Public Bathroom

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Si Mao hace el esfuerzo, está segura de que quizás puede juntar los pedazos de sus recuerdos, al menos hasta tener una idea más sólida de lo que ocurrió en los últimos días. Sin embargo, su suerte no es tanta; tiene a un bueno para nada en frente suyo, mirándole con el entrecejo arrugado y la nariz alzada, cubriéndole gran parte del panorama con su complexión.
—Estás estorbando, Gojo.
—Me lo dices como si yo hubiera estado durmiendo en medio de un parque —Se mira las uñas un rato, y después redirige sus ojos a su dirección—. ¿Quién estorbó más en las últimas horas?
En lugar de discutir como usualmente haría, Mao se lleva ambas manos a la cabeza, masajeando su cuero cabelludo con las puntas de los dedos. Ambos de sus párpados se caen en el proceso junto con un suspiro pesado, tan ruidoso que parece un grito.
—En otras circunstancias estaría encantada de debatir contigo —Abre uno de sus ojos, no sin antes apartar algunos mechones de cabello de su cara—, pero ni siquiera soporto la poca luz que hay. Escuchar tu voz tampoco ayuda.
Ese último comentario parece irritar a Satoru, y en lugar de dejar que se levante de la reconfortante y dura banca en la que estuvo durmiendo, sienta el trasero de Mao de vuelta en la estructura al aplicar peso en uno de sus hombros. Mao sisea audible, pero antes de que pueda quejarse como debe, es interrumpida por un:
—¿Y tu celular?
Revisa frenéticamente en los bolsillos de sus pantalones, delanteros y traseros; en el montón de compartimientos de su chamarra, tanto exteriores como interiores. Inhala agudo cuando no siente nada, ni siquiera los audífonos de cable que acostumbra a cargar. De inmediato mira a Satoru con sospecha, y este arruga la nariz.
—Te juro que si tú lo tienes-
—Ah-ah-ah, no empieces con eso. No tendría entre mis manos tal cosa; no soy fan de las pantallas rotas, ¿sabías?

Mao pone los ojos en blanco, adolorida porque su cabeza pulsa de solo escuchar la voz de Satoru. Se levanta, endereza las piernas y mira fijamente el suelo, la parte menos brillante de su entorno, mas casi ladra al ser agarrada de la muñeca; en un esfuerzo inhumano por no explotar de molestia contra Satoru, tira múltiples veces, dándole el sutil mensaje de que no está de humor para sus juegos estúpidos.
Pensándolo mejor, a nadie le importan los sentimientos de alguien tan egocéntrico.
—Suéltame, Gojo —Gruñe—. Que llevemos años conociéndonos no significa que-
—Significa... —interrumpe, arrastrando a Mao consigo con unos cuantos tirones. Mao está tan desgastada físicamente que no puede oponer mucha resistencia, y eso provoca un ruido amargo en su garganta—, que vendrás conmigo. Realmente no estás en posición de exigir algo ahora. —el tono de voz cambia en profundidad, y al instante se palpa en el ambiente que lo juguetón ya no está más. Mao decide ser prudente, cautelosa. Su estado físico es deplorable, tanto que hasta un tono fuerte de voz la haría retorcerse.
Satoru no es tan tonto como para no usarlo en su contra. Es mejor que no haga nada que desencadene una situación indeseable.
Se deja guiar por Satoru, no prestándole mucha atención al agarre alrededor de su muñeca ni mucho menos al trayecto. Mantiene la cabeza agachada, aprovechando la leve sombra que le brinda su cabello, un manjar para sus ojos sensibles a la luz del sol. Parece que apenas está saliendo, pero eso no significa que le moleste menos la forma en la que las calles se iluminan.
Satoru es otra historia. Tiene una expresión tosca en el rostro mientras mira a su alrededor, anhelando el lugar perfecto para tener a Mao sin escapatoria. No lo dirá en voz alta, pero necesita corroborar algo-
—¿A dónde me estás llevando? —pregunta, con un tono escandaloso y chillón—. Gojo...
—Para tener resaca sí que te gusta insistir, ¿eh? —Da varias zancadas más, volviendo a llevarse a Mao consigo. Abre rápidamente la puerta al registrar que no hay energía maldita, por ende, ni un alma presente en el lugar—. Te desapareciste tanto tiempo que había olvidado cuán molesta eras.

—¡No vayas a morderte la maldita lengua! —reclama fuerte, dejando la prudencia de lado. Satoru está siendo más irritable de lo normal, y sus usuales juegos colman su paciencia más rápido que un fósforo ardiendo. Por supuesto que el idiota no lo nota porque prefiere seguir maniobrando como se le antoja con su debilitado cuerpo, y Mao alcanza un punto de quiebre enorme al ser ignorada con tanto descaro—. Realmente te seguí el juego por la paz, pero no sirve tratarte como un ser humano, Gojo —Vuelve a tirar, tan fuerte que la moción le lastima. Satoru no cede—. Suéltame.
Sólo cuando Satoru los encierra a ambos en lo que parece ser un cubículo de baño, tan estrecho y desolado que a Mao se le ponen los cabellos de punta, sólo ahí se le ocurre obedecer. Mao se lleva ambas manos contra su propio cuerpo como si le hubieran quemado, disgustada por el trato y la invasión de su espacio. Una vez que intenta dirigirse a la puerta para abrirla y largarse, Satoru aprovecha su complexión para no dejarla escapar.
—¡¿Ahora qué, Gojo?! —alza la voz, tan irritada que inconscientemente agita las manos, abriendo las palmas y dejando sus dedos tensos—. ¡Ya me aburrí de tu tonto juego! ¡Déjame en paz antes de que quiera romperte la maldita nariz!
—En ese caso estamos en las mismas —Alza la venda que le cubre la vista, buscando observar con mayor detalle a Mao, quien se contrae de inmediato bajo la mirada tan pesada que tiene—. ¿En qué pensabas al desaparecer durante días, Mao? El director casi me rebana el cuello al asumir que la misión que te asigné era demasiado para ti —Coloca una palma justo a un costado de ambos, recargando las huellas contra la fría cerámica—. Y no fue divertido buscarte. Peor aún, encontrarte en estas condiciones.
—Terminé mi misión, y eso es lo único que debería importarte —Su nariz se va hacia arriba, manteniendo el contacto visual con Satoru a pesar de lo mucho que le matan sus ojos—. Merezco hacer algo aparte de eliminar maldiciones... —Inhala inaudible, experimentando un tirón en su sudadera. Sus clavículas son expuestas, y es imposible que no se sonroje por ello—. ¡Apártate!
—¿Y exactamente qué hacías? —cuestiona, viendo las marcas de alguien más en su piel. Mao no responde, así que continúa hablando—. No tienes prohibido nada, Mao. Tú, yo, todos sabemos que tomas tus propias decisiones...
—¡¿Entonces cuál es tu problema?!
La cerámica bajo la punta de los dedos de Satoru se rompe, y el reclamo de Mao se distorsiona en un quejido por el ruido.

I wanna be yours Donde viven las historias. Descúbrelo ahora