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Anna deseaba tanto llegar a la montaña del norte y encontrar a la reina. Le agradaba la compañía de Kristoff y Sven, quizás los comentarios tontos de Olaf podía pasarlos por alto o reírse de ellos, pero el frío... comenzaba a odiar tanto el frío que los rodeaba luego de perder su capa y estar envuelta en algo de ropa que el rubio le entregó. Era el doble de su tamaño y le causaba cierta picazón. Odiaba esa ropa y Kristoff lo notaba con cada paso que daban.

Su camino se interrumpió con una enorme pared de rocas frente a ellos, eso era un impedimento y tardarían bastante en alcanzar la cima. Kristoff se arrodilló para sacar la cuerda y el pico de hielo, quizás podía conseguir lanzar la herramienta con la cuerda atada y podrían subir. Pero Anna se adelantó intentando escalar. No pensaba decirle algo, sabía lo terca que era cuando algo estaba en su mente que prefirió verla sufrir con cada movimiento. Olaf se había alejado de ellos y ninguno pareció notarlo.

– Anna, ¿qué demonios haces? – preguntó Kristoff.

– ¿No es obvio? – se quejó subiendo otra roca con cierta dificultad por su brazo – Voy a buscar a la reina.

– Genial, pero yo no pondría mi pie ahí – aclaró el rubio apenas vio cómo resbalaba –. Tampoco en esa roca...

– ¿Vas a ayudarme o te quedarás ahí criticando mi manera de escalar? – escupió la pelirroja con fastidio.

– Si, pero ¿no pensaste en la posibilidad de que Elsa no quiere ser encontrada? – sonrió cuando la vio detenerse – Nunca se te ocurrió eso, ¿verdad?

– ¡Igual quiero saber que está bien! – chilló desde lo alto.

Kristoff miró a Sven con una sonrisa por la confesión de Anna.

«La tiene totalmente enamorada. » pensó el rubio.

Escuchó una queja y alzó la vista para encontrar a la pelirroja aún en la misma roca, respirando de manera entrecortada. No sabía cuánto tiempo Anna se había quedado allí, pero no debió ser mucho por la forma en que sus pies aún intentaban subir un poco más.

– ¿Ya llegué? – preguntó Anna – Porque el aire se siente más liviano aquí arriba.

El rubio soltó una carcajada al verla, tenía que ir a su rescate. Comenzó a desenredar la cuerda mientras se acercaba a ella, pero la voz de Olaf llegó a sus oídos. Ambos voltearon a ver al muñeco de nieve señalar algo.

– No sé si esto resuelve nuestro problema, pero encontré una escalinata que nos lleva justo a dónde vamos – dijo Olaf.

– ¡Jah! ¿Lo ves? ¡Es el destino, Kristoff! – gritó Anna – ¡Atrápame!

Kristoff no supo qué responder, solo sintió el impacto del cuerpo de Anna contra el suyo cuando la chica se lanzó sin mucho pensarlo. Le agradeció con un pequeño golpe en el hombre y siguió al muñeco de nieve.

Para Anna, Elsa hacía maravillas con su magia.

El castillo de hielo se alzaba tan majestuoso en medio de un paisaje invernal, una maravilla de cristales y hielo tallados con precisión. Sus dos torres puntiagudas se elevaban hacia el cielo, los muros estaban formados por bloques de hielo cristalinos y cada uno fue meticulosamente tallado para encajar perfectamente con el siguiente, creando una superficie lisa y reluciente. A lo largo de las paredes, se podían observar delicados grabados que representan la esencia misma del invierno.

La superficie del castillo estaba adornada con patrones de copos de nieve, cada uno único y perfectamente formado. Había columnas de hielo que sostenían el balcón que rodeaba la estructura, ofreciendo vistas panorámicas de la impresionante extensión helada que se extendía a su alrededor. Cúpulas de cristal esmerilado coronaban las torres, refractando la luz en una danza de colores brillantes.

Frozen Heart | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora