Y morí cien veces, sin saber que el amor que recibía no era voluntario,

sin haberme dado cuenta que entre su corazón y el mío había una gran diferencia.

¿Quién es tan miserable para exprimir sus últimas gotas de sangre sin medir su propio gasto? El que lo pide; sólo entonces empiezas a sentir el amargo en tu garganta.

LECHE, MIEL Y CAFÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora