Parte 9

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El regordete bebé a sus dos meses hacían ver los brazos de Alicent más delgados y delicados, Daemon en su mente los comparaba con un delicado y firme cordón de seda.

La omega a pesar de ser alta para sus quince años, todavía tenía una figura grácil y esbelta, cuando cargadaba a Aegon de no ser por los movimientos del bebé podría hacerse pasar por una niña jugando con su muñeca.

Alicent depositó varios besos en la nariz de su pequeño, y su hijo se rió con su voz aguda resonando a carcajadas antes de pasarlo a los brazos del alfa. Al principio Daemon lo encontraba molesto, aparte de llevarlo en Caraxes como se acostumbraba en los infantes Targaryen, evitaba otro contacto las primeras semanas, pero la insistencia de la omega por tener a su hijo cerca criandolo de forma activa hizo poco a poco se acostumbrara a la risa del niño, sus llantos y actitud caprichosa.

—¿Nada fuera de lo común?– Susurró una vez que Alicent salió del carruaje y retiró su calzado, caminando descalza por la playa.

—Aburrido– Contestó la joven nodriza, bostezando y cruzó las piernas sobre el asiento del frente– ¿Se acobardaron luego que fuí tan hábil deteniendo sus planes de secuestro?

—Hay algo más. No bajes la guardia– Replicó Daemon, sintiendo a Aegon palpando su cara. Lo cargó más en alto, posando sus ojos sobre el rostro sonrojado del infante. Los deditos se retiraron hasta alcanzar sus mejillas, permitiéndoles percibir el tibio toque del gentil bebé.

Relajó su ceño fruncido, con la sensación de algo cálido deslizándose por si estómago, y esbozó una sonrisa. Aegon le correspondió el resto, aplaudiendo eufóricamente.

El chapoteo repentino en el agua hizo que Daemon se pusiera alerta y volteara en busca de Alicent con la mirada. La sonrisa no tardó en aparecer sobre su rostro cuando la recatada omega levantó su vestido, mostrando sus piernas desnudas sumergidas hasta la rodilla en el agua. Su largo cabello rozó el borde del mar cristalino, girando sobre sus talones como si estuviera bailando con alguien imaginario.

—Mi hermana siempre quiso hacer eso– Comentó enternecido Gwayne, de pie junto a las puertas del carruaje.

Esta vez, Daemon no encontró un comentario sarcástico qué decir, simplemente observando fijamente el vestido rojo de la joven pegarse a su cuerpo por la humedad, la expresión relajada en el bello rostro ajeno alzado hacía el cielo, exponiendo su tentador cuello marcado. No la había tocado de nuevo desde que la compró del burdel, el maestre había dado órdenes estrictas de no presionarla por un tiempo a intimar hasta que se recupere de las lesiones por las violaciones sufridas cuando vendía su cuerpo.

Sin embargo, ahora estaba bien, pudo recuperarse en dos meses...

Aegon se cansó pronto, y entonces el príncipe lo dejó en brazos de la nodriza para que durmiera, permitiéndose bajar hasta acercarse a la orilla.

Unas gotas de lluvia cayeron por la cara de Alicent, pero ella no se mostró preocupada, bajando sus largas pestañas hasta cerrar sus ojos.

En verdad parecía una flor carmesí recibiendo en sus pétalos la lluvia sin preocupaciones. No obstante, Daemon sabía lo atormentada que realmente estaba su prometida.

Suspiró profundamente, dejando atrás sus botas.

Alicent no oía nada más que el agua, para ella en ese momento sólo existían las olas y el viento frío. Quizá estuviera helada, pero al fin tenía algo de paz en sí misma. Como si su impureza pudiera ser lavada en aquel instante.

Se sobresaltó con el toque de una gran mano cálida rodeando su cintura, y sintió un cuerpo ajeno rodeandola desde atrás. El aroma a cenizas y lavanda la rodeó, entonces relajó los hombros reconociendo al príncipe.

Los Dragones LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora