Sin retroceso.

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Todo estaba bien.

Hasta que miré por la ventana y observé, en silencio, cómo el agua de la lluvia se deslizaba por el cristal.

Sentí cómo me rompía lentamente en ese instante.

Escuché un sonido, y aún no sé bien si era el sonido de la lluvia chocando contra mi ventana o si era mi corazón rompiéndose en pedazos.

Pero me percaté de la verdadera realidad: ya no iba a volver.

Se fue, pero esta vez de forma permanente.

Y no sé cómo sentirme. Si yo sabía de sobra que algo trágico estaba a punto de ocurrir pero no hice nada para evitarlo. Me siento una cobarde.

Porque fui yo quien le incitó a irse.

Preferí huir antes que luchar.

Tiré y tiré de la cuerda hasta que esta se tensó demasiado y acabó por romperse.

Qué ilusa fui al pensar que un golpe de más a sus sentimientos no importaría, hasta que la última gota colmó el vaso y el golpe más grande me lo llevé yo al perderle.

Y ya entendí cómo era todo. Pero fue demasiado tarde.

Cuando quise llamarle, una presión invadió mi pecho al entender que no respondería. Al entender que si no cuidas lo que quieres se termina marchitando y se marcha.

Y, ahora, siempre que llueva, lo recordaré.

Quizás no a esa persona, pero sí el dolor que implica dañar a alguien hasta el punto de tener que verle marchar.





Sentimientos donde florecíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora