day 7 ; safe place !

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El cielo estaba despejado de nubes grises, mostrando su bonito azul y aquél algodón blanco adornando este. El sol pegaba suave en día de finales de primavera y el aire era cálido pero no sofocante, como una tierna brisa que apenas movía su revoltoso y azabache cabello. El lugar era tranquilo, silencioso y poco concurrido, perfecto para la ocasión.

Spreen caminaba sin ningún tipo de apuro hacia su destino, como le era costumbre hace más de tres años; lindos y frescos girasoles y clivias descansaban en sus manos como un bonito ramo que solía regalar cada inicio de semana, dependiendo la época, a veces unos, a veces otros.

Una tierna sonrisa se dibujaba en su rostro por cada paso que daba y se acercaba más al lugar. Se había juntado con Robleis esa mañana y, como cada que vez lo veía, este le repetía siempre lo mismo; la misma frase cada día.

"Es hora, Spreen. En algún momento tendrás que hacerlo y lo sabés".

Una sensación cálida se instaló en su pecho, quemando todo a su alrededor, y su estómago se revolvió salvajemente; estaba nervioso, aunque hubiese hecho aquello millones de veces, aunque estaba preparado mentalmente desde hace mucho tiempo.

Entonces, a lo lejos pudo verlo, tan bonito como solía serlo siempre.

Se acercó en silencio y se sentó frente a él, sin soltar el ramo y jugando un rato con este, mirándolo nervioso; sabía que le gustaban mucho de esas flores y que iba a estar contento. Habían muchas a su alrededor, el bonito campo y los árboles que los rodeaba le daba el toque que tanto amaban y apreciaban; ese toque que tanto les daba paz.

— Buen día, Carre. — saludó entonces, sin recibir una respuesta concreta más que un suave movimiento. No dejó ir su sonrisa y siguió hablando. — Hoy fui con Rob, como siempre, ya sabés. Me dijo la misma frase de absolutamente todos los días, pero no quiero. La verdad es que me cuesta aún y vos lo sabés.

Observó su hermoso rostro y su sonrisa aumentó; Carrera le parecía el chico más lindo del universo y eso nada ni nadie lo podría cambiar.

— Pero bueno, te traje estas flores porque sé que te gustan mucho, y además me recordaron a vos. — el azabache las dejó sobre la superficie que estaba frente a él, con cuidado, entregándoselas al chico a quien le hablaba.

Esperó una pequeña reacción, la cual a duras penas llegó. Asintió levemente y miró a su alrededor, observando a las pequeñas y pocas familias que rondaban el lugar y uno que otro grupito de amigos, recordando algo importante que ocurrió en su semana.

— Adivina quién hizo nuevos amigos. — sonrió contento. Sus ojitos color chocolate se achinaron, suus labios se hicieron en una bonita curva y sus orejas de oso se alzaron felices. — Sus nombres son Juan y Rivers, apenas dos, pero porque había más gente en el grupo en el que los conocí y me dio pena hablar con el resto. Igualmente, poco a poco voy a hacer más, no te preocupes, voy a aprender cómo.

Soltó una leve risa y se acomodó en su lugar. De la nada, un bonito perrito callejero llegó con ellos, pidiéndoles algo de cariño, comida y agua. Spreen buscó en su mochila algo de lo último y le dio en la palma de su mano, mientras le daba mimos en la cabeza. Una vez se fue, volvió al castaño.

— Acabo de recordar que adopté un gatito. Bueno... Un gatote. Está casi en sus últimos días y quise darle lo mejor para ellos. Es blanco, peludo, y su nombre es Pelusa. Es muy lindo, se llevaría muy bien contigo.

Respiró profundo y luego soltó todo, en un gran suspiro pesado y triste.

— Hay muchas cosas que sé amarías ver; ojalá estuvieras para que te las enseñara. — su labio tembló y se obligó a morderlo para detenerlo. — Ya no puedo más, Carre, te juro que no. Estos últimos tres años han sido muy difíciles. Y es que únicamente he seguido porque me pediste que lo hiciera por vos; por los dos. Pero ya no. Me cuesta mucho levantarme cada mañana y ya no verte ahí a un lado totalmente dormido; y cada vez se pone peor y peor. Robleis siempre me dice que te deje ir, que algún día debo de hacerlo, pero no quiero y, aunque quisiese, me cuesta mucho.

Sus orejas estaban totalmente abajo, mientras que sus ojos derramaban lágrimas, una tras otra, las cuales intentaba detener pero no podía. Su voz se quebraba con cada palabra que decía y le dolía mucho la garganta al forzarla para que salieran con claridad.

— Quiero volver a estar con vos, eras la luz de mi vida y ahora... Ahora estoy nadando en oscuridad. — soltó una risita amargada, pasando el dorso de su mano por su rostro. — Te extraño mucho, Carre, más de lo que podés imaginarte. Me duele demasiado saber que ya no puedo ver tus bonitos ojos cuando despierto, escuchar tu risa, sentir tus brazos alrededor de mi cuerpo, o simplemente escuchar tu voz hablándome sobre cosas totalmente aleatorias. Te extraño tanto... Mi corazón duele cada vez más, pero por vos sigue latiendo...

Por ahora.

Se paró con cuidado luego de haberse calmado un poco, teniendo cuidado con el resto de lápidas que habían a su alrededor. Tomó las flores y las acomodó frente a la del castaño, observando su bonita foto que ya casi no se notaba. Entonces lloró una vez más, sabiendo que hace tres años no podía ver su lindo rostro en persona, ni escuchar su voz en más que audios o videos.

Se arrodilló unos segundos frente a la lápida del felino, besó su mano, y luego tocó con cuidado la losa donde se encontraba la imagen de su chico.

Espero que pronto nos podamos encontrar, y si en otra vida nos volvemos a ver, quiero que sepas que siempre vas a ser vos mi lugar seguro.

Al día siguiente no se le vio por ahí, ni al que le seguía, ni ningún otro... Nunca más volvió a aquél lugar, nunca más se supo de él; ni los que le conocían, ni los que le veían entrar todas las semanas.

Desde esa vez, los girasoles y clivias nunca volvieron a verse del mismo color, y el cielo nunca más volvió a verse despejado un día de finales de primavera.

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; 𝘩𝘢𝘱𝘱𝘺𝘣𝘦𝘢𝘳 𝘸𝘦𝘦𝘬 !Donde viven las historias. Descúbrelo ahora