Su padre lo tenía harto. Ser el único heredero al trono era un fastidio y aún más cuando la única razón es porque era el único niño e hijo que tenía.
Ser el rey de toda una nación era algo realmente complejo, y lo sentía en sus hombros apenas siendo un príncipe; no tenía reales ganas de llevar esa corona.
Además lo estaban obligando a casarse con una chica de otro reino que no conocía de nada. Sí, era muy linda y tierna, pero apenas la podía mirar como si fuese su hermana.
Aquél día decidió ir a dar una vuelta muy lejos de su hogar y despejarse un rato de todo aquello. Agarró a su fiel caballo, lo preparó y salió junto con él a los grandes prados a galopar durante más de una hora. Cruzó un gran campo florido y suponía que también la frontera entre su reino y otro totalmente desconocido para él, pero no dudó ni un sólo segundo en seguir con su camino.
Las flores y naturaleza sólo aumentaban y aumentaban, sin cansancio alguno, hasta levantarse en un gran y frondoso bosque, siendo el único sendero por el que podían pasar si no querían devolverse. El blanco caballo acotó la orden de continuar del azabache en cuando la recibió, trotando tranquilamente mientras se metía entre los árboles.
El lugar era lindo, lo adornaban bonitas flores de todos los colores, hongos de distintos tipos, plantas que no conocía pero eran muy verdes y se veían bien cuidadas; era un lugar que le transmitía mucha paz y tranquilidad.
Siguieron durante cinco minutos aproximadamente. Cuando el azabache decidió bajarse del corcel y caminar por su cuenta con él a un lado, nunca se esperó encontrarse tal criatura de tal tamaño y que el animal saliera corriendo por el miedo dejándolo totalmente abandonado.
Sus ojos chocolate miraron asombrados al gran dragón rojo que se hallaba a tan sólo unos metros de él y, a su lado, a un chico muy tranquilo hablando y jugueteando alrededor de este.
Se encontraban en una pequeña laguna de agua cristalina, sin notar realmente su presencia, y al parecer sin ganas de querer hacerlo.
Se acercó lentamente y se escondió detrás de un árbol, para poder observarlos de mejor manera. Si pasaba algo y quería correr, mejor aceptaba su destino; su caballo ya se había ido y no podía regresar si no era con él. Maldito Fargo traicionero.
Estuvo al menos diez minutos mirándolos atentamente a cada movimiento que hacían y observando cada detalle de ambos; el chico era castaño y, en comparación al dragón, bastante pequeño, como cualquier persona junto a semejante criatura. Sus vestimentas eran muy distintas a las suyas, eran más casuales, más de pueblo, y tenía una rara característica que no había visto en otra parte más que en su familia; tenía unidas a la parte superior de su cabeza un par de orejas felinas que combinaban con su cabello y, en la parte baja de su espalda, una cola que hacía lo mismo que las anteriores.
En pocas palabras, un híbrido.
O es que simplemente él no salía mucho de su casa y realmente habían muchos como ellos repartidos por el mundo.
Quiso ver más de cerca, pero al intentar hacerlo, su mano resbaló desde la corteza del árbol en el que se escondía y apoyaba, cortando la palma de esta y de paso tropezándose y haciendo un ruido totalmente perceptible tanto para el felino como para el gran reptil. Ambos se pusieron a la defensiva, mirando en dirección del bosque y buscando al causante del sonido.
El azabache se escondió rápidamente, respirando agitado y mirando su mano de donde chorreaba sangre en pequeñas cantidades. Se quejó en voz baja y rogó por que no le encontrasen.
Esperó y esperó, al menos un par de segundos o minutos, hasta que dejó de escuchar ningún tipo de ruido a su alrededor. Echó un vistazo por un lado del árbol para asegurarse de que no había nadie, corroborando sus sospechas. Entonces volvió a su posición y, cuando volteó ligeramente hacia el otro lado, la figura del felino impactó contra sus orbes chocolate, haciéndole retroceder asustado.
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; 𝘩𝘢𝘱𝘱𝘺𝘣𝘦𝘢𝘳 𝘸𝘦𝘦𝘬 !
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