Día 4

122 27 5
                                    

El reloj del comedor suena tic, tac, tic, tac. He notado que sus agujas son puntiagudas, sin embargo, está tan alto que no lo alcanzo, ni con una silla. La libertad se ve tan lejos, aunque no sé si realmente puedo protegerme con la aguja de un reloj.

Oigo un sonido y giro mi cabeza. Es la primera vez en días que escucho a una persona por aquí. ¿Será un vecino? ¡Claro que sí, tiene que haber alguien, esto tiene que ser un barrio! Quizás son casas vacacionales, no sé, pero tengo que lograr que me escuchen.

Corro hacia la pared y la golpeo seguidas veces.

—¡¡Hola!! ¡¿Hay alguien?! —Sigo pegándole fuerte al concreto—. ¡¡Ayuda, me tienen secuestrada, auxilio!! —Alzo la voz lo más que puedo—. ¡¡Por favor, alguien llame a la policía, haga algo!! —Mis ojos se humedecen—. ¡¿Hola?! Por favor, respondan... ¡¡Por favor!! —Lágrimas caen, mojando mi rostro.

—¿Qué estás haciendo? —Oigo detrás y me paralizo.

Mi captor se acerca y me golpea por primera vez, entonces caigo al suelo.

—Mira lo que hiciste. —Me toma del rostro, aclarando, enojado—. Camina. —Me agarra del brazo para que me levante y me hace sentar en una de las sillas.

Me mantengo quieta y callada, sosteniendo mi mandíbula adolorida. Creo que me partió el labio. La sangre mancha mi mano, la cual toca la herida.

El rubio suspira, agarra otra silla y se sienta delante de mí, poniendo la bolsa que trajo en la mesa, y sacando de allí unas gasas.

—Sospeché que algún día llegaríamos a esto. —Se ríe, mientras pone el líquido en el algodón—. Aunque nunca el mismo día que lo comprara.

Aproxima su mano y la golpeo. Vuelve a ponerse agresivo cuando me toma del rostro, para apoyar la gasa en mi labio.

—Quédate quieta —aclara, amenazante—. Compórtate o no sabes lo que te haré, empezando por la tela que llevas puesta.

Lo observo con odio y le termino escupiendo.

—¡Cobarde! —al fin hablo—. ¡Asqueroso de mierda!

—Comprendo, estás enfadada. —Se limpia—. Pero hablaba en serio. —Agarra, tironeando de mi prenda, así que chillo, asustada, por lo tanto, se detiene y vuelve a reír—. Ahora sí, la expresión es la indicada.

—Basta, déjame —ruego con angustia, intentando no llorar—. ¿Qué quieres de mí? —pido, desesperada—. Déjame tranquila.

—Te volviste muy valiente en estos días —me cuenta su extraño análisis sobre mí—. Creo que empiezas a pensar que no te haré nada, aunque acabas de descubrir que soy capaz de golpearte.

—Ya déjame —repito en un tono más bajo.

—Magaly, parece que no estás entendiendo. —Acerca su silla a la mía, así que presiono las piernas con tensión porque las suyas están muy próximas a mi desnudez. Lo hizo a propósito, quiere intimidarme sexualmente—. Así que jugaremos a un juego, para que descubras que voy por todo. —Posa su mano en mi rodilla y nota que tiemblo—. Buena chica —me felicita.

—¿Qué...? ¿Qué juego? —Agarro fuerte mi tela e intento retroceder.

—¿Te gusta el número siete?

—¿Qué? —Estoy en shock.

—Ya vas cuatro días encerrada aquí, creo que el siete es un buen día para que aprendas tu lugar.

—¿Mi lugar? —Mis labios tiritan.

—Sí... —susurra, acercándose a mi oído—. Para que entiendas lo vulnerable que eres. Solo necesitamos siete días de vulnerabilidad, el resto se lo dejamos a tu mentecita, la cual es probable que deje de luchar para siempre. Quizás luego de ese día me aburra de ti, nunca lo descubriremos, pero mientras disfrutemos este momento.

Acerca su boca a la mía, así que giro mi cabeza y siento sus labios en mi mejilla.

—No me toques —pido, nerviosa.

—Sí, este momento —repite, haciendo una pequeña risa—. Justo cuando imaginas lo peor de mí. No sabes qué pasará, te asusta, mueres por dentro. Tienes el miedo más horrible, el miedo a lo desconocido. Puedo ver en tu gesto la necesidad de que acabe la tortura de aquella incertidumbre que te carcome la mente.

—Cállate... Cállate y vete, por favor.

Dejo de sentir su mano en mi muslo, oigo la silla, pero no lo miro. Me sobresalto cuando cierra con fuerza la puerta al irse. Vuelvo a llorar, lloro por toda la impotencia, lloro porque no tengo forma de desaparecer mis pensamientos catastróficos.

¿Acaso es mi culpa? ¿Qué es lo que hice? ¿Cómo no evité que le pusiera fecha a mi tortura? ¿Qué clase de loco es? ¿Por qué no puedo quitarme todos estos pensamientos?

No puedo más con mi mente, simplemente, no puedo.

No puedo más con mi mente, simplemente, no puedo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Siete días de vulnerabilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora