Parte 14

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Las manos de Alicent temblaron, su vientre estaba frío por dentro, y afuera ardía. Luego la sensación de miles de agujas clavándose en su interior se extendió a cada centímetro de su cuerpo con el movimiento. En cambio, por fuera se congelaba ante la deducción de Daemon sobre la implicación de Rhaenyra en el ataque a la boda.

La promesa de buscar venganza hizo eco en su cabeza, empezando a mover frenéticamente la cabeza.

Quería contra argumentar la posible participación de Rhaenyra en todo lo reciente. Si bien ella no pudo elegirla a su hijo sobre el trono, era lógico. ¿Quién renunciaría a su estatus y toda su vida por dos responsabilidades tan grandes y una mancha enorme en su reputación? Ella como heredera debía saber bien eso. Sin embargo, la implicación que decía Daemon era algo mucho más grave.

¿Rhaenyra ocultando al culpable o siendo cómplice del ataque que mató a Gwayne? ¿La misma situación que casi mata a Aegon y la propia Alicent?

No obstante, la lógica que usó el príncipe... Tenía todo el sentido del mundo. Daemon fué quien entrenó a Rhaenyra toda la vida, el que la guió como si de un hermano mayor se tratase, y teniendo sólo diez años de diferencia todos sabían eran muy cercanos. Sus palabras no serían vanas. Tampoco encontraba una razón para que inventara columnias...

Su corazón se aceleró mientras le traían la capa, y un ruido metálico llamó su atención estremeciendola.

Daemon sacó una daga y la enterró en la pared de un lanzamiento. Luego miró a la Omega que estaba tragando saliva con los ojos bien abiertos, recordando con ese tipo de armas habían matado a Gwayne.

—Te defendiste lo mejor que pudiste– Dijo el platinado señalando hacía el arma clavada en la superficie. Creyó que el estremecimiento de la Omega era por el dolor soportado, y extendió sus brazos alrededor de ella ayudándola a recostarse de nuevo– Tu contextura es buena para aprender a usar los cuchillos arrojadizos. La próxima vez que veas unos... Serán tu defensa.

La joven tuvo un tic en el ojo, y sus cuencas oculares picaron, todavía teniendo en mente la sangre de su hermano. Su olor, el frío de su cadáver. Sólo que no fué sólo por la angustia. Había rabia e indignación.

—Quiero venganza– Susurró en un hilito de voz, aunque Daemon la escuchó.

—Somos dos– Dijo en tono grave Daemon, y la sirvienta pasó con la cabeza gacha trayendo una capa para Alicent. La joven sostenía su vientre, y el sudor frío bajaba por su cara mientras se colocaba en pie.

Daemon reconoció su omega no quería dar muestras de debilidad, a pesar vió muchas veces otros alfas caer rendidos por semanas ante una puñalada como la que Alicent tenía desde hace apenas tres días. La expresión de ella al levantarse no era diferente a la de un caballero resistiendo la agonía para terminar la batalla.

Él se acercó y colocó una mano bajo la espalda de ella, otra la rodeó y sostuvo el antebrazo. Alicent suspiró permitiendo el príncipe arrrbatara de las manos de la sirvienta aquella capa, y la dejara caer sobre sus hombros, y el aroma familiar a lavanda fuerte le hizo recordar su madre siempre olía a flores. Excepto cuando enfermó de depresión trás la muerte de la reina Aenma, empezando a siempre tener el aroma a hiervas medicinales. Se acostumbró tanto a la presencia del alfa que empezaba a relajarse con él.

Llevó una de sus manos hasta la gargantilla rodeando su cuello, dejando en el rubí con la flor dentro, una caricia.

"Ya no necesitas te regalen claveles, tendrás uno siempre contigo", había dicho Daemon cuando se lo dió. ¿Fué por celos?

Llevó sus manos hasta su cuello, pretendiendo tocar la marca, pero alcanzó primero la gargantilla de rubíes, tibia al tacto como si tuvieran su propia calidez. Antes perteneció a la princesa Alyssa, eso había dicho Daemon. Según escuchó murió por infecciones que tuvo durante el parto, luchó con ellas, tuvo una tenacidad comparable a la de su hijo menor, pero finalmente tuvo que estar en cama y falleció unos años después.

Los Dragones LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora