Jugando a la botella

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Elena y yo nos habíamos alejado del resto para que no fuera tan violento. La botella había girado cuando ella la había cogido y deslizado por el suelo y se había detenido señalándome a mí. Yo estaba tan nerviosa que temí tropezarme con las chanclas mientras caminábamos por el césped hacia la zona en que no llegaban las luces.

Nos detuvimos cuando la oscuridad nos envolvió y nos quedamos una frente a la otra en silencio. Tragué saliva y esperé a que ella dijera algo, lo que fuera. Al fin y al cabo, era su reto, ¿no? Debía de ser ella quien diera el primer paso.

-Ana, si no quieres hacerlo, no tenemos por qué -susurró tan bajito que apenas pude oírla.

Se me aceleró el corazón. ¿Si yo no quería? Me moría por besarla desde hacía semanas, pero tampoco quería que se me notara la desesperación.

-¿Tú quieres? -le pregunté intentando que no me temblara la voz.

-Yo he preguntado primero -replicó y tuve la sensación de que se cruzaba de brazos a juzgar por el movimiento de su silueta en medio de las sombras.

-En realidad no has preguntado -me envalentoné-. Solo has dicho que no tenemos por qué hacerlo si yo no quiero.

-Y no has dicho si quieres.

-Tampoco tú, y eres la que tiene el reto.

-Pues supongo que, si es un reto, no queda más remedio que hacerlo.

De nuevo, sentí el pulso acelerado y empezó a retumbarme en los oídos cuando escuché sus pisadas acercándose a mí sobre la hierba. En pocos segundos noté la cara de Elena a pocos centímetros de la mía y su aliento rozándome la nariz. Inconscientemente, me pasé la lengua por los labios

-¿Lista?

Asentí con la cabeza, aunque no sabía si me había visto. Elena se aproximó de nuevo a mí y no tardé en notar sus labios en los míos, temblorosos. Ella también estaba nerviosa, lo cual me tranquilizó al no ser la única. Cerré los ojos y abrí la boca despacio, invitándola a seguir si quería.

Ella aceptó y no solo me arrancó un gemido el sentir su lengua entrando en mi boca con necesidad y ese aroma a melocotón tan característico suyo, también cuando sus manos subieron hasta mi cuello y una de ellas se enredó en mi pelo. Mis dedos aterrizaron en su cintura, la rodearon y pegaron su cuerpo al mío como si tuvieran vida propia. Ella no se quejó ni se apartó, así que me aventuré a continuar.

Deslicé las manos por debajo de su top, acariciando su espalda, mientras las suyas recorrían mi cuello y mi clavícula. No dejamos de besarnos en ningún momento y cada vez lo hacíamos con más urgencia. En algún momento, Elena intentó separarse para coger aire, pero no se lo permití. La sujeté por la cabeza y volví a estrellar mi boca en la suya. Ya había probado sus besos y no quería parar.

La empujé hasta que su espalda chocó con el muro de los límites del recinto de la piscina y entonces deslicé la boca hasta su cuello. Me entretuve mordisqueando cada centímetro que encontraba y chupando el lóbulo de su oreja mientras ella gemía por el roce entre nuestros cuerpos. No sabía si ella querría llegar más lejos, pero hasta que decidiera detenerme, yo tenía pensado seguir y disfrutar de este momento.

Una de sus manos bajó el tirante de mi camiseta y esta vez fue ella quien se inclinó a besar mi hombro mientras yo continuaba apartándole el pelo del cuello y aspirando su olor todo cuanto podía. Sus dedos subieron pegados a mi costado hasta llegar a mis pechos, los destaparon, dejando mi camiseta entera arrugada en mi vientre, y Elena no se lo pensó dos veces antes de sujetar uno de ellos con la mano.

Dos de sus dedos empezaron a jugar con mi pezón, haciéndome suspirar y provocando que el calor que llevaba un rato sintiendo entre las piernas se acentuase. Lo tocó, lo retorció y después lo chupó. Lo sostuvo entre sus dientes y tiró de él cada vez más fuerte cuando me oía gemir. Después pasó al otro y realizó el mismo ritual.

Relatos eróticos lésbicos (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora