prólogo.

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Ahí estaba de nuevo, sentado en su oficina, reescribiendo la documentación de la que se había librado. Un suspiro escapó de sus labios mientras sus ojeras pesaban y apenas podía mantenerse despierto. Faltaban al menos quince hojas para terminar y no podía evitar sentirse molesto y frustrado al respecto, pero solo le quedaba seguir adelante.

Sus piernas se habían quedado paralizadas, lo cual era normal después de tanto tiempo sentado. Además, llevaba varios días sin ver la luz del sol debido a que sus ventanales estaban cubiertos con un plástico azul oscuro que combinaba perfectamente con las paredes blancas.

Sin apartar la vista de su computadora, extendió la mano hacia su izquierda para tomar su taza y llevarla a los labios. Sin embargo, a pesar de esperar, no encontró nada en ella. Frunció el ceño confundido al observarla antes de darse cuenta de que estaba vacía.

Dejó escapar un sonido de frustración y volvió a depositar la taza en su lugar. Ahora, su mano se dirigió hacia su derecha, donde presionó el botón del teléfono de línea y lo acercó a su oreja. Esperó impacientemente una respuesta del otro lado hasta que finalmente una voz cansada contestó.

— Dígame.. jefe.

— Tráeme otra taza a mi oficina. — Mandó, para después colgar y colocar el teléfono en su lugar.

Luego de unos minutos, tocaron la puerta. Se levantó y solo quitó el seguro para sentarse nuevamente en su silla y seguir con su trabajo. La eriza entró con una bandeja en sus manos y se acercó a su escritorio, dejando sobre la mesa una taza de café caliente y unas tostadas con mantequilla.

— Gracias — pronunció él tomando la taza en sus manos y dando un sorbo, no sin antes soplar un poco para enfriar el café.

La eriza asintió y se dio la vuelta para irse, cerrando así la puerta tras ella. Eso le extrañó al cobalto, ya que no eran comportamientos que ella solía tener. Ni siquiera lo había mirado a los ojos por más de dos segundos y su rostro se veía cansado.

Tal vez algo le pasaba, pensó, mirando la puerta por donde había salido la eriza. Aunque quería preguntarle qué sucedía, no podía permitirse ir con ella y dejar sus registros a un lado. Decidió concentrarse primero en el trabajo y luego se ocuparía de preguntarle personalmente.

Con esto, las horas pasaron volando y finalmente había terminado. Con una sonrisa en el rostro, guardó el archivo y se levantó de su silla. Se estiró un poco y caminó hacia la puerta de su oficina para salir. Afuera todo estaba completamente en silencio, parecía no haber ningún alma en el lugar.

¿Qué hora era?

Sacó su teléfono de su bolsillo trasero y lo encendió. Sus ojos se abrieron de par en par al ver que eran casi las cuatro de la madrugada. Había estado tan centrado en terminar ese caso que perdió la noción del tiempo.

Suspiró tomando aire profundo. No se sentía cansado en absoluto, de hecho, tenía ganas de pasar tiempo libre con sus amigos, a quienes había descuidado debido a su pesado trabajo.

Caminó por las oficinas y puestos de cada uno de ellos, se percató de que la mayoría estaban limpios y ordenados, mientras que otros, no tanto. Se acercó al escritorio de su mejor amigo y observó el retrato que había allí; era una fotografía de todos juntos, incluyéndolo a él. En las paredes había más fotos de sus amigos, pero en ninguna estaba él, lo que lo hizo fruncir el ceño, un poco extrañado.

En cada foto se podía apreciar los diferentes lugares en los que habían estado, todos con una sonrisa en el rostro. Pero él no podía entender por qué no lo habían invitado a esos planes. Se suponía que todos eran amigos, ¿no?

