14. UN JODIDO ERROR.

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Daphne.

Su terquedad es desesperante. Quiero alejarla de cualquier cosa que le pueda hacer daño y ella no lo entiende, no hay manera de que lo haga.

La miro a los ojos y encuentro todo un mundo en ellos, sé que ha cambiado, su mirada es desafiante, pero algo me dice que en el fondo aún se encuentra la chica inocente que no entendía como darle un niño a su marido para que no le hiciera daño.

Ahora es inmortal, aún no ha vivido muchos años y ha sufrido demasiado, no quiero llenar su eternidad de dolor. No quiero sentirme culpable porque una organización la persiga eternamente y peor aún, a Robin, porque a pesar de que es una pequeña humana, hace parte de la vida de nosotras y aquello la pone en peligro.

—No quiero que te vayas, quiero que pelees, que luchemos juntas.

Trago saliva, no soy capaz de mirarla a los ojos incluso cuando sé que me lo está pidiendo a gritos, de manera silenciosa. Me da miedo encontrarme con su mirada y no ser capaz de resistirme. Temo perderla.

—No voy a esperarte toda la vida, así que es tu decisión; peleas junto a mi o contra mí.

—No me puedes hacer esto.

Ella niega con la cabeza y abre la boca, como si tuviera mucho que decir, incluso cuando a final del día no dice nada.

—Permíteme disfrutar del ahora —sostengo un mechón de su cabello para jugar con este mientras doy un paso más hacia ella.

—No seas descarada, no te mientas y no me mientas. Sabes bien que desde que pregunte si te quedarías no has hecho más que pensar en ello, estabas en presencia con nosotras, pero tenías la cabeza en otro lado.

Bueno, resulta que los últimos años de mi vida de eso se han tratado. No he podido disfrutar de dónde estoy porque vivo pensando en dónde debería estar.

—Daphne, quiero que riamos, lloremos y peleemos juntas. No quiero vivir con la incertidumbre de cuándo vas a volver, o cuándo te irás.

—Si me quedo viviremos con la incertidumbre de cuándo moriremos, cuál será la primera en caer.

—No me voy a estancar por la muerte, porque o sino entonces no viviré. No voy a huir, solo me esforzaré por ir contra la corriente sin miedo a hundirme o ahogarme, porque sé que a la final, tarde o temprano pasará.

Sus palabras no me permiten pensar con claridad, no encuentro con qué responderle y quedar bien parada, no hallo de dónde agarrarme para que entienda mis motivos. Ahora ni yo misma los entiendo.

Me atrevo a mirarla a los ojos y su iris celeste me sumerge en un huracán de emociones, no tenga saliva, ni siquiera estoy segura de cómo respirar, solo sé que quiero sentirme cómoda con su presencia. Deseo evitar las conversaciones incómodas por un momento y centrarnos solo en nosotras.

Mi mirada llega a sus labios, aquellos que se humedece y siento mi corazón latir muy rápido, igual que cuando estaba cruzando la puerta para darle la cara después de tantos años. Su respiración ahora la siento más cerca, su presencia toma más peso y el calor empieza a dificultarme la sana existencia.

—¿Puedo besarte? —pregunta.

—Por favor —mi respuesta suena a súplica, pero no me importa, menos cuando siento sus labios sobre los míos.

Me aferro a su cintura y siento el calor de su cuerpo del mismo modo en el que tanto había deseado, imaginé tantas veces este momento que ahora que por fin está ocurriendo no me lo creo.

Nos estamos dejando llevar por todo aquello que llevábamos acumulado desde hace años, en cada beso, en cada caricia, existe un poco de amor, ansias, pasión e incluso ira. Gimo cuando ejerce cierta fuerza en su agarre sobre mi cuerpo, pierdo la cordura cuando caemos a la cama y tiene sus manos sobre mí.

BESTIA PELIRROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora