Prólogo: ¿Había Sido la Decisión Correcta?

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6 de marzo de 2023.

Hervé Philip Arthur George II de Mónaco.

Había días en los que era difícil no pensar en el pasado. Días en los que la decisión que tomé, hacía tantísimos años, me pesaba como una losa sobre el pecho que apenas me dejaba respirar. ¿Había sido la decisión correcta?

Nunca sabría la respuesta, porque nunca era la misma. En ocasiones pensaba que había sido lo mejor para el reino, y otras veces estaba convencido de que había echado mi vida a perder.

Aunque no lo reconociese nunca, ni siquiera a mí mismo, la realidad era que ganaban los días en los que creía que había sido un idiota. A esa conclusión siempre le acompañaba una sensación de suciedad. Me hacía sentir irresponsable y egoísta, por lo que intentaba desprenderme del pensamiento muy rápido.

Me alejé de la ventana, desde la que observaba los jardines de palacio, y caminé por el amplio despacho, dudando. Esa noche me podía la debilidad y los sentimientos. Tenía que verla. No me bastaba con la imagen de su recuerdo. Necesitaba admirar una foto suya. Una o mil.

Necesitaba leer sus conversaciones. Nuestras conversaciones. Me acerqué al escritorio de madera maciza y ornamentada, situado en el centro de la estancia e, inclinado hacia delante, tecleé en el buscador mi antigua dirección de correo electrónico. Aquella que había creado para poder hablar con Pascale.

Contuve el aliento, mientras se cargaba, y permanecí de pie, incapaz de sentarme. Como si aquello marcase una gran diferencia, como si estar cómodo mientras rebuscaba en el pasado fuese de alguna manera peor, una mayor traición para mi reino.

Tenía la tonta sensación de que así todo era menos real. Como si lo estuviera haciendo a medias. Cuando la aplicación terminó de cargar y un nuevo mensaje sin abrir apareció en la bandeja de entrada, me senté en la silla. O me caí en ella.

Sería incapaz de saberlo. Desde luego no fue un gesto cuidado, no como el resto de los que hacía. Un rey siempre era observado. Siempre. Vivir así era sinónimo de no tener nunca reacciones reales. Todas ellas eran siempre estudiadas, planificadas con cuidado para que pasasen por genuinas. Pero, en ese momento, en la soledad de mi despacho, uno de los pocos lugares en los que podía ser yo mismo, ni pude ni quise fingir que no estaba afectado.

Era la primera vez, en casi veinte años, que Pascale se ponía en contacto conmigo. Dudé durante unos segundos sobre el mensaje antes de abrirlo. Porque sabía que, si existía una persona en este mundo que era capaz de tirar por tierra todos los fuertes cimientos sobre los que estaba edificada mi vida, esa era ella. Pascale.

Solo pronunciar su nombre en mi cabeza hacía que un torrente de sentimientos me recorriese. Sentimientos que tenía fuertemente guardados. El deseo, la alegría, el amor. Todo aquello no era compatible con ser rey. No en el lugar en el que yo gobernaba. En esta tierra solo se admitían personas con sangre azul, o por lo menos noble.

Y ella no tenía ninguna de las dos. Pero era perfecta en todos los otros sentidos. Perfecta para mí. Puede que fuera el ser humano con el que más había conectado en la vida.

Quizás, por eso, Pascale me despreciaba tanto: porque nos destrocé la vida a ambos.

Conocí a Pascale en mi época rebelde. Cuando todavía tenía la cabeza llena de ideales; cuando todavía creía que podía cambiar el mundo.

Pero lo cierto era que estaba equivocado. Mi padre se encargó de recordádmelo en el momento exacto, para que tomase la decisión correcta.

Con la mano temblando, y con el aliento contenido, pulsé sobre el icono del mensaje.

Las palabras de Pascale se mostraron en la pantalla del ordenador, paralizándome el corazón.

Hervé:
Seguro que te sorprende que te escriba después de tantos años. Yo tampoco me lo puedo creer. No del todo. De hecho, he dudado durante días si hacerlo o no. Lo cierto, es que si te escribo ahora, es porque tengo miedo. Tengo pánico de dejar solo a Charles. Te preguntarás quién es él. No puedo decirlo de manera suave.

Charles es tu hijo.

Bueno..., el nuestro. Te escribo esta noche porque no soy lo suficientemente valiente para llamarte, aunque tampoco sé si me contestarías. Estoy divagando, pero me cuesta mucho trabajo encontrar las palabras correctas. Tengo mucho miedo de que se quede solo sino puedo superar esta enfermedad. Es tan dulce, tan bueno... Es lo mejor que hemos hecho juntos. Sé que me odiarás por haberte ocultado su existencia durante todos estos años, pero estoy segura de que no puedes hacerlo más de lo que yo me odio a mí misma. Mañana a las nueve de la mañana me intervienen para extirparme el tumor. Después, hablaré con él para contárselo todo. En cuanto me recupere, volveré a escribirte. Por favor, no pagues con él mis decisiones.

Pascale.

Apenas pude leer las últimas líneas del correo por la cantidad de lágrimas que se acumularon en mis ojos. Apenas podía recordar la última vez que las había dejado caer con libertad. Estaba tan conmocionado por lo que acababa de leer, que no podía reaccionar.

No sabría qué me alteró más: si descubrir que tenía un hijo o darme cuenta de que el mensaje llevaba más de un año en mi correo.

Aprendiz de PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora