Tocaron la puerta y creí que era Evan. Mi estómago se estrujó de la impresión cuando constaté que en realidad era Tristán. Se acercó para saludarme. Creía que todo iba normal hasta que se tornó muy incómodo: esquivé un beso en la boca.—¿Qué pasa, todo bien? —dijo extrañado—. No te he visto desde hace una semana y no contestas mis llamadas —hizo un puchero con la boca.
—Perdí mi celular —mentí.
Lo dejé pasar. Mientras cerraba la puerta y le daba la espalda, él empezó a abrazarme por detrás. Dejé pasar unos segundos antes de apartarme con la excusa de que había olvidado algo en la cocina.
—¿Hay alguien más? —soltó, achicando los ojos—. ¿Ya no me quieres ver, es eso? Dímelo.
—Claro que no —aseguré. Hubo un silencio antes de que alguien de los dos hablara primero.
Tristán gritó asombrado:
—¡¿Qué le pasó a tu sillón, Ada?! ¿Es una mancha de sangre? Sí, aquí, en el respaldo. Hay un agujero también...
—Estaba haciendo manualidades para distraerme, no es nada.
—¿Qué tipo de manualidades?
—Casitas a escala con palitos de helado. Soy muy mala para eso, eché a perder el sillón...
—Pues no huele muy bien —dijo Tristán, acercando la cara al sillón.
Pasamos el rato viendo la tele, después de ponerle una manta al sillón para cubrir el mal aspecto. Luego Tristán sugirió que saliéramos porque no aguantaba ese olor extraño que yo no podía percibir.
—Vayamos a ver una película al cine o algo, no sé —dijo.
Fuimos al cine. Cuando la película acabó, no me sentí satisfecha. No me gustó como debería. Tampoco entendí el final. ¿Por qué romantizaban tanto el tratar a las mascotas como humanos...?
—Me encantó la película: «Mi hijo Frank» —me dijo Tristán todo emocionado—. Sobre todo la parte donde sacan a esa señora que no quería perros en el restaurant. O sea, fue increíble cómo la echaron, ¿no? Son el tipo de comedias que valen la pena cada minuto.
—No me agradó que el viejo terminara heredándole todo a su perro Frank. Digo, eso es estúpido.
Tristán no dijo nada.
Estábamos despidiéndonos en la puerta, cuando me dijo:
—No sé si es el día o es mi presentimiento, pero como que algo te pasa. Creo que ya no quieres salir conmigo, ¿verdad?
—No... Quiero decir que me gusta salir contigo... ¿por qué lo dices?
—Siento que no lo disfrutaste como antes. Hemos visto «Los hombres también son madres», «Soy lo que quiero ser», hasta dijiste que tu nueva película favorita era «Transform-mens». Me sorprende de ti que esta vez no haya sido de tu agrado.
Después de un momento de soledad en casa, llegó Evan. Eran las once de la noche.
Nos subimos a su carro. Me puso un trapo para taparme los ojos.
—Tienes suerte de no ser como Peter —dijo de pronto, mientras encendía el carro.
—¿Por qué?
—Él puede ver el cuerpo humano como si le dieras zoom. Es decir, su visión puede traspasar la ropa si quiere, o puede llegar hasta los órganos. Ridículo pero increíble, ¿no crees? —añadió. Negué con la cabeza.
Tuvimos una breve plática durante el camino:
—Hay cosas que quizá ya no recuerdas. Por ejemplo, antes amabas al Artista. Pero decidiste estar de nuestro lado, la oposición. Hay tantas cosas que tendré que explicarte a su debido momento.
—¿Por qué no recuerdo muchas cosas?
—¿Recuerdas nuestra misión, Ada? —dijo, ignorando mi pregunta—. ¿O alguno de nuestros objetivos?
—No.
El resto del camino estuvimos en silencio.
Me quitó el trapo de los ojos después de que entramos a un lugar semi oscuro. Se trataba de un cuarto gris, sin ventanas y muy pocos muebles.
Evan me presentó a Los Otros. Polo, se presentó como un científico de datos; Dana, activista independiente y Peter, quien llevaba unos lentes muy grandes y negros, solo dijo su nombre.
—¿También tienen poderes? —pregunté.
—¡Por Dios, es cierto! —dijo Dana—. En verdad le borraron todo el caset.
—Culpo de esto a las inteligencias artificiales, que de inteligente no tienen nada —acusó Polo.
—¡Claro que todos tenemos poderes, si no, no estuviéramos aquí! —dijo Peter.
—Por una extraña razón —dijo Evan—, ella no recuerda este lugar y lo que hacía antes. No importa. Se las presento: su nombre es Ada y su poder es la curación.
—Nosotros fuimos asignados a este equipo y trabajarás con nosotros, Ada —dijo Dana esbozando una sonrisa—, siéntete en confianza.
Evan prosiguió, parecía apurado en terminar la presentación:
—Muestren sus poderes para que le quede más claro, tal vez así llegue a recordar más adelante.
Dana levantó la mano y de su palma se formó una pequeña llamarada de fuego. Polo hizo telequinesis con la mesa, la cual arrojó contra la pared. Peter se quitó los lentes: sus ojos eran totalmente blancos; dijo que sí veía pero que él controlaba el cómo.
—El viernes hay manifestación por los derechos de las vacas —dijo Dana—. Ada, vamos a necesitar que estés ahí y ayudes a las personas que puedan resultar heridas.
—¿Los derechos de los qué? —pregunté.
Dana empezó a dar un discurso y con ello moduló su tono de voz a diplomático:
—...Se esperan otros grupos que aprovecharán para mezclarse: los del pañuelo rojo. Como ya sabemos, ellos están en contra de la gente como nosotros, con poderes; aunque sobra decir que ya se comprobó que ellos también tienen entre sus integrantes a gente con poderes.
—Ya no quieren que nazcan más personas —intervino Polo— porque temen que nazcan con poderes. Las estadísticas son claras: se pronostica que para el año 2030 la probabilidad subirá a uno de cada diez.
—Van a llegar e intentarán hacer su espectáculo —dijo Peter.
—¿Espectáculo, de qué? —pregunté.
—Hacen sus ridiculeces al estilo de un desequilibrado mental, y lo llaman arte —dijo Peter—. Ya lo verás. Es returbio.
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LA REBELIÓN
Science FictionAda es una chica sin ganas de vivir. Evan la ayudará a desarrollar sus poderes, quien a su vez la necesita para rebelarse contra los súper humanos que buscan el control total de la población.