Capítulo 3: El collar

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(POV-Ainhoa)

       
                        No deseaba soltar su mano, no quería perder el valioso regalo que finalmente la vida me brindaba. Solo necesitaba levantar mis brazos hacia ella para poder abrazarla con perfecta armonía. Consideraba que sería grandioso expresar cuánto extrañaba estar con ella y confesar que durante todo este tiempo había deseado intensamente disfrutar de su presencia a través de escritos secretos que nadie leía. Cómo pequeña adolescente que no se atreve hablar de humedades en compañía y  relata sus pensamientos más íntimos en su diario con candado. Sin embargo, me sorprendió la idea de permitir que la naturaleza continuara su curso, si ya estaba presente, no tenía más opción que manifestarse.

           Respiré hondo, miré nuevamente el pasillo, solté su mano y apreté con fuerza la carpeta blanca contra mi pecho. Y así, me apresuré a dirigirme hacia donde se encontraba el equipo de seguridad, junto con los demás compañeros de trabajo.

           

            - Buenas noches, perdón por la tardanza Martinez- le sonreí vagamente.

              -Buenas noches Arminza, no sé preocupe, aquí tiene todos los documento necesarios  de la entrega y este el que tiene que firmar usted- agarré la carpeta negra que me estaba entregando y fui directamente a la hoja de la firma temblando todavía por todo el huracán de emociones que habían dentro de mi. Luego le di mi carpeta blanca con la hoja que acababa de firmar bajo el sello del órgano rector de esta nueva adquisición de servicio privado.

            -¿Dónde está el objeto?- le pregunté extrañada.

              -Doña Arminza- interrumpió Paolo mientras me acercaba un objeto brillante dentro de una cúpula de cristal- acabamos de recibir un precioso cofre de plata victoriano del fabricante H. Matthews y los sellos de Birmingham de 1899. El cofre rectangular está decorado con querubines en cartuchos rodeados de volutas y follaje. En su interior tiene un  revestimiento de terciopelo azul prístino sobre en el que descansa la más bella joya que existe en la faz de la tierra.

             -Gracias por la descripción, parece que hoy hemos hecho los deberes- me acerqué a él sonriendo pícaramente- vayamos a la sala continua para poder examinarlo mejor- de camino iba poniéndome unos guantes negros de tela eufóricamente  para poder tocar esa preciosa antigüedad. Los guardias nos acompañaron hasta la puerta y se marcharon dejándonos solos para inspeccionar la pieza. Allí el joven retiro la cúpula que cubría el cofre. Sentí cómo toda la piel del cuerpo se me erizaba. Luego me mantuve con los brazos cruzados, en silencio, esperando quién fuese él quien hablara. Al ver el rubí quedé hipnotizada bajo las diferentes tonalidades rojizas que se movían a darle la luz de la linterna por distintos extremos. Un escalofrío cruzó por mi nuca. Millones de pensamientos me atravesaron la mente a modo de flechas que pronto se transformaron en imágenes de una joven que sostenía la joya en su cuello, podía escuchar su risa, hasta que un hombre encapuchado le arrancó el colgante. Parpadeé varias veces agitando la cabeza para salir de esa rara visión.

            -¡Guárdalo! - le dije sobresaltada. Este asintió y seguidamente volvió a poner todo en su sitio. La extrañeza afloró en su rostro, disimuladamente le regalé una sonrisa con una mueca imprecisa que no pasó desapercibida para sus ojos claros.

             -¿Todo bien jefa?- me dijo bajando su voz un tono más de lo normal.

             -Sí, ha sido sufiente. Buen trabajo- le alargue la mano para agradecerle el esfuerzo- ahora lleva está carpeta al despacho mientras voy a llevar el cofre a su sitio de exposición sin la cúpula-  tomé el objeto con extrema precaución y me dirigí hacia la siguiente sala caminando. Entré con cautela a través de la puerta abierta, como si tuviera miedo de descubrir a alguien en su interior. Indudablemente, podía sentir la presencia de Luz en la diminuta habitación. Giré mi cabeza de un lado a otro, inhalando los últimos rastros del aroma que aún persistía en el aire, dejados por ella. Después, la observé fijamente de manera seductora, sin parpadear. ¿De qué manera podría expresar lo que estaba pensando en ese momento?
Ahora mismo, en diversas ocasiones, mi falta de confianza anteriormente me había ocasionado problemas, convirtiendo este momento especial que había concebido en mi mente de varias formas cálidas y llenas de vivacidad en una desagradable y fría realidad.

Nunca apagues la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora