Satoru lo compensa al mantener el ritmo, usando sus manos para continuar con lo que Mao no puede manejar. ¿Una pausa cuando ambos están tan cerca? Ni en sus pesadillas.
Mao se retuerce, estrujando los brazos de Satoru y hundiendo la cabeza en su pecho. El temblor en sus piernas no se detiene, pasando a ser pequeños espasmos, y luego varios intentos por cerrarse. Entonces, cuando todo eso se vuelve insoportable, su tan esperado orgasmo la hace ahogar un alarido contra Satoru. Su interior se contrae, convulsionando alrededor de aquello que está hundido en ella. Satoru se sobresalta, pero reacciona positivamente, trabándose en el ritmo al experimentar una repentina debilidad.
Ya ha sucedido antes, pero la sensación de la humedad excesiva entre sus piernas nunca se volverá familiar. Aunque Mao se queje, no tiene las fuerzas para separarse y deshacerse de inmediato de los restos que Satoru ha dejado. Está muy ocupada terminando de digerir el cúmulo de sensaciones y experiencias, quedándose en la misma posición: recargando la cabeza sobre el pecho de Satoru, recuperando el aliento y soltando poco a poco los brazos que aprisionó entre sus dedos.
Lo que viene después de estos asuntos es una sensación profunda de arrepentimiento, la famosa lucidez. Mao tiene poco tiempo para relajarse, disfrutar de la mente en blanco que un orgasmo le brinda. Ignora a Satoru en su totalidad, quien poco a poco la suelta para inclinar su espalda hacia atrás, apoyándose sobre sus brazos. Mao, dado su estado, sigue el movimiento para no perder el apoyo sobre su cabeza. Si se le ocurre levantarse o moverse en este momento, lo más seguro es que acabará tambaleándose, o en el peor de los casos, tropezándose con sus propios pasos.

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