Tarde de juegos en la cocina V

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Mientras Laura, ya recuperada se secaba un poco con unos paños, contempló el campo de batalla que tenía a su alrededor.

—¿Quién va a limpiar ahora este desastre? —Se quejó Laura

Carolina le tiró una servilleta de papel a la cara, y silbando el tema de una película del oeste dijo:

—Te reto a un duelo... forastera —dijo escupiendo una imaginaria colilla al suelo y poniéndose los dedos índice y corazón en la cadera a modo de pistola.

Laura puso los ojos en blanco, mas no pudo contener una sonrisa. A su edad, a veces le costaba seguir el ritmo de su alocada e incansable novia, quince años más joven. Pero esa energía y espontaneidad eran precisamente lo que la atraía de ella. "Esto es lo que tiene agenciarse una novia de veinte añitos" -pensó Laura con una sonrisa-  “es imposible aburrirse con ella”.

De pie frente a frente, Laura y Carolina se miraron fijamente a los ojos. Con una mano en la nuca de la otra, en un agarre posesivo, la libre se deslizó hacia el sexo de su pareja. Dedos índice y corazón se abrieron camino entre los pliegues con delicadeza, y una vez entrados, comenzaron a bombear en un vaivén constante. Era una competición amistosa: ¿quién lograría arrancar los gemidos más pronto de la garganta de su contendiente? Ambas sonrieron con lascivia, el aliento entrecortándoseles a medida que aumentaba el ritmo implacable de las atenciones recíprocas, luchando por no ser la primera en sucumbir al éxtasis.

Los dedos de Laura y Carolina chapoteaban rítmicamente entre los pliegues húmedos del coño de su pareja, los sonidos obscenos de carne hundiéndose en carne acentuados por el vaivén frenético de ambos cuerpos se amalgamaban en una percusión erótica, aumentando de ritmo y volumen a medida que se acercaban al clímax.

Laura y Carolina se besaron con fiereza, amortiguando los gemidos en la boca de la otra mientras ahora sus dedos trabajaban a ritmo frenético, martilleando implacables contra puntos sensibles. Ambas luchaban por contener el clímax que amenazaba con embargarlas, empeñadas en no ser la primera en ceder. Justo entonces el ding del horno anunció que los pasteles ya estaban listos y esa distracción fue suficiente para que ambas perdieran la concentración.

Cuando el orgasmo simultaneo las sacudió como una descarga, rugieron a una sola voz, transformadas en bestias ciegas de lujuria. Sus dedos, todavía enterrados en los pliegues ardientes de su pareja, siguieron pulsando con avidez el clítoris para prolongar el placer todo lo posible. Sus cuerpos se arqueaban y pegaban el uno al otro mientras las oleadas de placer los invadía y, finalmente, sus piernas flaquearon al unísono, manteniéndose en pie sólo gracias al apoyo de sus cuerpos entrelazados.

Había sido un empate, una victoria compartida, y se sonrieron la una a la otra con complicidad en tanto recuperaban el aliento.

Poco después se dirigieron al horno, mientras Carolina daba saltitos de emoción, como una niña a punto de recibir un regalo.

—¡Mmm, pastelitos ricos! —exclamó, haciendo palmas.

Laura abrió el horno y una bocanada de aire caliente salió de él.

—Habrá que esperar un rato, todavía están calientes —dijo, y al cerrar el horno sus miradas se cruzaron, cargadas de deseo y una sonrisa pícara.

Los pastelillos en el horno no eran lo único que aún seguía caliente. No había duda de que el resto de la tarde prometía ser intensa…

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NOTA DE LA AUTORA

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