Tarde de juegos en la cocina IV

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Laura se quedó tumbada en el suelo unos minutos, apenas recobrando el aliento, mientras su cuerpo resbaladizo de fluidos hormigueaba de placer. Su mente divagaba entre la faena de limpieza de Carolina, lo desvergonzadamente que se entregaba a gozar de su cuerpo y los sonidos extraños sonidos que salían de alguna parte de la cocina.

Finalmente, la curiosidad pudo con ella y se puso de pie para asomarse

Allí estaba Carolina, encajada dentro del fregadero, con las piernas abiertas de manera obscena. Habia abierto el grifo y dirigia el chorro de agua hacia su sexo, gimiendo al sentirla correr entre sus pliegues.

—¿Pero qué estás haciendo cacho guarra? —preguntó Laura, confusa.

—Limpiándome el chumino —contestó Carolina sin inmutarse— Después de lo del postre, no puedo andar todo el día así. Además —añadió con una sonrisa traviesa— el agua corriente siempre ha sido una de mis debilidades.

Volviendo a lo suyo, se restregó la vagina, sintiendo como el chorro de agua, que salpicaba por todos lados, diluía el chocolate espeso y pegajoso y exclamó:

—¡Menudo desastre hemos montado! Es como si un bote de Nutella se hubiera corrido en mi coño.

Dicho esto, abrió más las piernas y aumentó la presión del chorro, deslizando un par de dedos dentro de su vagina para abrirla y dejar que el agua caliente se introdujera en su interior, arrastrando los últimos restos de chocolate y fluidos. Gimió al notar cómo el chorro le masajeaba deliciosamente las paredes vaginales y su cuerpo se sacudía en espasmos de placer bajo el implacable masaje. 

Laura contemplaba embelesada el espectáculo, fascinada por ver la facilidad con que Carolina se entregaba al placer sin pudor. Cómo sus dedos se entreabrían para dejar paso al chorro y masajearse con él, cómo sus caderas se movían al compás de las caricias del agua... Laura notaba su excitación crecer de nuevo, y sus propios dedos se deslizaron hacia su sexo al imaginar el torrente de sensaciones que debía experimentar el de Carolina.

Cuando consideró estar suficientemente "limpia", cerró el grifo y se volvió hacia Laura con mirada lasciva.

—Ya está —dijo— Tu turno. Toca secar.

Seguidamente, se subio sobre el borde del fregadero, ofreciéndose a Laura con las piernas aún separadas y su sexo húmedo, expectante.

Laura se inclinó hacia Carolina y le susurró al oído con voz ronca de deseo:

—Eres una zorrita sucia y mojada, ¿verdad? Pero no te preocupes... —deslizó una mano entre las piernas de Carolina y acarició su sexo, arrancándole un jadeo— voy a lamerte el chichi hasta no dejar ni una gota de mojado en ti. Vas a tener que suplicarme que pare de secarte, guarrilla.

Laura se arrodilló ante Carolina y apoyó las manos en sus muslos, separándole aún más las piernas. Su lengua se deslizó entre los pliegues de su sexo, recogiendo las gotas de agua que en ellos quedaban, y lo resiguió de arriba abajo con largos y lentos lametazos.

Los gemidos de Carolina fueron en aumento a medida que la lengua de Laura subía y bajaba por su vagina, cada vez con más urgencia. Se aferraba al borde del fregadero con tanta fuerza que los nudillos se le tornaron blancos, y sus caderas se movían al compás de Laura, buscando más y más contacto.

La lengua y labios de Laura subieron hasta concentrarse en su clítoris, rodeándolo y chupándolo sin descanso. Lo masajeó y pellizcó con los dientes suavemente, arrancando gritos a Carolina cada vez que los espasmos del placer la sacudían.

—Oh, Dios... Laura... no pares...

Pero Laura no tenía la menor intención de parar. Y así, entre jadeos y espasmos, entre las caricias y los murmullos lascivos de Laura, Carolina llegó de nuevo al orgasmo, gritando su nombre una y otra vez.

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