Salió de aquella oficina, cerrando la puerta tras de sí y reflexionando sobre lo sucedido. Había una posibilidad de que no lo hubieran invitado debido a que ahora era su jefe, querían evitar problemas. Y tenía que admitirlo, se había vuelto muy estricto y aburrido en lo que respecta a las normas de la agencia, pero eso no quitaba el hecho de que era su amigo y eso de no haberlo invitado lo molestaba.

Mientras caminaba, pensaba en las palabras correctas para enfrentarlos al día siguiente, entonces frenó en seco al llegar al puesto de su secretaria. Dudó mucho si entrar o no, pues rara vez lo hacía, pero sus manos fueron más rápidas y sin pensarlo abrió la puerta, dejando ver una habitación oscura llena de papeles y cajas por todas partes; todo muy organizado. Caminó adentro, observando detalladamente cómo ella se había tomado el tiempo de hacerle remodelaciones al lugar.

Sus ojos se fijaron en un marco de fotos que ella misma había mandado a hacer, donde en algunas imágenes salía ella y en otras con sus amigos, pero no había ninguna foto donde él estuviera, lo que lo hizo fruncir el ceño, mostrando su molestia.

Se acercó a su escritorio y se recargo en la silla mientras pensaba en aquella situación. ¿Por qué de repente dejó de ser invitado por sus amigos?

— Que sea su jefe no significa que pueden excluirme. — murmuró un poco enojado. Su vista se centro en una libreta la cual tenía el nombre de la eriza en la portada.

Amy.

El nombre estaba decorado por perlas, mientras que el cuaderno era completamente de color margenta. Lo sostuvo unos momentos en sus manos y con suavidad lo abrió.

Pronto se percató que en realidad ese cuaderno era el diario de la eriza, cuando estaba a punto de dejarlo sobre la mesa para no invadir su privacidad, se dio cuenta que en la última hoja había un gran corazón dibujado y adentro de este dos iniciales.

S + A

El erizo suspiro y cerró el cuaderno para después dejarlo caer sobre la mesa y salir de aquella oficina que tanto lo agobiaba.

Era cierto, lo sabía. Ella siempre había tenido sentimientos por él; sentimientos que nunca pudo corresponder por estar pensando en otras cosas. Cuando le asignaron el puesto a jefe ya no tenía tiempo de hacer nada, tenía mucha responsabilidad en sus hombros y aunque al principio fue duro, logró superarlo y acostumbrarse a su rutina.

Ella había estado tratando de invitarlo a salir por meses, siempre fue rechazada en cada ocasión y parecía no rendirse, hasta ahora. Tenía semanas que no le insistía tanto con el tema y la mayoría de veces trataba de no estar tanto tiempo en el mismo lugar que él.

No la culpaba, él se había encargado de alejarla, con su actitud seca y cortante era obvio que los demás también notarán su cambio.

Cuando entró a su oficina cerró la puerta con seguro y camino a su derecha, donde abrió otra puerta que lo llevaba a una pequeña habitación improvisada, solo había un colchón en el suelo y algunas de sus ropas, el resto del espacio lo ocupaba su baño personal.

Se quito el uniforme junto con sus botas y las colocó a un lado del colchón, cuando estuvo solo con sus boxers se acostó y cerró sus ojos dispuesto a dormir.

Solo habían pasado unos quince minutos que pudo conciliar el sueño cuando la alarma de su celular sonó, dando inicio a las cinco de la mañana. Suspiró con frustración y no le quedo de otra que levantarse y caminar hacía el baño.

Tomo una ducha rápida y se colocó su uniforme, acomodó sus púas y rocío algo de perfume sobre él. Abrió la puerta y la cerró con llave, luego caminó a su escritorio y se sentó en su silla.

Miro a su alrededor y notó que se sentía un vacío inexplicable, su cuerpo solo hacía todo por instinto, era raro. Se sentía un muñeco sin emoción alguna.

¿Realmente quería vivir así toda su vida?

Continuará.

𝑇𝑢𝑠 𝑙𝑎𝑏𝑖𝑜𝑠 - 𝑠𝑜𝑛𝑎𝑚𝑦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora