Tarde de juegos en la cocina III

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Cuando consideraron haber descansado lo suficiente, observaron con risas el desastre de agua y otros fluidos que no eran agua en el suelo. Tras secarse un poco y tomar un refrigerio para reponer energías, Laura rebuscó en la nevera en busca de alguna cosa para picar.

Cuando dio con una caja de huevos de chocolate, se le iluminó el rostro con una sonrisa pícara y dijo a Carolina:

—Hoy hacemos fondue de chocolate —dijo con jovial lascivia—. ¡Y tú eres el recipiente!

El tono lascivo de Laura hizo que a Carolina se le encendieran las mejillas, y notó un calor distinto expandiéndose por su abdomen cuando Laura se acercó con la caja de huevos en la mano. Se sentó en el borde de la mesa y separó las piernas en una invitación silenciosa. Laura se arrodilló ante ella, y cogiendo uno de los huevos, lo frotó arriba y abajo entre los pliegues de su coño como si fuera a untarlo en chocolate líquido.

—¿Lista para fundirte? - susurró, y Carolina asintió fervorosa.

Con lentitud tortuosa, Laura fue introduciendo el huevo en su vagina, ya dilatada y resbaladiza. Lo fue hundiendo en su interior centímetro a centímetro, disfrutando de los jadeos y espasmos que sacudían a Carolina, hasta que el huevo desapareció por completo en su calor húmedo.

Sin más preámbulos, Laura cogió otro huevo, más pequeño, y se lo introdujo sin miramientos en la vagina, haciendo que Carolina soltara un grito ahogado de sorpresa.

—¡Ahhh mala puta! ¡Está helado, joder! —exclamó dando un respingo y llevándose las manos a la entrepierna, aunque sabía que era parte del juego.

—Anda, no seas floja, princesa —se burló Laura entre risas—. A la siguiente te pondré más caliente.

Carolina se puso de pie de un salto y pilló a Laura por sorpresa, propinándole un pequeño empujón que hizo que perdiera el equilibrio y cayera de culo al suelo.

—¡Eso te pasa por meterme cosas heladas en el chichi! - se burló Carolina entre risas, contemplando a Laura sentada en el suelo y  colocándose a horcajadas sobre su rostro.

En lugar de levantarse, Laura se tumbó boca arriba  y se colocó entre las piernas de Carolina, todavía firmemente plantada. Alzando la vista, le dirigió una mirada de lascivia mientras le enseñaba otro huevo.

Entonces se lo llevó a los labios, rodeándolo con ellos. Lo chupó un momento, sintiendo cómo se templaba en su boca y entonces lo alzó y lo introdujo en el interior de Carolina, que gimió de placer al notar la esfera tibia deslizarse en su interior.  Iba a ser una velada muy dulce y calurosa.

Laura siguió introduciendo huevos de chocolate de diversos tamaños en la vagina de Carolina, uno tras otro, disfrutando de sentirlos deslizarse en su interior y de los gritos de placer que arrancaba a su amante al distenderse con cada nuevo huevo. Cuanto mayor era el huevo, más sonoros y entrecortados eran los gritos de Carolina y más se movía y se retorcía de goce.

Una vez se acabaron los huevos, Laura comenzó a masajear suavemente el engrandecido clítoris con los dedos. Acariciaba los sensibles pliegues de los labios vaginales, rozándolos de arriba abajo y de dentro afuera, sabiendo que aquellas caricias llevarían a Carolina al límite del goce. Y efectivamente, al poco los jadeos de ésta se hicieron más intensos y entrecortados, y su cuerpo se arqueó en un espasmo de placer preludio al orgasmo.

Laura introdujo un dedo en la vagina de Carolina y lo sacó cubierto de chocolate. Se lo llevó a la boca y chupó con deleite.

—Mmmm coñolate calentito  —comentó con jovial lascivia—. ¡Qué banquete!

Carolina gimió al ver a Laura saborear su excitación mezclada con chocolate, y notar el dedo de ésta deslizarse otra vez en su interior en busca de más delicia. Aquella visión aún subía más la temperatura de su sangre, que ya ardía  de deseo.

En ese momento, riachuelos de chocolate fundido comenzaron a descender por la vagina de Carolina, que jadeaba de placer, sintiendo las gotas resbalar por su carne. Notaba los huevos moverse en su interior a medida que el calor de su cuerpo los fundía, y temiendo que cayesen al suelo de un momento a otro apretó con su mano la vulva, intentando contenerlos dentro. El chocolate derretido se abrió paso entre sus dedos y empezó a chorrear en goterones espesos y pegajosos sobre la cara de Laura, quien, ahora con la boca abierta al máximo y la lengua extendida, se afanaba en recoger las gotas a medida que Carolina las vertía sobre ella, estremeciéndose de ansias y deleite.

Cada nueva estocada de los dedos que Laura introducía y sacaba lentamente en aquel sexo caliente y palpitante arrancaba un flujo más abundante de chocolate tibio, que ella se recibía con glotonería. Notaba las paredes de Carolina estremecerse y a su clítoris endurecerse bajo sus caricias, y gemía de deleite al sentir aquella lluvia escandalosa de empapar su rostro y pechos. Los sonidos húmedos de la lengua y la boca de Laura al tragar el chocolate se mezclaban con los gemidos de Carolina. La cocina se inundó así con los aromas del sexo, la excitación y el chocolate, mientras ambas disfrutaban de aquel postre que la lascivia les había servido.

En un suspiro, todos los huevos se habían fundido por completo en el calor del cuerpo de Carolina, y un orgasmo brutal sacudía su vagina. Las rodillas le flaquearon y cayó de cuclillas sobre Laura mientras los fluidos de su excitación mezclados con el chocolate liquido se derramaban de su coño. Manando a raudales, las mieles de Carolina inundaron la boca, los pechos y el abdomen de Laura, que se estremeció de placer al recibir aquel diluvio.

Agotadas y bañadas en chocolate, las dos amantes se miraron con ojos vidriosos y sonrisas perezosas, y Carolina musitó entrecortadamente:

—Basta de chocolate, niña mala, mira como te has puesto. ¿Es que no puedes portarte bien ni un momento?

Laura puso cara de arrepentida y contestó con voz infantil:

—Pero mamá, es que tenía mucha hambre... Y el chocolate es tan rico…

Carolina se levantó y fue hacia la encimera, de donde volvió con una fresa, que frotó en su sexo todavía cubierto de chocolate, empapándola en las mieles que habían quedado. Se acercó de nuevo a Laura y, mirándola a los ojos, se la introdujo en la boca.

—Come fruta mientras mamá limpia el desastre —susurró, y Laura cerró los labios en torno al tallo de la fresa, saboreando el dulce y el salado mezclados en su paladar.

Entre las risas de Laura, Carolina se tendió sobre ella y empezó a lamer el chocolate esparcido por su piel. Recorrió con la lengua cada rincón de chocolate, desde sus pechos hasta su vientre y las ingles, saboreando la mezcla de los fluidos de ambas con el dulzor del chocolate y el intenso aroma de la excitación de su amante.

Cuando no quedó rastro de chocolate, Carolina se irguió sonriente y murmuró:

—Y ahora mamá va a refrescarse un poco.

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