Parte 4

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Alicent estaba intranquila, y sus garras salieron con el instinto de proteger a su cachorro, mientras su bebé reía y palpaba con sus manos el rostro del príncipe, el cual suavizó su expresión y sus naturales impulsos por cuidar a alguien de su “manada” salieron, apretando al bebé contra su pecho.

El pequeño estiró uno de sus brazitos, y tomó entre sus dedos un mechón del cabello plateado. Alzó sus ojos, amatistas, y miró al mayor que parecía tener el mismo reflejo al compartir el mismo tono, entonces esbozó una sonrisa como si decidiera le agradara.

Sin ninguna duda de quién era su padre, Daemon encaró a la omega severamente.

—Es hijo de mi sobrina. Sangre de dragón– Afirmó, y desvió sus ojos a los pechos todavía desnudos de la menor.

Alicent se cubrió con los brazos. La ligera vergüenza volvió a aparecer, pese a haberse acostado con él hace apenas unos diez minutos y haberse mostrado tal cual vino al mundo, aunque no se amedrentó decidiendo tenía que ser firme por su hijo.

—No sabía le importaban tanto los bebés ilegítimos– Dijo en tono áspero, sin quitarle los ojos de encima a su hijo. No iba a permitir lo roben de su lado, en la corte lo considerarían un estorbo que debería desaparecer, y si antes su casa le dió la espalda a ella, menos considerarían al niño como parte de la familia.

—No conozco más– Se limitó a responder Daemon, e iba a pasarle por al lado a la omega, pero ella se interpuso empujando su pech tercamente– ¡Un dragón no puede ocultarse, y menos en estos lugares!

—¡Te lo suplico, no te lo lleves! ¡Tampoco le digas a Rhaenyra ni a nadie!– Exclamó la del cabello rojizo, sacudiendo su sedosa melena con desesperación.

—No me interesas tú, pero ese bebé es un Targaryen. Teñiste su cabello, ¿Verdad? Rhaenyra debería saberlo, podría estar bajo mi cuidado.

La joven negó frenéticamente, sin creer en lo más mínimo que las palabras del “príncipe del lecho ee pulgas” fueran dignas de confianza, y por mucho que ese lugar no fuera el idóneo para criar un bebé, mínimo ella siempre procuraría lo mejor y no estaría con la incertidumbre de no tener idea cómo estaría su hijo. Él sin duda era igual a todos los demás alfas, que tomaban lo que querían independientemente de las consecuencias. La futura alfa regente no podía pasear frente a los lores un hijo bastardo, a saber qué le pasaría al bebé o si Rhaenyra podría protegerlo.

Apretó los brazos del príncipe, clavando agresivamente sus garras. Su corazón latía desbocado, y a pesar otra vez tenía sus pechos al descubierto, su expresión se tornó enteramente seria ignorando ese hecho. Ella era pequeña frente a él, apenas llegaba a su pecho, y tampoco podía compararse en fuerza.

Afortunadamente, Daemon sólo bufó y bajó la mirada a los senos al descubierto.

—¿Quién más lo sabe?

—Nadie más– Mintió Alicent, intentando no cambiar su expresión. 

—¿Eres tan popular aquí para tener todo esto sin ayuda de nadie, y aún así haber sido encamada por pocos alfas?– Daemon frunció el ceño mirando las sábanas nuevas, el vino, y las cortinas verdes con encajes. Parecía más la habitación de una joven corriente. No le extrañaba generara tanto interés, seguía siendo una carne fresca la cual poder saborear. Una flor maltratada, pero aún con pétalos blancos y néctar dulce.

Y en contra de lo que quisiera admitir, la omega también era muy hermosa. Dioses, entendía perfectamente por qué Rhaenyra luego de una noche no podía volver a sentir el mismo placer malsano que generaban las cortas aventuras en las marginadas calles de la seda.

La menor tensó sus hombros, apretando sus propios rosados labios juntos, evidentemente indispuesta explicarle quién más sabía de su paradero. Aunque Daemon tenía en claro se trataba del mismo Gwayne, tampoco tenía interés en contarle ese dato. No cuando se estaba esforzando en mantener su respiración serena, mientras entre sus piernas tenía una erección exigiendo más de esa dulce flor, cuyos pechos desnudos tenían una morbosa línea por la leche maternal.

Si podía contenerse, era debido al bebé que aún cargaba, y se acurrucaba en sus brazos. No negaba era un alfa inmoral, ni le interesaba cambiarlo, pero su familia le evocaba sentimientos más contradictorios y enternecedores.

Lo devolvió a la omega, quien suspiró profundamente, y besó el rostro de su hijo repitiendo “gracias, gracias, gracias...”, y abrió la puerta pasando el infante a la vieja omega encargada de cuidarlo.

Una vez volvieron a estar solos, Alicent jadeó sorprendida al ser empujada sobre la pared, y las manos del alfa apretaron su cintura mientras gruñía y juntaba sus cuerpos en forma sofocante. Las zonas de sus pieles rozando se calentaron, y jadeó confundida por el inesperado placer, con el cosquilleo entre sus piernas volviendo. La omega respiró hondo a tiempo que abrazaba el cuello del platinado, aturdida por la explosión de las feromonas ajenas con un aroma a lavanda, y el cuerpo de Daemon haciendo fricción con el suyo, frotando su entrepierna sobre la ropa con vehemencia.

La menor gimoteó, sus piernas temblaron casi sintiendo su cuerpo caliente se derretía con las manos del príncipe volviendo a recorrerla. Sus pechos se endurecían y saltaban ante sus estremecimientos, rozando los pectorales del alfa.

—No creía fueras tú cuando te ví...– Susurró Daemon recorriendo gracias a sus manos la pierna derecha de la omega, desde los glúteos firmes, y bajó trás la rodilla ajena, para levantarla y separar las piernas de la joven para un mejor contacto con sus partes íntimas. Alicent soltó un suspiro nasal, y su vista estaba empañada debido a la puntita tanteando su entrada lubricada,, así como sus pálidas mejillas sonrojadas. Demasiado hermosa y tentadora– Le dijeron a todos que moriste en una orgía, pensé sería más propio de tí.

—¿Una qué?– Ya sea por desconocimiento o la distracción de esa atención que estaba recibiendo, Alicent preguntó.

—¿Por qué estás aquí y no más lejos?

—Me compró primero alguien de volantis, por unas horas... Mi amo me vió y triplicó mi precio– Una sombra amarga cubrió el bello rostro excitado de la muchacha, así como el ceño arrugado de un terrible recuerdo que intentaba suprimir.

Y de algún modo, eso hizo Daemon golpeara la pared alejandose con una molesta astilla de compasión pulsando en su pecho. Quiso creer se debía a que ella era la amada de su sobrina.

La omega se mantuvo inmóvil sin creerlo, y preocupada todavía recordando no había pagado, creyendo hizo algo que no le gustó, pero el príncipe acomodó su ropa y la agarró de la muñeca, guiandola afuera de la habitación. Casi de inmediato, se encontraron al alfa dueño de Alicent, el cual frunció el ceño sin entender la escena.

—¿Cuánto cuestan ella y su hijo? Los quiero, dime un precio y no vuelvas a mencionar de ellos– Preguntó Daemon, y la del cabello rojizo alzó la vista con sorpresa.

Incluso los omegas cercanos pertenecientes al burdel abrieron de par en par los ojos, o sonrieron con desdén, viendo injusto la prostituta más recatada y menos comprometida con el trabajo, que tuvo que ser encerrada varias veces para convencerla cumplir su labor, halla llamado de tal modo la atención de un “pez gordo”.

Los Dragones LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora