Capítulo 6

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Cada vez pasaba más tiempo con Evan que con Tristán. Evan sabía artes marciales; dedicó la tarde entera para enseñarme defensa personal. Cuando tuvimos un descanso para tomar agua, le pregunté:

—¿Por qué siempre vistes de negro?

—Es mi uniforme y mi escudo a la vez —respondió—. Está confeccionado con una tela especial que se adapta perfecto a mi cuerpo y a la naturaleza de mi poder.

—No entiendo eso último.

—También soy electricidad pura —explicó, levantando ligeramente el mentón—, no solo carne y hueso. Sin el uniforme mis cabellos se levantarían de punta.

—¿Así como cuando tocas algo con electricidad? —indagué.

—Sí. Al llevarlo puesto puedo tomar agua sin que me haga daño a mí mismo. Ya sabes, el agua y la electricidad no se llevan bien.

—Ya... —asentía mientras escuchaba con atención—. Y antes de tener el uniforme, ¿cómo le hacías?

—Me medicaba.

Empecé a sentir compasión por él.

—¿Sabes? —dijo Evan, mientras fijaba su mirada al techo, pensativo—. Me hiciste recordar algo.

Evan hizo una pausa antes de hablar: destapó la botella de agua, y para mi sorpresa, se la acabó de un trago; luego la aplastó con su mano, con lo cual cortó de golpe el extraño silencio que comenzaba a producirse. Se frotó la frente, como si ahora se replanteara si decirlo o no.

Al fin comenzó a contar:

—Cuando era niño, mi madre me llevaba con un peluquero en particular. Éste sabía mi condición, era el único que se atrevía a cortarme el pelo, y usaba una técnica, la cual ya no recuerdo muy bien, para no sufrir minúsculas descargas eléctricas en los dedos. Siempre era el mismo corte: rapado.

—Qué profesional —dije—, pero sobre todo buena persona.

—El señor tenía pocos clientes y ya era viejo, puede que lo hacía por necesidad —dijo Evan, restándole importancia a un gesto tan empático como ese—. Las vacaciones de verano habían finalizado —continuó—, y mi madre olvidó llevarme con el peluquero un día antes del regreso a clases... Mi pesadilla comenzó por la mañana a primera hora antes de salir al colegio: mi cabello estaba muy rebelde, lo suficientemente largo, lacio y de un negro intenso.
»Mi madre se vio en la necesidad de usar las tijeras, pero no sirvió de nada: le dieron toques y en más de una ocasión se cortó por accidente. Hizo un último intento para aplacarme el cabello: usó kilos y kilos de gel, me pasó el peine una y otra vez; todavía puedo sentir la sensación pegajosa en el cuero cabelludo. Al cabo de un rato lo consiguió. Después, ya en el colegio, toda la mañana transcurrió con normalidad. Había estado jugando futbol durante el receso y sudé mucho —chasqueó con la lengua—. Fui muy ingenuo como para saber que el sol y el sudor lo arruinarían todo. Entonces empecé a escuchar las continuas carcajadas alrededor mío. Quería creer que no era por mí. Pero entonces los niños de mi clase se plantaron frente a mi lugar y comenzaron a apuntarme con el dedo, burlones, haciendo chistes raros sobre mi aspecto... Pero la peor cosa fue la imbécil que tenía por maestra: ella no hizo nada, ¡nada!, para detener a los pobres diablos que se creían perfectos...

—¿De qué se reían...?

—Todavía era muy joven para controlar mi poder. La electricidad que expedía mi cuerpo se intensificó, lo que hizo imposible que mi cabello se mantuviera aplacado... Traía una plasta de gel con el cabello levantado así —se agarró un mechón de pelo y se lo estiró hacia arriba—, y luego eran cada vez más, uno tras otro... ¡Y traía el cabello largo!

—Te aseguro que ya nadie debe acordarse.

—Claro que sí, yo todavía me acuerdo del niño que se meó en quinto de primaria.

—Pero al menos tuviste suerte de que en tu colegio no permitieran llevar celulares, ¿no?

—¿Qué? —gritó y luego soltó una risa extraña—. Claro que estaba permitido. El video existe y circula en algún lugar de internet —dijo enojado—. ¿Por qué crees que sufrí tanto?

—Recuerda lo que me dijiste hace unos días sobre entrenar la cabeza y...

—Terminó el descanso —interrumpió, y pronto se dirigió al patio a paso firme.

LA REBELIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora