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-Mira el cielo Ale, en verdad míralo.

-No puedo.

-No te duermas, resiste, no lo hagas.

-Me esta arrastrando...

-Ale..

-Te quiero...

-Te quiero más...

(...)

Se podría considerar a la gente de piel blanca muy afortunada, muy bella, limpia y adorable. Además de también ser envidiada por la gente de piel un poco más oscura. Eso resultaba tonto, a decir verdad. ¿Quien podría querer tener la piel más débil? Sí, esa que grita cuando algo está mal, se pone de un color diferente dependiendo al abuso al que fuera sometida. ¿De qué sirve tener ese tono de piel? Si lo único que puede traer son problemas. Más si la persona que la tiene no se encuentra en una posición económica cómoda.

Por ejemplo, la miserable chica que trabaja en uno de los tantos rincones olvidados del mundo, sin importancia de mención alguna ya que se podría decir algún lugar en especifico pero esto puede suceder a la vuelta de la esquina o al otro lado del mundo. No importa realmente donde ocurre. Lo importante aquí es que esa chica, llamada Ale, trabaja hace mucho tiempo para los dueños del Host Club más famoso de la ciudad, el cual cuenta con lo mejor de lo mejor; cientos de jóvenes de todas las edades, razas y colores, de la mejor calidad, expertos en lo que hacían y dedicados en cuerpo y alma en la satisfacción total del cliente.

Uno de los dueños es La Srta. Jo, una mujer en silla de ruedas que cuidaba y protegía exageradamente a Ale, como si de una hija propia se tratase. Intentaba mantenerla a su lado siempre, incluso aún después de haber perdido el movimiento de sus piernas en un misterioso accidente ocurrido años atrás. Decía que era su muñeca y que sentía la necesidad de presumir a la chica ante todos. Tenía al mundo en la palma de su mano, podría ofrecerle absolutamente todo a la pequeña Ale en cualquier instante. Sólo tenía que portarse bien y mantener esa linda apariencia de muñeca que tenía.

Tenía absoluta confianza en la pequeña muñeca, tanto que le permitía salir de vez en cuando a las calles de la ciudad, siempre y cuanto estuviera acompañada por el personal de seguridad de la corporación. Esa confianza era única, tan única que nadie más de las otras chicas contaba con ella. Era por eso que odiaban a Ale, le hacían la vida imposible cuando aún no contaba con el apoyo de el Sr. Preyco y la Srta. Jo, sus dueños y ahora sus padres. Ellos le habían ordenado que les llamara así, y eso hacia.

Y todo ese preferentismo la excluía de trabajar, no tenía más obligaciones que las mencionadas anteriormente. Disfrutaba de su posición e ignoraba todo lo demás.

Incluso a los chicos que pedían de su ayuda en la mansión cuando la encontraban sola, ellos le contaban historias aterradoras sobre sus padres, pequeñas historias que revelaban una pequeña parte de la verdad oculta por el Sr. Preyco y la Srta Jo. Querían escapar y pedían su ayuda. Ella los ignoraba y decía que no volvieran a hablar de esa manera sobre sus padres. Que si tenían algún problema que se lo contaran a los señores y que ellos seguramente entenderían y les ayudarían. Los chicos se aterrorizaban con la idea y le pedían disculpas.

No se detuvo a pensar en los chicos, no se había detenido a pensar en qué se basaba la riqueza de sus padres hasta el día en que ellos se molestaron tanto con ella, tanto que decidieron privarla de toda comodidad y privilegios. Mandarla al submundo y hacerla trabajar. Ya no viviría en la mansión de los señores y comería en la misma mesa que ellos.

No, ya no. Eso ya iba a quedar en el pasado.

Ahora se encontraría en las calles que tanto despertaban curiosidad en ella.

PutitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora