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Anna jamás creyó entrar al castillo de Arendelle sin la necesidad de mentir o trepar por los muros y escabullirse. Era enorme y se veía más... vivo, aunque mantenía aquella atmósfera melancólica y fría de siempre. Ella empujó un bloque de hielo sobre aquella tela que Kristoff había colocado en el suelo para arrastrar los enormes bloques dentro de las cocinas. No tardaron mucho en eso, quizás un poco más en tirar de la tela para poder alcanzar las puertas que los llevaban a la enorme cocina y Anna seguía sin creer lo que estaba viviendo. Dos hombres se acercaron para ayudar al rubio con los hielos mientras la pelirroja se distraía fácilmente con cualquier cosa que se encontraba allí. Estaba todo a su alcance, no solo objetos brillantes, sino la comida que parecía llamarla para degustar cada platillo sobre la mesa.

– ¡Ah! Niña, deberías estar vestida ya – gritó una mujer a espaldas de Anna –. Toma esto, no te lo pongas así no pierdes tiempo porque tienes que ir directo al salón principal para escuchar las indicaciones de Kai.

Anna se giró confundida, la mujer delante de ella era unos centímetros más baja y regordeta, parecía estar a cargo. En sus manos sostenía un conjunto limpio de ropa y no despegaba su mirada de ella. La estaba confundiendo y, quizás, podía ser una oportunidad para recorrer el castillo. Anna le sonrió y tomó la ropa sin queja alguna, una simple disculpa en un susurro salió de sus labios, fingiendo estar arrepentida por sus actos imaginarios. La mujer le señaló las dos puertas a su izquierda y la pelirroja se apresuró a cruzarlas, allí se encontró a un hombro, bajo y regordete, hablándole a un grupo de meseros. Todas las miradas terminaron cayendo en Anna cuando cruzó las puertas.

– Sabía que me faltaba una – habló el hombre colocando las manos detrás de la espalda –. Venga, venga. Acérquese y le explico cómo vamos a manejarnos hoy.

Anna pasó casi una hora escuchando al hombre hablar y hablar sobre la coronación, la fiesta y como ellos, los ayudantes, debían moverse para entregar la comida y copas a los invitados. No prestaba atención, su mente había comenzado a divagar sobre la fiesta y las mil maneras que existían para robar un poco de aquel chocolate que la estaba llamando desde que cruzó las puertas. Amaba ese dulce manjar, incluso lograba probar las nuevas recetas que Ketil Watne, el pastelero de Arendelle, cada tanto le ofrecía.

Apenas notó como todo el mundo se esfumó, Anna se apresuró a correr nuevamente hacia la cocina donde Kristoff estaba discutiendo con aquel hombre, Kai.

– Doce krones por su buen servicio, joven – Kristoff sonrió cuando la pequeña bolsa estuvo en sus manos –. No será la última vez que deberá entregar hielo en el castillo.

Cuando Kai se fue, Anna se acercó hacia el rubio.

– ¿Dónde te metiste? – preguntó Kristoff, abrió la bolsita y sacó las cinco monedas que serían de Anna –. Debería quitarte una por desaparecer...

– Una mujer me confundió con una criada o mesera, no lo sé, pero me mando al salón principal y estuve ahí escuchando cómo se iban a - ¿Sabes qué? No importa, ya tengo lo que necesito y... Bueno, ¿Qué dices de seguir trabajando juntos?

Kristoff le estrechó la mano sin decir nada, su plan había salido a la perfección y ahora tenía una mano extra para todo el trabajo.

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Al final, Anna no logró escapar y ahora se encontraba rodeada de personas de la realeza. Nunca creyó estar ahí, seguro que SoYun estaría muerta de la risa si la viera siendo tan educada con aquellos hombres y mujeres cuya bromas eran pésimas. Se movió por todo el salón, ofreciendo los aperitivos que llevaba en la bandeja y volviendo a esconderse en la cocina bajo la excusa de haberse quedado sin nada. No le molestaba estar ahí, pero si había un hombre que la estaba sacando de las casillas a cada rato cuando exigía otra bandeja de aperitivos porque los que ella tenía se veían horribles.

Frozen Heart | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora