1: Ganar la guerra
Kayla
Había una calma inusitada a mi alrededor. El silencio era tan abrumador que me asustó abrir los ojos. Los primeros pensamientos que desbordaron de mi mente me animaron a quedarme en la oscuridad.
Jane, mi madre.
Mi abuela, mi hermano.
Cualquiera abría abierto los ojos y saltado de la cama en donde estaba acostada, pero yo no podía. Tenía pánico de lo que encontraría cuando lo hiciera. Ya sabía a quiénes había perdido, pero no sabía cómo seguiría si me enteraba de alguien más.
El peso de mis acciones, de todo lo que había sucedido, de lo último que recordaba, ahora cavaba un hoyo en mi pecho. Se me comprimió la garganta, se me retorció el estómago.
Vivi, mi tío Allen.
La culpa, la agonía de no haber podido sacar a mi familia y amiga adelante, me hundió sobre ese colchón. Deseé morirme ahí, como si nada más importara. Porque si yo hubiese sido mejor, si hubiese sido buena, todos estarían bien.
Y Jane no hubiese tenido que suplicarme que acabara con su vida.
Sentí una lágrima deslizarse por mi mejilla. Luego otra. Por más que intentara quedarme para siempre en la inconsciencia, era imposible. El dolor que sentía era demasiado grande como para ignorarlo. Ya era demasiado tarde.
Una mano se deslizó por mi piel, barrio esas lágrimas antes de que yo comenzara a llorar con fuerza. Conocía su tacto, su aroma. También reconocía el ritmo de su respiración. Que él estuviera ahí conmigo fue lo único que evitó que me rompiera en miles de pedazos.
Sus brazos me rodearon y me contuvieron cuando aún no quería abrir los ojos y encontrarme con la realidad. Fueron un refugio. Sus labios, un placebo. Lloré tanto contra su pecho que perdí la noción del tiempo y de la magnitud de lo que había ocurrido.
Me deshice sobre él hasta que mi garganta se quedó seca, al igual que mis ojos. No hubo palabras de consuelo. Solo una compañía en medio de esa soledad abrumadora que me quitaba el aire. Fue solo una presencia en el silencio que antes me dio mucho miedo. Lo volvió más seguro, más amigable.
A pesar del infinito dolor, había abrigo. Había una luz en toda la oscuridad que alimentaba mi agonía. Una que me recordaba que, ante cualquier vacío, ausencia y terror, nunca estaría realmente sola. Mi marca estaría ahí para mí.
Ya no salían más lágrimas para cuando Alek me meció como si fuese un bebé. Había limpiado mis mejillas una y otra vez y ahora solo me miraba. Lo sabía. Sentía sus ojos en mi rostro. La paciencia impregnaba el aire a nuestro alrededor. No había ningún apuro, él esperaría a que levantara los parpados cuando yo me sintiera lista para hacerlo.
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Hodeskalle [Libro 3]
VampirosHodeskalle: La niña del alba LIBRO 3 Kayla White ha aprendido una dura lección: violar las leyes de la naturaleza tiene crudas consecuencias. Y aunque ella no se ha vuelto loca, aún, al beber la sangre de su propia especie, ha descubierto que sus ac...