Abrí los ojos. Tardé un poco en reconocer el lugar: estaba en casa, en mi cama. Me miré al espejo y constaté que mi aspecto era el mismo, con la misma ropa sucia y el cabello asqueroso. Lo primero que pensé fue que, por desgracia, seguía más viva de lo que hubiera querido.
Lamenté que Evan me atrapara.
Desanimada, me dirigí al patio. Subí por las escaleras de metal hasta llegar al techo. Podía sentir el ardor del sol atravesar cada poro de mi piel. Vi el desagradable y apestoso vecindario a mi alrededor. Las aves cantaban con normalidad, a pesar de toda la inmundicia que seguía existiendo debajo de ellos. Algunas casas parecían abandonadas, como la mía.
Miré hacia abajo, esta vez decidida a no dar marcha atrás. El milésimo intento: salté y en un instante mi cuerpo chocó con el suelo. Fue como tirar un bulto de estiércol. Al segundo siguiente empecé a sufrir un insoportable dolor de espalda. Mis extremidades estaban dislocadas. Sentí cómo mi cabello se empezaba a humedecer: quizá era la sangre brotando de mi cabeza partida.
Habría pasado una hora y todavía seguía con vida. Sentía el dolor más horrible en todo el cuerpo, ni un centímetro se escapaba de semejante sufrimiento. Debía ser yo la persona con la peor suerte del mundo.
—¿Ada? —me dijo una voz que no reconocía del todo bien.
Intenté hablar pero no me salían las palabras, era como si la lengua hubiera muerto antes que el resto de mí.
Era Evan. Se agachó y me cargó, con una cara de insoportable. Experimenté el más grande dolor mientras me llevaba sin delicadeza. Ignoraba mis quejidos. Me sentí humillada. Tan pronto como pudo me dejó caer en el sofá. Dolor: más del que creía poder soportar.
—Eres una terca. Nunca aprendes. Eres más débil que una...
Tomó mi mano y la estiró hasta tocar mi cabeza. Ese movimiento fue brusco y creí que no podía tolerarlo más, hasta que de pronto me empecé a sentir cada vez, increíblemente... mejor. Respiré con fuerza y antes de que pudiera hablar, Evan me agitó un dedo sobre la cara, autoritario, mientras me gritaba:
—Tú siempre buscas el peligro, no importa qué. Es culpa mía, ya sé —se adelantó a decir, cuando abrí la boca para responderle—, no recuerdas nada, ¿o sí?
—No. Bueno, algo.
—¿Cómo qué? —dijo, con la frente brillándole del sudor.
—Lo necesario.
—¿Por qué desperdicias de esa manera tu poder?
—Porque echo a perder todo. Sabes exactamente lo que hice. Ya no quiero seguir en este mundo, Evan —insistí—. No quiero ser esta persona. Estoy harta de mí, aburrida de todo.
—¿De qué estás harta, de que los demás no sean igual que tú?
—De que yo no sea igual que ellos. Nunca encajo. Tengo que fingir y ni eso me sale bien.
Evan negó con la cabeza, como fastidiado.
—Las reglas de este mundo son un asco —dije—. Soy un desperdicio. Lo único que me emociona es atentar contra mi vida. Yo sé que nunca me vas a comprender.
—Recuerda que no puedes hacer nada hasta no cumplirle al Artista.
—A la mierda el Artista. Él no es un Dios.
Evan se puso pensativo mientras daba unos pasos.
—¿Qué tanto recuerdas de mí? —preguntó.
—Tu nombre, tu cara y...
Y entonces Evan chasqueó los dedos he hizo que la lámpara de al lado se encendiera y apagara.
—Por mis venas corre electricidad —dijo con una amplia sonrisa. De pronto parecía un lunático con ánimos de sorprender—. ¿Cuántas personas en el mundo crees que pueden hacer esto? Solo una en un millón. Igual que tú. Somos diferentes porque tenemos un propósito superior y una gran ventaja. Los demás siempre te atacarán desde el momento que descubran que tienes algo que ellos nunca tendrán —añadió con un tono más serio—. Es la ley del comportamiento humano. Pueden intentar de todo para hacerte sentir mal, pero tu cerebro es el primero y el último en decidir cómo te sientes. Debes entrenar tu cabeza a tu favor, ninguna otra cosa es más importante que eso. Así que, no permitas que entren. No les des esa satisfacción.
—Pero lo que hice fue...
—Olvídalo, Ada. Hay cosas que es mejor dejarlas pasar.
Evan caminaba de un lado a otro, intranquilo, frotándose la quijada.
—Mi poder es un asco —dije convencida—. Es un arma de doble filo y...
De pronto Evan levantó la mano y me lanzó un rayo electrizante en el pecho. Me hizo un hoyo que traspasó la carne y de inmediato brotó sangre a salpicones. Había una horrible tensión. Se acercó lentamente a mí y luego tocó mi mano después de arrodillarse; la puso sobre la herida y luego esta empezó a cerrar. Alejé mi mano de la suya de un golpe. Me puse de pie y lo empujé.
—No has entendido nada —me dijo, con una serenidad que parecía contener mucha rabia.
Caminó hacia la puerta, parecía querer retirarse ya. Cuando creí que no volvería a decir nada, se dio la vuelta:
—Espero que mañana estés preparada para llevarte con los otros. Debes retomar la batalla cuanto antes —dijo, mientras miraba con asco algunos de los muebles de decoración.
—¿Cuál batalla? —dije con un tono muy agresivo. Me crucé de brazos.
—La batalla contra el Artista.
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LA REBELIÓN
Science FictionAda es una chica sin ganas de vivir. Evan la ayudará a desarrollar sus poderes, quien a su vez la necesita para rebelarse contra los súper humanos que buscan el control total de la población.