Capítulo tres:
Francis MorkerLa primera vez que lo ví fue un martes.
Acompañaba a mi compañero de habitacion, Alfred (con quién había cultivado una buena amistad) a sus clases de retórica, no recuerdo de que hablábamos mientras llegábamos pero, me pareció que el día era muy agradable: ni tan caliente, ni tan frío.
De pronto, varios estallido de risas llamaron nuestra atención y guiamos la mirada a su origen: un grupo de universitarios alrededor de su maestro, ellos parecían bastantes absortos que nadie se atrevía a interrumpir o hacer gestos, al menos que se requeriese.
Alfred me dió un golpe con el codo y me susurro: — Ese de ahí, es mi profesor, el señor Morker.
Intrigados, nos plantamos a una distancia superior a la de tres metros y escuchábamos lo que contaba el señor Morker.
Él relataba sobre sus primeros días en la universidad que eran tan distintos a los últimos, pues al principio era conocido simplemente como el hijo de la Poeta Morker, de allí en adelante, sus compañeros le tenía cierto recelo ya que llegó a ganarse en menos de un día la confianza tanto de maestro como de suplentes y en un mes, ya era amigo del director. Todos parecían encantado que este pequeño hijo de Poetas.
Labro con bastante esfuerzo una reputación envidiable.Tal fue el odió que le tenía, porque no había otra palabra para referirse a los sentimientos negativo que esa manada sentía en contra del joven Morker, que robaron su tesis y la modificaron hasta las tildes, dejando solo palabras sueltas, por suerte; su maestro le creyó lo sucedido y le permitió entregarlo sobrepasando la fecha límite, el resultado fue incluso mejor de lo que hubiese hospiciado porque se dió cuenta que tuvo que hacer un resumen, omitiendo, reescribiendo y modificando los sentidos para acabarlo lo más pronto posible y al final, lo convirtió en una lectura agradable (por no decir la más) que su profesor lo utilizo como el más ilustre de los rendimientos académicos.
—Pretencioso —susurré y me fuí lo más rápido posible.
Francis Morker era el centro de atención por dónde sea que estuviese y con el aroma dulce que hacía que todas las mujeres tuvieran una percepción agradable a él: Gardenia, ese era su perfume favorito.
A mí no me pudo importar menos, desde esos días, el señor Morker me parecía de lo más insulso y cuando le comenté a Alfred lo que sentía por su maestro casi se le cae la mandíbula de la impresión.
—No lo conocés —me dijó.
—Y ni pienso hacerlo —respondí —un hombre tan arrogante no debería ser escuchado por nadie o alimentaras esa misma arrogancia.
—Puede que sea arrogante, pero también es un genio, ¿Cómo puedes rehusarte a conocer a un genio solo porque es arrogante?
Tenía la convicción y la idea de que el señor Morker no era nada más que palabras bien decoradas pero, sin fundamentos. Aunque mi buen amigo Alfred deseaba que logrará verlo del mismo modo como él que lo había elevado hasta un pedestal y no perdía tiempo para invitarme a cada una de sus convocatorias.
Las primeras las rechacé por el simple hecho de mantenerme firme ante la posición de que: " a los arrogante hay que ignorarlos" ya después de un tiempo me pico el bicho de la curiosidad y cansado del hostigamiento de mi buen Alfred acepte en ir.
Nos sentamos en la fila del medio y tan pronto comenzaron las clases —por lo que sabía—el señor Morker iniciaba con una citación de algún escritor celebre de épocas pasadas y luego pedía que se le diera un sentido más allá del que se podia intuir.
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Pasajes Misteriosos
RomantiekLa vida parecía constituirse en pasajes misteriosos lleno de alegrías y de tristezas. El mundo, también tenía esa facultades en tornarse sombríos y crueles a la vez que en brillantes y piadosos. En este mundo de contraste: Francis Morker, un escrito...