Capítulo 3

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En lo más profundo del subsuelo de Londres, oculto a los ojos del mundo muggle, se erguía el Ministerio de Magia británico. Un laberinto de pasillos oscuros, elevadores en movimiento y puertas que llevaban a innumerables departamentos. Los empleados, trajeados y apresurados, recorrían los pasillos con carpetas bajo el brazo y semblantes tensos. La plaza central se llenaba de brujas y magos que se apresuraban a entrar, como si temieran el reloj que contaba los segundos de su existencia. La rutina diaria comenzaba para los empleados, pero esta mañana, la tensión se palpaba en el aire. Los corredores subterráneos del Ministerio resonaban con el eco de los pasos apresurados, y la sensación de urgencia se había apoderado de cada pasillo y despacho.

El Ministro de Magia, Rufus Scrimgeour, estaba furioso. Sus aurores no habían logrado dar con el paradero de Severus Snape desde que abandonó Hogwarts. La ineficacia de su propio personal lo estaba haciendo parecer débil y vulnerable, y la desaparición de unos de sus mejores aurores, Harry Potter, solo había agravado la situación. Su oficina en el Ministerio se sentía claustrofóbica, con los informes y pergaminos regados por el escritorio. Un vaso de agua estaba a punto de caer al suelo debido a un golpe en la mesa con el puño cerrado que Scrimgeour había dado unos momentos antes.

-¡Incompetentes!- Murmuró entre dientes, mientras se paseaba por su despacho. -¿Dónde demonios están? ¿A que se supone que estáis jugando panda de inútiles? ¡Necesito resultados, no excusas!-

Exclamó con ira, haciendo que los pergaminos en su escritorio temblaran. La tensión en la habitación era palpable, y sus asesores se miraban entre sí con nerviosismo, sin atreverse a interrumpir al Ministro en su momento de furia.

Entre las personas que había allí reunidas, se encontraba la figura de una mujer, que se mantenía firme y estoica. Su postura era erguida, y sus ojos vigilantes estaban fijos en el Ministro, esperando las instrucciones con la seriedad que caracterizaba a los mejores aurores. Su expresión no dejaba traslucir emoción alguna. 

Finalmente, el Ministro de Magia se detuvo frente a un gran ventanal que ofrecía una vista panorámica del Ministerio. Se quedó allí por un momento, contemplando la imponente estatua que se alzaba en medio de la plaza y reflexionando sobre la gravedad de la situación.

-Victoria...- Dijo finalmente en tono serio, girándose para enfrentar a su aurora de confianza. 

Victoria Spencer era una mujer alta y esbelta, con cabello castaño oscuro que caía en cascadas ordenadas sobre sus hombros. Sus ojos eran de un penetrante color azul, y su mirada era decidida y segura. Tenía un rostro de facciones marcadas, con pómulos altos y una mandíbula firme. Su piel era pálida y sin imperfecciones, y su expresión generalmente reflejaba seriedad. Vestía con elegancia y siempre llevaba trajes que realzaban su autoridad. Su postura era erguida y su presencia en la habitación destacaba por encima de cualquier cosa.

-Esta es una misión de máxima importancia. Debes seguir a Snape sin levantar sospechas. No podemos permitir que se escape, y si sabes algo de Potter, házmelo saber de inmediato.- Sentenció, haciendo que el sonido de su voz, imponente, hiciera eco entre los pasillos.

Victoria asintió. -Entiendo, Ministro. Haré todo lo que esté en mi poder para llevar a cabo esta misión con éxito.-

Este suspiró, consciente de la gravedad de la tarea que había encomendado. 

-Que así sea. Confío en que lograrás lo que otros no han podido.-

Con estas palabras, Victoria Spencer abandonó la sala, decidida a comenzar su incansable búsqueda. A medida que el resto de las personas presentes se retiraban, el Ministro se quedó solo, inmerso en sus pensamientos, esperando fervientemente que esta vez obtuvieran resultados en la búsqueda.

Bajo la Sombra de los Errores. (Snarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora